Nihilismo y amor cuando Córdoba duerme


Salud sufrió abusos sexuales pero ahora, además de en su muleta, se apoya en Pedro, su compañero de la calle, son dos de las personas sin hogar

«Estoy cobrando el paro carcelario pero vivo en la calle para ahorrar». No es una frase nihilista sacada de su libro favorito, Así hablo Zaratustra del filósofo alemán Friedrich Nietzsche, sino que es el sentido de la vida actual de Rafa, un cordobés de 48 que vive por los alrededores de los juzgados, en la Avenida del Aeropuerto. Cuenta que trabajaba como vigilante de seguridad, hasta que el alcohol y la droga aparecieron en su vida. «También hubo abusos familiares, maltratos, muchos golpes» que, uno tras otro, derivaron en un fracaso matrimonial «que me destrozó la vida y me eché a vivir a la calle».

Cruz Roja
Voluntarios de Cruz Roja, se dirigen hacia un hombre que duerme en la calle

Los vemos a diario al ir a trabajar, cuando paseamos, pero parecen invisibles. Constinel, Adrián, Jesús, Rafa, Magdalena, Francisco, Luis, Pedro, han sido azotados por el desempleo, por familias desestructuradas, reveses de la vida que, en algunos casos, mezclados con adicciones como en el caso de Rafa, les ha llevado a coger una dura salida, la de vivir en la calle.

Los del chaleco rojo

Su indicativo es el chaleco rojo con la cruz blanca. Son de los pocos que se acercan con cariño, se saben sus historias personales y hasta les regañan cuando no se ponen la ropa que les han dado. Pertenecen a uno de los equipos de voluntarios de la Unidad de Emergencia Social (UES) de Cruz Roja que después de sus jornadas de trabajo y estudios, se suben a la «furgo» para recorrer la ciudad buscando a sus «guardianes de la noche».

Este periódico ha acompañado en una de sus salidas semanales a este especial equipo de avituallamiento nocturno al frente del cual está un voluntario de pro de Cruz Roja, a quien todos conocen por «Navarrete». Jefe de mantenimiento de un colegio de profesión, lleva 16 años en diferentes departamentos de la entidad, pero donde más disfruta es por la noche porque «me voy con la satisfacción de que al menos se llevan algo a la boca».

Cruz Roja
Algunas de estas persona han pasado por algún trauma

Mari Eli y su marido Ángel Luis, como sus hijos ya son mayores y se les metió el gusanillo en esto de la solidaridad colaborando en Acali, llevan ya unos meses participando en las salidas nocturnas, «compartimos juntos este momento y nos damos cuenta de toda la necesidad que hay», cuenta ella que además, confiesa que al estar desempleada actualmente, su colaboración con Cruz Roja le sirve como motivación. Por lo mismo entró Rafa, un voluntario que lo mismo vale para captar fondos, que para echar una mano al departamento de inmigración o en socorros. «Ahora ya tengo trabajo, pero en Cruz Roja encontré un gran apoyo en mi vida».

Parece que el voluntariado «se pega» porque María del Valle, una joven maestra de Infantil que estudia Mediación Comunicativa enganchó a su hermano Miguel, y ahora salen los dos por las noches a repartir alimentos. El equipo se completa con Sergio, un chico del barrio de Palmeras que va y viene andando hasta la sede de Cruz Roja cada vez que le toca la salida, y no le pesa: «conozco de cerca la realidad de la pobreza y por eso aunque estoy opositando, un día vi a un voluntario de Cruz Roja y no me lo pensé dos veces, hay mucha gente en Córdoba que necesita de nuestra ayuda».

Cruz RojaA las 22.00 horas de la noche, sale la furgoneta de la sede de la institución humanitaria pero antes siquiera que de arranque cargada de alimentos, mantas y ropa de abrigo, Magdalena, una señora que vive en una chabola, se acerca a ver si le pueden dar un cubo: «es que tengo que lavar la ropa en el suelo, se me ha roto». Le ofrecen algo de comer pero dice que no, «tengo el estómago regular hoy, con un vasito de leche me apaño». No recuerda ni los años que lleva en la calle, «por no molestar a mis hermanos, ellos tienen a sus familias». Saca lo que puede cogiendo chatarra «pero no me da ni para comer».

En el aparcamiento de la Plaza de Toros está esperando un joven de nacionalidad Rumana coge su bolsa de alimentos y algo de beber caliente. «Desde que llegué de Rumanía vivo en la calle» pero dice que «estoy buscando trabajo en el campo, para recoger aceitunas, naranjas lo que sea».

DJ entre cartones

Otro chico, esta vez cordobés, Rafael, vive entre cartones en los soportales de un banco en el Bulevar Gran Capitán. «No quiero nada, estoy bien». Pero al final, lo convencen para que se tome algo caliente y le dejan un bocata «por si luego tienes hambre» que devora nada mas cogerlo entre sus manos. Este DJ y agricultor cuenta que está en la calle porque su padre lo ponía a pedir y «llegó un momento en el que no aguanté más y me fui de casa». Madrid, Barcelona, Huesca, ha recorrido muchas ciudades españolas probando suerte pero nada, de nuevo le toca vivir en las calles de su ciudad, donde vive su familia de la que «no quiero saber nada».

También en pleno centro de Córdoba, en otro cajero, vive un señor de 75 años, Francisco. Cuando llegamos está leyendo con una lupa, porque no tiene gafas, el periódico del día que le deja «mi amigo del bar, donde me tomo un cafelito por las mañanas y le dejo mis bolsas hasta que las recojo por la noche». Sus ojos cuentan lo que él quiere callar, lo embarga la tristeza nada más recordar a su familia de Barcelona, pero dice que está muy contento porque «este año voy a encontrar un lugar donde dormir».

De la Legión a la calle

Luis es de San Fernando (Cádiz), tiene 40 años y fue legionario, «cornetín de la compañía» y vive en las afueras, en el Polígono de Pedroches. «Yo cuidaba de la cabra en Melilla» cuenta mientras está pendiente de «Gorda», una labradora que no deja de mover el rabo porque sabe que algo le va a caer. Este hombre menudo, pero de ojillos vivarachos, dice que se busca la vida «con la chatarrilla» pero que si pudiera pedir un deseo, «yo queriba que me toque la lotería para comprarme una casita».

Equipo de la Cruz Roja
Equipo de la Cruz Roja

En la parada de la calle Agrupación Córdoba, Ana María y su hermana se acercan a la furgoneta. Están «recogidas» en casa de una amiga, sin trabajar porque «nos piden títulos, no sé qué del Bachillerato» así es que viven de la solidaridad vecinal y comen gracias a las entidades que les proporcionan alimentos.

Pero hasta en las situaciones más adversas, surgen historias de amor. En la parada de Trinitarios hay una pareja bastante peculiar, Salud y Pedro. Ella es sevillana, tiene tres hijos adolescentes «que no saben ni donde estoy». Anda apoyada a una muleta por una dolencia en la rodilla. Pero su mejor sostén es Pedro, «un compañero de la calle» de 59 que ha sido platero, albañil y soldador pero que un revés de la vida le quitó «las ganas de seguir» y ahora procura que Salud esté bien, «nos cuidamos para que no nos pase nada».

Córdoba cuenta con 181 camas para que las personas sin hogar puedan resguardarse, al menos, por la noche, sin embargo, nunca menos de veinte y hasta medio centenar, como Rafa, vive al raso, en algún cajero, durmiendo sobre cartones, a la espera de que voluntarios de Cruz Roja, Cáritas, Adeat y la Fundación ProLibertas por las noches, cuando la ciudad duerme, les ofrezcan algo caliente que echarse a la boca, una manta, un café, un caldito caliente o un simple ¿qué pasa, cómo estás? es el mejor abrigo para la soledad entre cartones.