En una rápida visita al campus cordobés de la Loyola pillamos a José Antonio Muñiz (Sanlúcar de Barrameda, Cádiz, 1974) y entre el descanso de varias reuniones. A esa hora de la tarde las aulas están vacías, aunque esa ha sido una tónica general en gran parte de la pandemia, durante la cual las clases han sido telemáticas. De la pandemia vamos a hablar con nuestro invitado, porque ha dirigido un estudio para saber cómo de felices hemos sido o no durante el confinamiento según si veíamos la tele o el móvil, abríamos un libro o encendíamos la radio. José Antonio Muñiz se interesa por estas cosas en calidad de curioso e investigador. El comportamiento humano siempre es fascinante y posiblemente eso le llevó a licenciarse en Psicología por la U.N.E.D., aunque en realidad José Antonio Muñiz es profesor adjunto e investigador en la Universidad Loyola Andalucía, y director del Departamento de Comunicación y Educación. Doctor en Comunicación por la Universidad de Sevilla, Máster Europeo en Marketing Relacional, Directo e Interactivo, y licenciado en Publicidad y Relaciones Públicas por la Universidad de Sevilla.
Como profesor universitario, desde hace quince años ha ejercido la docencia en universidades como la Pontificia de Salamanca, la Universidad de Sevilla o la Universidad San Jorge de Zaragoza, donde además ha sido fundador e investigador principal del Felicicom Lab, grupo de investigación en Comunicación Organizacional, Persuasión y Felicidad. Esta semana cuenta para la Voz de Córdoba lo que ha descubierto en su último trabajo.
Apagamos la televisión y somos más felices ¿no?
Es un buen resumen. Podría titularse así la noticia, francamente, porque eso fue lo que encontramos corroborando otros estudios previos al estado de pandemia y al confinamiento que sufrimos hace año y pico.
¿Hacía falta un estudio para llegar a esa conclusión?
Hacía falta porque, para bien o para mal, nunca se había vivido una situación parecida y como te decía, había ya bastantes estudios que corroboraban que el excesivo consumo de televisión no ayuda para nada a nuestro bienestar psicológico, subjetivo y psicosocial en general; un hábito tan pasivo y tan poco nutritivo. Lo que ocurre es que eso se había estudiado en situaciones normales. ¿Qué pasa cuando nos encierran en casa, sin poder salir absolutamente para nada y vemos que la gente se echó en brazos de los medios? De la televisión, de la radio, de Internet y las redes sociales. De alguna manera, la gente durante el confinamiento se refugió en el consumo de medios ¿Qué estaba pasando con su felicidad y bienestar psicológico y subjetivo? ¿Lo estaban encontrando ahí o todo lo contrario? Pues hemos visto, efectivamente, que la televisión no ayudaba para nada, las redes sociales aún menos y, en principio, la radio tenía un comportamiento un poco diferente: no afectaba de manera negativa al bienestar. Y ya no era el estar con la tele o Internet sino qué se estaba haciendo con estos medios. Si te estabas informando, no era perjudicial para tu bienestar subjetivo. Pero si el hábito era pasivo, sin mayor pretensión de informarte, solo navegando por navegar, sí que era perjudicial.
¿Qué les ha llevado a realizar este estudio?
Distintos profesores que llegamos a la Loyola hace algunos años llevamos investigando en torno a la relación que puede haber entre el consumo de comunicación y la felicidad humana; qué papel puede jugar la comunicación social en el bienestar subjetivo y psicológico de las personas. Y a raíz de eso montamos un grupo de investigación y hemos ido creando un corpus para encontrar cual es y cómo es esa relación.
Hay un índice que mide esa felicidad y que ustedes aplican.
Hay muchos, pero nosotros hemos utilizado uno que tiene origen español, creado por un catedrático de la Complutense y que validaron hace ya muchos años, usado a nivel internacional. Consiste en un cuestionario avalado y psicométricamente consolidado y que ayuda a indagar en los hábitos, en la interpretación de los mismos, o en el estado subjetivo del día a día. Es un índice muy completo que además no se usa de manera única, sino que se complementa siempre con otras variables y con otras escalas que miden otros baremos psicológicos. Obviamente el escenario era muy complejo y había situaciones muy variadas, desde gente que estaba en el hospital, que perdían a sus familiares más cercanos o su trabajo, y eso nos iba a distorsionar un poco el estudio.
Al final, de todo lo que se medía en aquel muestreo que hicimos a final de marzo y principios de abril, una vez limpiado el estudio de determinadas situaciones particulares, fue cuando encontramos esa relación directa. También se midieron cuestiones sociodemográficas, como el tamaño de la vivienda. No es lo mismo pasar un confinamiento en un piso de 50 o 60 m2 que en un chalet. Y sin embargo, eso no condicionó la relación de felicidad que había respecto al uso de medios. Otro aspecto era el de vivir solo o no, que tampoco influía tanto como el hecho de pasar más o menos delante de la televisión o las redes.
También se midieron cuestiones sociodemográficas, como el tamaño de la vivienda. No es lo mismo pasar un confinamiento en un piso de 50 o 60 m2 que en un chalet.
¿Qué hizo esa gente que ha sido más feliz?
Pues mira: primero, si tuviera que elegir un medio para ser más felices, nos quedaríamos con la radio. Entre otras cosas porque es un medio que nos permite hacer otras cosas al mismo tiempo, de manera que es un consumo mucho más activo que nos permite informarnos o entretenernos pero cocinar al mismo tiempo, o hacer las tareas del hogar. Por cierto, esto último ayudó bastante porque hubo tareas del hogar pendientes que se pusieron en marcha en aquellas semanas. La radio también nos permite practicar deporte, que es fundamental para la felicidad, cosa que con la televisión, o las redes sociales, por ejemplo, es más difícil.
Después otra de las cosas que se hicieron fue leer, cocinar… una serie de hábitos más ‘nutritivos’, más creativos y activos. Eso ayudó mucho a pasar un confinamiento más feliz.
¿Y ayudó el confinamiento a recuperar la lectura?
En buena medida sí. A nosotros en el estudio no nos salía muy claro ese parámetro pero sí que ha habido otros que han corroborado ese dato. Y de hecho, el otro día hablaba con un librero en Sevilla y me decía que mucha gente que antes, a lo mejor, pasaba por allí nada más que en Navidad para comprar un libro de regalo ahora iba más asiduamente.
Yo creo que sí.
Lo que sí ha habido durante el confinamiento, y no sé si influye en la felicidad o no, es desinformación.
Ha sido brutal.
¿Ha contemplado eso el estudio?
No lo hemos diferenciado. Cuando hablamos de consumo de medios no hemos diferenciado qué contenidos exactos se estaban consumiendo, pero relacionado con tu pregunta, el que ha estado más expuesto a la desinformación – a las fake news como se denominan en término anglosajón- son aquellos que han pasado más tiempo en las redes sociales. Seguro que esa relación está ahí. De alguna manera, la desinformación juega con esa tormenta emocional para espolearnos a compartir contenidos que nos resultan desagradables, o excitantes, que tengan cualquier tipo de impacto emocional, que es una de las definiciones de las noticias falsas. Entonces el que ha pasado más tiempo en las redes sociales, ha consumido más desinformación y eso ha contribuido, probablemente, a su peor bienestar en esas semanas.
El que ha pasado más tiempo en las redes sociales, ha consumido más desinformación y eso ha contribuido, probablemente, a su peor bienestar en esas semanas.
Respecto a las redes sociales se ha observado en otros estudios un fenómeno de abandono de las mismas, cada vez mayor, por partes de los usuarios.
Y me lo creo, porque al final se han demostrado que son vampiros de nuestro tiempo y nuestra atención. Si uno, realmente, las pone en una balanza a nivel cotidiano, pues tampoco le aportan gran cosa como sí lo haría cualquier libro u otro hábito más saludable. Tampoco es cuestión de demonizarlas.
Me lo dice un publicista…
Sí, por eso digo que no es cuestión de demonizarlas, pero francamente las redes sociales necesitan una revisión por parte de la industria que ha montado las redes sociales con este modelo de negocio en concreto que se nutre de nuestra atención continua, continuada y fragmentada, y de nuestro tiempo, que nos lo vampiriza absolutamente todo. Como este estudio nos da a entender, tampoco aportan un gran bienestar, grosso modo, a la vida de la persona.
¿Debe cambiar también la relación que existe entre las redes sociales y la publicidad?
Es posible, porque la competencia que tiene una marca, una empresa o un producto para hacer comunicación ‘limpia’ sin tanta contaminación ni intoxicación alrededor, quizá le obligue a buscar otro tipo de canales o de vías para relacionarse con sus públicos.
Hablando de la televisión en concreto, resulta curioso que cuando más canales y posibilidades hay para elegir, menos felices somos.
Totalmente. Y eso está muy estudiado. Hay experimentos muy interesantes. No recuerdo ahora a los autores pero hace algunos años salió un estudio en el que en una tienda se ofrecían distintos tipos de mermelada y luego se medía el nivel de bienestar de los consumidores que entraban en aquella tienda. Puede parecer una tontería pero el hecho de tener muchas opciones lo que provocaba en el consumidor era estrés. Puede que uno o dos sean pocos tipos de mermelada, pero tener ocho o diez tampoco es positivo porque provoca estrés, pérdida de tiempo, duda, disonancia cognitiva, etc… Los estudios que se han realizado en ese sentido demuestran que tener opciones para elegir es interesante pero hasta cierto punto. Hay una relación asignótica en el sentido de que, en un momento dado, muchas opciones implican malestar. Lo podemos ver con toda esta eclosión de plataformas y contenidos. Cuantas veces nos pasamos un rato decidiendo qué vemos y al final no vemos nada, porque ya se te ha pasado el rato que tenías, por ejemplo, para disfrutar del capítulo de una serie.
¿Hacia dónde vamos en el consumo de medios?
Pues no lo sé, la verdad, porque ahora mismo hay muchos intereses en confluencia. La comunicación convencional tampoco sabe cómo lidiar con esta situación, con este absoluto tsunami digital, en el que han entrado agentes completamente nuevos y la verdad es que en complicado .En ese sentido, el usuario no lo tiene nada fácil. Y si pensamos en las nuevas generaciones, pues aún menos. A mí si me gustaría decirte hacia dónde desearía que fuéramos, que es a un mundo en el que el periodismo recupere el norte, la brújula que nos lleve a todos a informarnos y formarnos. Estamos en un mundo en el que el cuestionamiento de absolutamente todo está poniendo en peligro muchos temas de orden democrático, o de salud, con esta eclosión de bulos y de mentiras en torno a la pandemia que hemos sufrido y seguimos padeciendo. Es complejo el tema.
El Covid-19 ha supuesto también un revulsivo también para la comunicación.
Sí, por lo que te digo: lo importante que es la información periodística veraz, contrastada, con fuentes. De alguna manera creo que está sirviendo también para alfabetizar a una parte de la población. Ha sido tal la avalancha de desinformación con el virus que la gente se ha dado cuenta de lo importante que es encontrar una noticia que sea noticia y un periodista detrás que la firma, con un medio serio, reconocido y reconocible, con una dirección de Internet real. Que no haya intereses espurios por detrás. Y creo que esto puede servir para alfabetizarnos en el fact-checking, chequear los hechos y revalorizar la labor del periodismo con mayúsculas.
Como también los periodistas y el periodismo deben entonar un mea culpa. A veces periódicos, periodistas, medios y plataformas se olvidaron un poco de la esencia de su profesión y se dedicaron a hacer otro tipo de comunicación, de orden propagandístico. Creo que es momento de reivindicar la ciudadanía periodística o el periodismo ciudadano, pero no entendido como lo que hacen los ciudadanos con sus móviles, sino el periodismo que se hace pensando en el ciudadano.
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