Gracias, Pepe


A Don José Palomares García, maestro y amigo

Este sábado, al atardecer del día, el Señor llamó en la paz del hogar y junto a las personas que amaba, su familia, a nuestro querido Pepe Palomares a participar del eterno banquete de las bodas del cordero, un banquete de la alegría sempiterna, un banquete a aroma de eternidad reservado para los justos, para aquellos que bien han sabido ganarse el salario, el jornal de una vida de entrega, generosidad, piedad, devoción y de inmensa ternura. Un banquete para aquellos que el amor, la verdad y la justicia han sido por siempre su bandera y razón de existir.

El aguijón de la muerte nos sorprende como dardo ardiente en este fin de semana en el que el Evangelio nos invitaba al perdón, la compasión, la misericordia, el desprendimiento y la vivencia del amor en grado sumo. Un aguijón que nos ha herido de manera cruel, sorpresiva e inesperada a aquellos que amábamos en verdad a nuestro querido Pepe. Pero este aguijón no ha obtenido de nosotros hiel ni ira, todo lo contrario: florece en todos nosotros, entre lágrimas y un profundo dolor, un canto de acción de gracias a Dios porque nos ha dado la oportunidad, una vez más, de conocer y amar a uno de esos santos anónimos que el Papa Francisco llama “santos de la puerta de al lado”.

Pepe Palomares fue un hombre que se hizo a sí mismo. Orígenes humildes y sencillos, obrero incansable, constante, capacidad extraordinaria para el sacrificio y el trabajo. Recuerdo algunos paseos por Úbeda, contándome con inmensa nostalgia y gratitud, sus tiempos de estudiante en la ciudad que alberga el cuerpo de un enamorado de Dios, San Juan de la Cruz y la arquitectura imposible de Vandelvira. Tomar un café, contemplando la belleza de unos montes ornamentados con un pedazo de blancura, nácar, lirio en la primavera y como el que no quiere la cosa, con extremada sencillez, me contaba cómo finalizó – alguien de orígenes tan humildes-con un éxito sin igual, sus estudios, lo que le permitió venir a Córdoba en el año 1971.

La llegada de Pepe Palomares a Córdoba fue un inmenso regalo de Dios para la ciudad.  El colegio Sansueña hunde sus raíces en el pontificado de Fray Albino que constituyó el Patronato de San Alberto Magno conformado por dos internados; uno, ubicado en la calle Ambrosio de Morales y otro, en la calle Sansueña. Este último, conocido con el nombre de “Colegio del Niño Jesús” creado por un buen sacerdote, D. Juan Font, y una bienhechora extraordinaria, Dª Purita Pérez Fragero, que acogía a todos lo niños de las familias que eran trabajadores temporeros o de aquellos que emigraban a otros países en determinadas temporadas del año.

Este centro estuvo regido por las Hijas del Patrocinio de María. Más tarde sería la SAFA quien asumiría la dirección y gestión de este internado. Es precisamente en este momento cuando Pepe Palomares llega al colegio Sansueña. En estos primeros años, un joven y aguerrido profesor tiene el inmenso regalo de conocer a quien sería su esposa, Isabel Linares. Aquí no solo comienza la historia profesional de Pepe, sino también aquella otra que le va a dar la razón de su existir, el amor de su esposa, y el fruto de ese amor, sus hijos Patricia, María Isabel y José María, así como la inmensidad de amigos, ya fueran compañeros, padres o proveedores… Pepe era para todos no solo el “Dire”, era ese Don José tierno, cercano e inmensamente cariñoso sin perder nunca, jamás, su saber estar y la responsabilidad que tenía ante sí.

Tras esos primeros años de goce y disfrute estuvo haciendo lo que más amaba: estar y querer a sus alumnos. Ante la marcha de la SAFA, tuvo con un pequeño grupo de profesores que liderar una resistencia numantina: “este colegio no se rinde”. Y frente a algunos planes ideados por la jerarquía eclesiástica de enajenar los terrenos, este grupo de profesores capitaneados por Pepe Palomares, fueron capaces de poner en marcha el proyecto del colegio Sansueña llegando a convertirse en un centro de referencia en la ciudad con el solo apoyo de Don Antonio Gómez Aguilar.

La tenacidad y confianza de Pepe Palomares hizo que la mirada de la jerarquía de la Iglesia cambiara. Y allá por el año 1982 convergen tres proyectos complementarios: la creación de un Seminario Menor, hoy envidia de toda la Iglesia en España, de manos de Don Alfredo Montes; la creación de un instituto de bachillerato para darle continuidad a los alumnos de los colegios de la Trinidad abanderado por Don Antonio Gómez Aguilar, y la continuidad del colegio de EGB de Sansueña que ya lideraba el espectro educativo de Córdoba. Más tarde, en el año 1993, se constituirá la Obra Pía Stma Trinidad que englobará los colegios Trinidad I, Trinidad II, Guardería San José, Bachillerato Stma. Trinidad, Colegio Sansueña y las residencias de mayores, en el ocaso de la vida de Don Antonio Gómez Aguilar, y que comenzará su andadura plena de manos de Don Santiago Gómez Sierra, y cómo no, con Pepe Palomares como administrador único de esta gran obra hasta dos años antes de su jubilación. Hecho que así quiso él siempre. Nunca lo olvidaré, ambos, entre lágrimas, yo diciéndole “no y no”, y él  “déjame que me retire haciendo lo que más amo: la pizarra y mis alumnos”.

Mi querido y amado Pepe Palomares ha sido de esas pocas personas que han pasado por mi vida y que me han marcado para siempre. Para mí ha sido en muchos momentos un padre, las más de las veces un amigo, y siempre un maestro al que imitar. Le conocí cuando era un adolecente como alumno del Seminario Menor, pero nuestra complicidad y amistad comenzó en el año 1993 cuando fui ordenado como sacerdote y destinado a la parroquia de la Trinidad y formador del Seminario Menor.

Él me adoptó como a un hijo. Me abrió las puertas de su casa y el corazón de su familia. Comenzamos un camino de complicidad reverencial por mi parte, una amistad sincera donde solo el hecho de sentarme en su mesa para departir sobre los temas que nos ocupara en esos momentos era un estar ante un oráculo que con templanza e inusitada calma iba despejando los nubarrones imposibles. Pocas o ninguna vez lo vi alterarse ante cualquier contrariedad. Al peor de los problemas siempre sabía encontrar, sin herir, la salida. Jamás le escuché ni una mínima queja o reproche en aquellas ocasiones que muchos deseaban y ansiaban su fracaso y defenestración. Jamás una mala palabra para nadie. Como el Señor en la Cruz, justificaba y disculpaba a los que querían su mal. Pepe era un hombre bueno, todo de Dios. No había ni un cachito para la debilidad o maledicencia. Pepe era un lirio del paraíso en un mundo complicado y difícil. Era un hombre de luz y de bondad, belleza, generosidad, un amor, que, a imagen de Cristo, se derrama hasta el extremo por los demás.

Hace unos años, pasé por unos momentos muy difíciles y complejos donde me sentí totalmente abatido, traicionado y denostado. Mi alma, mi vida, estaba destrozada. El desvalimiento que vivía era tal que me veía incapaz de salir adelante, me sostenían el calor y el amor de los más cercanos, esa familia que Dios te regala sin buscarla. En esa tiniebla existencial apareció un día mi querido Pepe como un rayo de luz que iluminaba mi estancia. Su sola presencia era ya un bálsamo para mí. Pero fue más desbordante y maravillosamente asombroso, cuando escuché sus primeras palabras: “perdona, niño”; como le gustaba llamarme. ¡Que alegría y paz escuchar “niño”! Como diciéndome  “cuando más me necesitaste no estaba ahí”. ¡Qué lección de amor y paternidad! Su sola presencia curó mi corazón sin que él fuera causa alguna de mis heridas, pero solo su presencia y su abrazo me renovó y me hizo revivir de nuevo. El curó mis heridas. Él me dio en vida una de las lecciones más importantes que el Señor nos mostró: perdonar y solo amar.

Decir bueno a alguien es decir mucho y todo. Pepe Palomares era un hombre bueno y excelente hijo de Dios. Un esposo enamorado y amante capaz siempre de sorprender graciosa y extraordinariamente a su esposa, el amor de su vida. Un padre abnegado, entregado y servicial para con sus hijos a los que educó siempre en la responsabilidad y la libertad. Era un cristiano recio, nada timorato, piadoso y temeroso de Dios, entregado y extremadamente generoso y defensor de la justicia con especial sensibilidad hacia los más pobres. Hombre de oración y contemplativo de la Eucaristía: el pan y vino de la vida. Un MAESTRO a imagen del BUEN MAESTRO. Un amigo, no solo de sus amigos, sino de todo aquel que lo buscaba. Para mí, en algunos momentos  fue un padre, en otros un maestro, y siempre un amigo de verdad.

Querido Pepe, gracias por tanto amor. Ya has llegado a tu meta. Ya tienes la corona de aquel que bien ha recorrido su camino. Ya estás en Dios y en el banquete nupcial. El banquete de eternidad. Y por pedir que no quede, cuando te veas con mi madre en el paraíso, no te entretengas con ella hablando de recetas, que os conozco, y se te olvide decirle que la quiero. Un beso de pajarito, tu ya sabes para quién. Y siempre, gracias, Pepe. Y espero no defraudarte y verte pronto.

El funeral por su eterno descanso tiene lugar  este lunes a las 10 de la mañana en la Parroquia de Santa Victoria Mártir (Barrio del Naranjo) oficiado por monseñor Santiago Gómez Sierra, obispo de Huelva.