El mercadillo navideño: la tradición que no decae


Desde mediados del siglo XIX se han instalado en Córdoba tenderetes para la venta de Belenes

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Antiguo mercadillo navideño. /Foto: LVC
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Antiguo mercadillo navideño. /Foto: LVC

La venta de productos navideños es una constante que pasa de generación en generación, superando modas y crisis. Podrán cambiar los objetos, las tendencias, los materiales, pero en las vísperas de la Navidad nunca han faltado los puestos efímeros que desaparecen de la vía pública sin dejar huella poco después de sonar las 12 campanadas de Año Nuevo.

Este año ha estado en primera línea de la actualidad el mercadillo navideño que en los últimos años se instala en la plaza de las Tendillas. La razón de fondo no era otra que el carácter netamente navideño de los productos en venta, para no caer en la contradicción vivida en Córdoba el pasado año, donde se instaló uno en la plaza de la Corredera en el que se vendían imágenes de Buda pero no se podía encontrar una figurita, por pequeña que fuese, del Niño Jesús.

Al final habrá mercadillo navideño en las Tendillas, donde se pondrá comprar el Portal de Belén, los pastores, los Reyes Magos, así como el inefable espumillón, las bolas para el árbol o el Papá Noel en todas sus variantes. Aunque muchos de estos elementos vengan de lejanos países orientales, la esencia se sigue manteniendo de que en las semanas previas a la Navidad se viva la fiesta en la calle, con la antelación suficiente para adquirir lo necesario para la decoración propia de las fechas.

Esto no es de nuestros días, ni siquiera del siglo XX. La tradición del mercadillo navideño se remonta a mediados del siglo XIX, cuando surge la costumbre de montar el Belén -el Nacimiento o el Misterio, como se prefiera- en los hogares cordobeses. Ricardo de Montis se remonta a esas fechas para fijar el momento de la venta callejera de unas figuritas de barro, en dos calidades, finas y bastas, que se hacían precisamente en Córdoba a cargo de artesanos que no habían sido llamados por el camino del arte. Las bastas lo eran de verdad y los animales, por ejemplo, no se identificaban por su forma, que sería lo normal, sino por su color. Si estaba pintado de blanco era una oveja y si era de negro, un cochino. Y así todo.

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Antiguo Belén cordobés. /Foto: Archivo Municipal

La ubicación de este mercadillo navideño de aquella época no podía ser otra que el entorno de la plaza de la Corredera. Era, a todos los efectos, el centro comercial de la ciudad, donde bullía la animación tanto por el mercado donde abastecerse a diario en tiempos en los que la conservación de los alimentos era un problema, como por los innumerables comercios que poblaban las calles de las inmediaciones.

El mercadillo llega a Claudio Marcelo

La llegada de los frigoríficos a los hogares hizo que la Corredera menguara en su animación. Eran además los años en los que casi cada barrio contaba con un mercado propio, lo que hizo que bajara la afluencia de personas a la denominada ‘plaza grande’. Es este el momento en el que el mercadillo navideño se afianza en la parte baja de la calle Claudio Marcelo. Allí, tras el derribo del antiguo Ayuntamiento, había una tapia que cerraba el recinto del Templo Romano y que era el lugar idóneo para instalar estos puestos.

Los productos del mercadillo navideño no eran ya los descritos por Ricardo de Montis, y las figuras venían de Murcia, siendo las más populares las conocidas como las del Belén del huevo frito o de cacharrería. Quienes contaban con más presupuestos podían acudir a algunas de las tiendas de regalos -Pueyo, por ejemplo- y encargar Nacimientos al estilo de Salzillo, un lujo reservado a pocos.

Uno de los últimos vendedores instalados en Claudio Marcelo fue José Naranjo, hijo a su vez de uno de los pioneros en este lugar. Durante el año se dedicaban a ir de feria en feria vendiendo turrones, pero cuando llegaban los primeros fríos montaba su tenderete para animar la navidad de los cordobeses en compañía de su esposa, Rafaela Pérez.

En estos puestos, como en el de José Naranjo, se podía encontrar el Misterio, el castillo de Herodes, el puente de corcho (el río lo tenía que hacer cada uno con platilla), ovejas con las patas de alambre y los Reyes Magos, que podían ir montados a caballo o camello, estar de rodillas adorando al Niño Jesús o de pie.

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Nacimiento antiguo. /Foto: Archivo Municipal

Para la celebración de la Navidad vendían zambombas de carrizos floreados en papel de seda, panderetas de madera y pellejo de verdad, y los misteriosos rascadores, que eran unos listones de madera pintados en fucsia con una tira de hojalata plisada en un lado y crótalos en el otros que daban un peculiar sonido al rascarlos entre sí. 

A los pies del mostrador, se amontonaban piezas alargadas de corcho, imprescindibles en el Belén clásico para crear todo tipo de paisajes que se decoraban con los plastones de musgo o algunas ramas de monte, antes de que las leyes proteccionistas de la naturaleza conviertieran en delincuente a quien quisiera tener en su casa un Nacimiento ‘comme il faut’. El papel arrugado y el serrín se encargaban de completar el decorado.

Esta mercancía alternaba en los puestos navideños con los objetos de broma, que solían estar en un extremo y que cobraban su máximo protagonismo entre el 25 y el 31 de diciembre. La Navidad tiene también su componente de diversión que tiene que ser bien entendida y no reducirla solamente a los petardos que antes se podían comprar en estos tenderetes, en Fidela o en Casa Leal, en lo más estrecho de la calleja del Toril. «No aparcar. Salida de camiones», ponía en su puerta.

Este tipo de mercadillo navideño no ha llegado nunca a desaparecer del todo. Cuando dejaron de instalarse en la Calle Nueva, el Ayuntamiento les ofreció a los titulares de la concesión otras alternativas, como la plaza de las Tendillas o Ronda de los Tejares, donde se mantiene la tradición ya actualizada.