Del barrio de Santa María a la Judería


Todo el tráfico entre el norte y el sur de la península tenía obligatoriamente que pasar por este lugar para cruzar el Guadalquivir

mezquita catedral
Vista aérea de la Mezquita-Catedral. /Foto: LVC

La literatura, que no la anatomía, admite que el corazón es el centro de algo. Si el Cabildo Catedral nos señala en estos días que la Mezquita-Catedral es el centro de Córdoba no recurre a ninguna figura de ficción, ya que históricamente así lo ha sido, por más que la ciudad tenga actualmente un centro comercial, que cuenta con adjetivo para diferenciarlo del que lo ha sido por espacio de muchos siglos.

mezquita catedral
Vista aérea de la Mezquita-Catedral. /Foto: LVC

La ordenación urbana de la ciudad es heredera de su historia. La urbe romana condicionó a la musulmana, ésta a la cristiana y así sucesivamente. La construcción de la Mezquita sobre construcciones paleocristianas en el siglo VIII fijó el futuro de Córdoba, ya que a partir de ese momento fue el lugar desde el que se marcó el ritmo de la ciudad. El paso de los siglos sólo ha cambiado los usos sin mermar un ápice la importancia del lugar marcado por la Mezquita Catedral y su entorno.

Frente al templo se construyó el alcázar califal, que luego sería el Palacio Episcopal, y en sus inmediaciones se alzó el Alcázar de los Reyes Cristianos, por lo que los poderes civiles y religiosos compartían este corazón de la ciudad. Tras la reconquista, la ciudad se divide en collaciones en torno a las parroquias fundadas por Fernando III y ésta fue la de Santa María, por el nombre del templo, consagrado a la Asunción de la Virgen. Para el pueblo, era el barrio de la Catedral.

La ubicación del templo frente al Puente Romano fue un elemento definitivo en el devenir de este enclave. Todo el tráfico entre el norte y el sur de la península tenía obligatoriamente que pasar por este lugar para cruzar el Guadalquivir. Esta circunstancia hizo que la actividad económica se articulara en la zona comprendida entre la Mezquita Catedral y la plaza del Potro. La costumbre medieval de rotular las calles con los nombres de los oficios que en ellas se ejercían ha llegado hasta el presente, y así podemos identificar en la zona nombres como Caldereros, Alfayatas o Bataneros.

El tráfico de bienes y personas por los muros del templo hizo que la zona fuese también durante siglos el equivalente a un complejo hotelero de nuestros días. En aquellos tiempos eran mesones y posadas, mucho más humildes, pero servían de punto de encuentro entre los iban y los que venían. El recuerdo de las posadas del Potro o de la Herradura, junto con el del mesón del Sol, entre otros, son el testimonio de una actividad comercial de la que no queda rastro. Atraídas por este trasiego, las mancebías también se establecieron en la zona.

El primer cambio llega en el siglo XVIII con la aparición de los primeros viajeros que venían a Córdoba buscando el aroma de su pasado musulmán. La visita al interior de la Mezquita Catedral colmaba sus expectativas; el paseo por la ciudad era otra cosa. Describen un atraso y unas condiciones de vida muy lamentables, que generaban una higiene propensa a la insalubridad. 

El academicismo del siglo XIX también se dejó notar en los visitantes románticos, que desfallecían de emoción hacia todo lo que fuera de época califal, pero giraba en rechazo de todo lo demás. Alejandro Dumas padre, digno hijo de su época, después de visitar las distintas iglesias, que aún gozaban de todo su esplendor barroco, llegó a afirmar que de estos templos “salían carros y carros de madera dorada como para calentar un ejército”.

La llegada del tren a mediados del siglo XIX incrementó el número de viajeros y la ciudad comenzó a contar con un incipiente tejido turístico basado en hoteles de nueva planta que se asentaron en la zona más moderna de la ciudad en aquel entonces, la avenida de Gran Capitán. Los viajeros dejaron de ser algo excepcional y surgieron establecimientos comerciales específicos para ellos, como los establecimientos fotográficos de Señán y de Garzón.

El marqués de la Vega-Inclán, en tiempos de Alfonso XIII, puso las bases del turismo moderno. A él se le debe el nacimiento de la red de paradores y el impulso que dio al sector propició que el Ayuntamiento tomara nota con visión de futuro y en los años 20 se preocupara del entorno, del barrio, del cuidado de las casas, de la imagen que la ciudad transmite al viajero.

Nace así la Judería, que hasta entonces era sólo la calle de tal nombre. De forma paralela, se suceden las intervenciones de mejora en el propio templo, algo que siempre ha tenido el más alto reconocimiento. Así pues, todo estaba listo para que la llegada a la alcaldía de Antonio Cruz Conde en 1951 diera el impulso definitivo a un sector que con el paso del tiempo se convertiría en el más importante para la economía de la ciudad.

Desde tiempos de Cruz Conde, el mimo al barrio de la Catedral ha sido, con altibajos, una prioridad para el Ayuntamiento. En aquel momento se recuperaron rincones que desde entonces cuenta con la predilección de los turistas, como es la calleja de las Flores, la del Pañuelo o la de la Hoguera. 

Además, la red hotelera se refuerza con establecimientos de primer orden para lograr un visitante de mayor poder adquisitivo al que ofrecer un confort equiparable a cualquier gran ciudad europea. En muy pocos años abren sus puertas el parador de La Arruzafa, el Córdoba Palace, el Zahira o el Gran Capitán, con lo que la ciudad quedó preparada para un incremento de visitantes que no tardó en llegar.

El último impulso turístico vino en 1992 con la llegada del AVE. El turismo entraba en fase de cambio y eso se notó también en el entorno de la Mezquita-Catedral, con la llegada de visitantes ‘low cost’ que de forma directa llegan a cambiar la impronta de los negocios de la Judería, con la aparición de negocios adaptados a sus necesidades y a su poder adquisitivo. Éste es el presente, en el que actualmente se afanan las administraciones para buscar una solución y evitar que la ciudad acabe perdiendo su esencia.