La situación del Córdoba CF parece mostrar un cambio de inercia. Al menos, eso se desprendió del partido ante el Numancia, donde los blanquiverdes comenzaron perdiendo y, por primera vez en lo que va de campaña, no terminaron derrotados al final del encuentro. Un pequeño logro del nuevo entrenador que, pese a todo, con la actual progresión de puntos sumados tras doce jornadas, no evitaría que su plantel acabase como último clasificado, de seguir en esa línea.
Y es que, en un ejercicio de matemática pura, la regla de tres señala que con 10 puntos en 12 partidos, al concluir la jornada 42 el Córdoba sumaría 36. Una cifra peor que la que obtuvo el último clasificado de la campaña 2016-2017. Ése fue el Mirandés que, con 41 puntos, descendió a Segunda División B como farolillo rojo.
Sin embargo, todas las estadísticas no juegan en contra de un Córdoba que, en el pasado, resolvió situaciones mucho más delicadas que la actual. Eso sí, fue antes de la era González y, en algunos de los casos, con fuertes inversiones en el mercado invernal. Y es que en la memoria del cordobesismo siguen presentes las temporadas de principios de la década de los 2000, donde todo se fiaba a segundas vueltas de infarto. Mientras que, tras el ascenso en Huesca, el regreso a segunda vino marcado por un agónico tramo final con el gaditano José González en el banquillo.
En Lorca, los de Merino pueden comenzar a ahuyentar fantasmas que parecían desterrados. De hecho, no ganar a los murcianos (penúltimos en la clasificación) comprometería, y mucho, al Córdoba. Y es que, salvando las distancias sobre todo por la altura del campeonato, el partido de este sábado recuerda al del Reus de la anterior campaña. Ante los catalanes hubo un ser o no ser, mientras que en el Artés Carrasco se dilucidarán los objetivos reales de lo que resta de temporada. No es poco.