El sueño está más cerca. La quimera ya no parece utópica y todo ha cambiado. El Córdoba CF ha ganado al CD Lugo y el Arcángel ha vuelto a vibrar con la emoción de quien siente que se está fraguando una gesta, que contar a hijos y nietos cuando pasen los años. Hace 13 los que vivimos aquel descenso nos ahogamos en la orilla de aquel infausto partido contra el Valladolid. Más de una década después la historia, caprichosa, vuelve a dejar un guión similar, un escenario límite, donde en el casino de la Segunda A se juega a todo o nada. Y, en éstas, al Córdoba le lleva saliendo el rojo durante tres partidos.
Pero no es una cuestión exclusiva de la suerte, que siempre hace falta. Por encima de todo hay un nombre, el de José Ramón Sandoval. El de Humanes -tarugo de adopción- ha inculcado la fe en el vestuario. El ,»¡sí se puede!» de la grada ha bajado al césped. Si bien no todo es psicología porque el Córdoba ha mejorado su balance defensivo de forma sobresaliente. Y con ese argumento se plantó ante el Lugo que, sorprendentemente, arrancó mejor que el Córdoba. El espejismo no duró ni cinco minutos. Los blanquiverdes se arroparon atrás y crearon contras y circulaciones que aventuraban optimismo. Entre tanto un gol anulado a Guardiola por fuera de juego y a uno de los ex, Juan Carlos, le perdonaron la expulsión con una amarilla que era de otro color.
Otro es, Fede Vico, se fue a la caseta en el primer acto con una amarilla. Iba a ser determinante. A los dos minutos de la reanudación vio la segunda y al Córdoba se le abría el cielo del partido, al margen de lo meteorológico. Sandoval sacó a Reyes quien, pese a un comienzo titubeante, revolucionó a los locales. Después salió Jáuregui y el Córdoba comenzó su particular batalla contra el crono en un asedio continuo. Otro gol anulado a Guardiola por fuera de juego. Pero no hay dos sin tres y llegó el tanto del killer, que pudo ser en posición antirreglamentaria. Pero lo que te dan es porque te lo quitaron (baste recordar la remontada del Barça B.
La grada, que había empujado más que nunca, explotó y de ahí al final el «¡sí se puede!» no cesó, pese a los cinco de añadido. La explosión de júbilo del final se asemejó a la de un equipo que se está jugando el ascenso y no lo que en realidad hay. Pero no lo olviden, el Córdoba es así y su afición tiene una capacidad de sufrimiento a prueba de marcapasos. El tranvía del Córdoba se llama permanencia.