
“¡Buenos días, Antonia, ha salido el 62!”, anuncia con jovialidad Rafaela Trillo López a una de sus clientas en la puerta de una tienda de ibéricos en el cruce de la calle Santa Rosa con la avenida de los Almogávares, donde tiene el punto de venta esta mujer que ha sido elegida por la ONCE como su vendedora del año en la provincia de Córdoba.
Rafaela tiene 47 años y sufre una discapacidad visual del 75 por ciento por retinopatía y degeneración macular, motivo por el que se afilió a la Organización Nacional de Ciegos Españoles hace 16 años. Casada y con dos hijos siempre ejerció de ama de casa pero en octubre hará seis años que comenzó a vender cupones por motivos familiares.
El lugar que la ONCE le asignó es el que mantiene desde entonces, sin quiosco, al aire libre. Allí atiende a sus clientes, la mayoría fijos ya y muchos de ellos incluso amigos. Cuando se disponía a comenzar a vender pensaba que no sería capaz de hacerlo por su timidez, que no iba a ser capaz de tener el trato que ha conseguido con la gente ni atender a todo el mundo con el desparpajo que lo hace, pero lo cierto es que ahora cuando hay algún sorteo extraordinario incluso lo pregona.
Ella vive en el Campo de la Verdad y de martes a sábado se desplaza a Valdeolleros en autobús con su puesto portátil para repartir ilusión y suerte. Pero, ¿da muchos premios? “¡Qué va!”, responde ella. “Eso me dicen mis clientes, que tengo que dar el premio gordo, pero todo se andará”, continúa señalando Rafaela, que hasta ahora ha conseguido alguno de hasta 500 euros en el Rasca y espera algún día devolver “todo lo que me han dado” las personas que le compran.
Parece mentira que pensara que no sería capaz de atender a la gente pues lo que más le gusta ahora es el trato con las personas. “El cariño que te devuelven es lo que más me ha llenado”, comenta. Y a ella le cuentan sus cosas del día a día muchos de los que van a comprarle fielmente. Hasta tal punto hay conexión que tiene un cliente que todos los días por las mañanas le lleva un café, otra a la que ella llama su “madre” de Santa Rosa que acude a cuidarle el punto de venta mientras Rafaela va al baño y muchos que incluso cuando el año pasado estuvo enferma e ingresada en el hospital acudieron a visitarla.

Mientras hablaba este miércoles con La Voz de Córdoba llegaban hombres y mujeres a comprarle no sin antes pedirle que les comprobara con su maquinita si les había tocado algo el día anterior. Uno de ellos es Manuel, que se entera allí de que Rafaela es vendedora del año de la ONCE en Córdoba. “Y además se lo merece -asegura este hombre- porque es maravillosa, una mujer encantadora, una muchacha estupenda, muy agradable y servicial, no tienes problema con ella si le dejas a deber algo, ella al cliente lo trata maravillosamente”. Por eso, Manuel le compra todo el año menos los días de descanso: domingo y lunes, que Rafaela aprovecha para ir a andar o al cine aunque le tengan que contar a veces lo que está pasando en la pantalla debido a su escasa visión. Pero sobre todo dedica sus descansos a estar con sus padres, marido e hijos, que es lo que más le llena.
Precisamente su familia está si cabe más contenta que ella con el reconocimiento que este sábado recibe en Málaga por parte de la ONCE. Ella no lo esperaba cuando se lo comunicaron hace dos semanas, porque “lo único que hago es intentar hacer mi trabajo lo mejor posible”, dice con humildad, aunque precisa que “es muy bonito que te reconozcan”.
Y, ¿por qué ella este año? Desde la delegación de la ONCE en Córdoba indican que «utilizamos unos baremos basados en ventas pero también hay una parte cualitativa». Así, se ha valorado, además de «los buenos resultados económicos» que arroja la actividad de Rafaela, «la participación en la organización, en su caso está muy implicada con nosotros, colabora con proyectos nuestros, y es una buena vendedora que atiende muy bien al público, es un compendio de actitudes y aptitudes y ellas las reúne».
Rafaela vende muchos más cupones y juegos del mínimo que le pide la ONCE cada jornada pero se quita el mérito para otorgárselo a sus clientes que “vienen todos los días, si ellos no vinieran…”, señala. Pero ella va a buscarlos también. “Cuando terminas de hacer tu punto de venta te das una vueltecita por el bar, la peluquería, el pescadero… y se los llevas”, explica. Así hasta que echa sus ocho horas diarias.
Y aunque no está bajo techado y sufre el frío, el calor o el agua cuando llueve y se ve obligada a refugiarse en la entrada techada de la cercana tienda de ibéricos, dice que a la gente le gusta más el trato sin ventanilla de por medio. Por ejemplo a Francisca, una mujer mayor que le compra cupones todos los días. Cuando va charlan un ratito y “me da algunos premios”, indica, como cuando le tocaron 50 euros. Y es que Rafaela Trillo es, además de vendedora, una amiga que esta clienta espera que algún día le permita repartir un buen premio entre sus nietos. Y ni una ni la otra pierden la ilusión.
