La tradición marca que la fiesta de la Epifanía esté precedida en su víspera por la llegada de los Reyes Magos en una Cabalgata cuyos medios y esplendor han variado a lo largo de los tiempos sin que nunca faltase el ingrediente esencial de la misma, que no es otro que el brillo de la ilusión en los ojos de un niño.

Precisamente, este elemento fue el que dio pie a la primera Cabalgata de Córdoba. El párroco de San Francisco, Carlos Romero, escuchó en 1924 a un niño de las Escuelas del Ave María, situadas junto a la parroquia, contar que su abuelo lo llevaba todos los años al Puente Romano para ver si llegaban los Reyes Magos. Esto dio pie al sacerdote para hacer en Córdoba lo que ya se hacía en otras ciudades de España desde finales del siglo XIX.
Así pues, a las seis de la tarde del 5 de enero de 1925 se abrían las puertas de la Posada del Potro y se ponía en marcha una Cabalgata que haría historia. Carlos Romero se buscó la vida no sin esfuerzo para poner en pie un modesto cortejo, sino para conseguir donaciones de regalos suficientes para obsequiar el día 6 a los niños del Hospicio, de la Casa de Expósitos y para los alumnos de las Escuelas del Ave María.
Podemos imaginar la estampa: un joven a caballo abría la Cabalgata con una estrella iluminada y tras él los niños de la escuela parroquial de San Francisco, unos con antorchas, otros con ramas de olivo. Una carreta tirada por bueyes llevaba los regalos y tras ella los Reyes Magos, encarnados por Emiliano Costi (Melchor), Francisco Diéguez (Gaspar) y Antonio Diéguez (Baltasar). Tras ellos, la banda de las Escuelas del Ave María.

El recorrido era igualmente tan modesto que se limitó a dar una vuelta por el barrio y poco más. Según el callejero de la época, la Cabalgata discurrió por la plaza del Potro, Lucano, San Fernando, Librería, Claudio Marcelo, María Cristina, Alfonso XIII, plaza del Salvador, Joaquín Costa, San Fernando, Maese Luis y Armas, donde se disolvió el cortejo en la puerta del Centro Católico.
Con la finalidad de evitar gastos, Carlos Romero le pidió al fotógrafo Garzón que le prestara tres trajes de árabes de los que tenía en su estudio de la Puerta del Puente para que los turistas se hicieran fotos ante una simulación de la Mezquita. Allí se vistieron Costi y los hermanos Diéguez y fueron hasta el Potro en un coche de caballos cerrado para que nadie los viera.
El éxito de la primera edición
El momento culminante de la Cabalgata ocurrió en la calle de la Feria. Allí, en el cancel de la ermita de la Aurora se había dispuesto un altar con una imagen del Niño Jesús que fue adorada por Melchor, Gaspar y Baltasar.

El éxito de esta primera Cabalgata fue tal que la del año siguiente creció en todos los aspectos. La Posada del Potro era incapaz de acoger todos los preparativos y el cortejo se organizó en la Posada de la Herradura. El itinerario se amplió considerablemente: Lucano, San Fernando, Librería, Joaquín Costa, Alfaros, Puerta del Rincón, Campo de la Merced, Hospicio, Reyes Católicos, Gran Capitán, Gondomar, Jesús y María, Ángel de Saavedra, Blanco Belmonte, plaza de Buenamente, Céspedes, Cardenal Herrero, Torrijos y Casa de Expósitos donde finalizó.
Al igual que el recorrido, el cortejo también se amplió a la vista del éxito del año anterior. Como ejemplo, fueron cuatro las bandas que amenizaron musicalmente el recorrido: la del Regimiento de la Reina, la Banda Municipal, la de los Salesianos y la del Ave María.
Este año inició el Ayuntamiento su colaboración con la cesión de la Banda Municipal, y el alcalde, José Cruz Conde, decidió que se le hiciese un regalo a los niños de todas las escuelas públicas de la capital.
Homenaje a Carlos Romero en una carroza de la Cabalgata

A partir de este momento se fueron sumado más apoyos y colaboraciones que hicieron más fácil el trabajo de Carlos Romero, quien no olvidaba el fin fundamental de la Cabalgata, que no era otro que llevar regalos a los niños que no lo tenían. Año a año fue ampliando el grupo hasta llegar a los hijos de las reclusas y a los ingresados en los centros asistenciales de la capital.
Este sacerdote se encargó de organizar la Cabalgata de Reyes, con los altibajos propios de la Segunda República hacia toda celebración religiosa, hasta su fallecimiento en 1945. Al año siguiente se le rindió homenaje en una carroza en cuya parte posterior se colocó un gran retrato de Carlos Romero con la leyenda en latín: «Los justos no mueren».