No fue una tarde cualquiera la que hoy se conmemora. En 1992, la Feria de Nuestra Señora de la Salud aún se celebraba en el Paseo de La Victoria y Córdoba se debatía en una pasión desmedida por dos novilleros. Uno de ellos toreará esta misma tarde en el coso de Los Califas; mientras que el otro -hace ya un cuarto de siglo- pisó el albero del templo del toreo cordobés para tomar la alternativa. Y así, Rafael González Chiquilín escribía la historia de una afición que aún lo admira, lo quiere y respeta.
No era un día al uso. La ganadería, Jandilla, una de las más laureadas; el padrino el propio Curro Romero, el Faraón de Camas; el testigo, uno de los toreros con más personalidad que recuerda la tauromaquia moderna, Julio Aparicio. Con aquel cartel de excepción, Chiquilín logró cortar una oreja a Canalla, iniciando un camino que, dos años más tarde, se ratificaría con la confirmación en Las Ventas. En la memoria de la ciudad queda el comienzo de la de 1990, cuando su mano a mano como novillero con Juan Serrano Finito de Córdoba colgó el cartel de “no hay billetes”, haciendo brotar una pasión que no se ha vuelto a repetirse.
Los homenajes de estos últimos meses han tenido momentos de especial brillantez. Uno de los más especiales fue la capea que tenía lugar el pasado mes de abril. Con sus beneficios en favor de Cáritas de la Sagrada Familia y la obra social de la hermandad de Jesús Caído, el dividendo de aquel festejo, entre amigos como los maestros Jaime Ostos y José Luis Moreno, fue a parar a los más necesitados. La Hacienda El Cordobés fue testigo de la grandeza de un artista que quiso recibir un merecido homenaje, entregándose a los demás. Y es que el torero lo es dentro, pero sobre todo fuera de la plaza.