Nueva diadema con motivo de la coronación pontificia de María Santísima de la Paz y Esperanza


La pieza es fruto de una donación de la familia Fernández Poyatos y otra familia devota, y será realizada por el orfebre cordobés y hermano de la cofradía Jesús de Julián

María Santísima de la Paz y Esperanza./Foto: Jesús Caparrós
María Santísima de la Paz y Esperanza./Foto: Jesús Caparrós
María Santísima de la Paz y Esperanza./Foto: Jesús Caparrós
María Santísima de la Paz y Esperanza./Foto: Jesús Caparrós

Ante el jubiloso acontecimiento de la coronación pontificia de María Santísima de la Paz y Esperanza surge la idea, por parte de dos familias devotas, de obsequiar a nuestra bendita Madre con una diadema en señal de devoción y agradecimiento por todos los parabienes recibidos.

Como ha informado la cofradía de Capuchinos en un comunicado, Jesús de Julián Córdoba, hermano de la Paz desde su nacimiento, realizó el grado superior de orfebrería, obteniendo el título de Técnico Superior de Orfebrería y Platería. Para la imagen de nuestra Titular ya realizó el diseño de su palio y de la corona de plata estrenada en 2013, así como los fanales del paso de misterio. Entre el resto de sus obras destacan el banderín de la A.M. Cristo de Gracia de Córdoba, la diadema para María Santísima de la Esperanza (Cuenca), la corona de Nuestra Señora de los Dolores de Bailén, un nimbo para la imagen de santa Ángela de la Cruz (hermandad de la Pastora de Triana) y un cetro para la Virgen de la Cabeza coronada de Rute.

Diseño de la diadema realizado por Jesús de Julián.

El diseño de la diadema de María Santísima de la Paz y Esperanza está concebido a modo de transición, entre el ajuar realizado para la imagen durante los últimos años y la que será la nueva presea de coronación, motivo por el que se opta por la bicromía. De esta manera se aprecia una clara distinción de elementos, según sea plata en su color o plata dorada, a modo de dos piezas sobrepuestas.

La iconografía presente en el diseño de la pieza tiene como eje vertebrador el Evangelio, que presenta como modelo de fe y caridad a la Santísima Virgen. Ella, como criatura predilecta de Dios, se presenta ante los ojos de la creación como Madre de Cristo, Madre de la Iglesia y Reina de la Paz.

En la franja inferior aparece una leyenda en latín: «In quamcumque domum intraveritis primum dicite pax huic domui» (al entrar en cualquier casa, bendíganla antes diciendo: “La paz sea en esta casa”.), texto extraído del Evangelio de san Lucas (Lc 10,1-7). Esta es la llamada de Jesús a la evangelización, que está establecida como fin de la hermandad de la Paz, ya que sus miembros ejercen la labor de propagación del Evangelio trayendo consigo la paz.

La naturaleza terrenal de la Santísima Virgen se presenta en el segundo cuerpo del diseño mediante diferentes elementos presentes en la naturaleza, en plata en su color, que circundan la diadema entre la franja inferior y la ráfaga de luz. Este segundo cuerpo se corona con sendas laureadas de olivo, en alusión a que la Santísima Virgen fue enaltecida por Dios como Reina del universo, con el fin de que se asemejase de forma más plena a su Hijo, Señor de señores y vencedor del pecado y de la muerte (LUMEN GENTIUM 59).

En el tercer cuerpo, en el centro de la diadema, aparece dentro de una hornacina una matrona rodeada de niños, una representación alegórica de la virtud teologal de la Caridad, por la que amamos a Dios sobre todas las cosas por Él mismo, y a nuestro prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios. La matrona reconforta y alimenta a los pequeños, y éstos a su vez alzan flameantes antorchas como símbolo de ardiente vínculo, fruto del ejercicio de esta virtud.

En la parte superior de la pieza aparece una ráfaga compuesta de rayos rectos a modo de haces de luz. El empleo del dorado en esta zona acentúa, estética y simbólicamente, que María Santísima es la “Llena de Gracia”, la mujer vestida de sol de la que nos habla el Apocalipsis, y coronada de doce estrellas, distribuidas en el perímetro de la pieza. En el centro, la cruz se impone triunfante como consecuencia del sacrificio en ella realizado por Nuestro Señor Jesucristo, que murió para la salvación del hombre y venció al pecado y a la muerte en su Sagrada Resurrección.