A unos 24 mil pies de altitud, camino de la feria internacional alimentaria ANUGA me viene a la mente la palabra felicidad.
Profesionalmente vuelas feliz porque nos espera en la feria el mostrar una parte de nuestra tierra, de nuestro olor y sabor.
Vendes un producto en el que el éxito no está solo en él, también muestras de donde proviene, su magnífica calidad y el buen hacer del equipo.
Poder enseñar ese trabajo de años, te hace feliz.
Pero, por otro lado, en el aspecto personal, te lleva a pensar en todas las necesidades, de tus niños, que quedan huérfanas esos días, el abandonado mimo a tus padres así como el calor de tu pareja que se queda en deseos de regresar y continuar un camino común de futuro.
Con ese antagonismo de sentimientos, muy íntimos, me pregunto qué representa realmente para cada uno de nosotros, la felicidad.
¿“Estoy a gusto conmigo mismo, estoy satisfecho con mi vida o, simplemente, soy feliz”? Son preguntas que sólo dependen de nosotros.
Y pienso que debe existir una economía de la felicidad totalmente medible y cuya investigación sea posible a partir de este reporte que las personas hacemos.
Donde la información pueda ser utilizada para analizar las causas de la felicidad y las oportunidades de acción para contribuir a tener sociedades donde la gente sea feliz.
Indago y, curiosamente, hoy en día, hay varias oficinas nacionales de estadística que siguen esta metodología de medición de la felicidad.
Donde la investigación en estos años ha mostrado que la gente feliz tiene un comportamiento más pro-social, tiende a vivir más años y enferma menos.
Como empresaria siempre he considerado que la felicidad es importante y sus resultados, en el equipo, son positivos.
Entiendo que un trabajador feliz es más creativo y creo puede poner mayor esfuerzo y pasión en lo que hace.
Me alegra ver cómo la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas, por unanimidad, aprobó la resolución titulada “La felicidad: hacia un enfoque holístico del desarrollo”. Estableciéndose que las políticas de los estados deben orientarse a este fin, como objeto humano fundamental.
Sin miedo ni pereza me planteo ¿En qué puede la economía generar los mayores niveles de felicidad?
Hoy día, el primer problema, se basa, para la mayoría de nosotros, en una felicidad como meta. Y la verdad que la sociedad y nuestra educación han implantado valores o creencias en torno a lo que nos hace verdaderamente felices.
Por lo que, de primeras, diríamos que la economía de la felicidad se basa en algunas variables económicas como renta, desarrollo… y estas variables son las que afectan en la felicidad de las personas y sus sociedades.
Según estos análisis nos llevaría a, una vez cubiertas las necesidades básicas, aplicar políticas que aumenten la satisfacción de la población.
La felicidad entonces para unos se llama estabilidad, es decir tener cubiertas sus necesidades y, para otros, simplemente tener más, y no únicamente, suficientes bienes materiales.
Pero aún existimos las “rebeldes”.
La felicidad no está donde uno desee que esté sino donde tiene que estar y ejercitándola, estoy totalmente convencida que se encuentra más y más.
Una buena amiga me dijo una vez que hay que dar para poder recibir. Por lo que buscar lo positivo, la felicidad, en el día a día nos devuelve más felicidad.
¿Por qué no hablar de un nuevo índice? La felicidad interior bruta y no el producto interior bruto, al que estamos acostumbrados.
No creo que sólo para medir esa felicidad se deba trabajar en desarrollos de forma sostenible, en incrementar los niveles culturales, como educación gratuita, establecer un buen gobierno con sanidad gratuita o servicios sociales apropiados.
Es verdad que el apoyo institucional, perdón me gusta más decir, la contribución solidaria de todos los que estamos en activo gestionado por instituciones, ayuda a que esa estabilidad se consiga y comencemos a hablar de felicidad.
Pero no es más feliz el que más bienes materiales tiene.
La familia, la amistad, los miembros que formamos una familia empresarial, que día a día levantamos la puerta de “abierto” con nuestra mejor sonrisa. Ahí reside la felicidad.
Felicidad en una tierra que nos alumbra día a día y nos muestra sus mejores galas. Sus mejores callejas, sus mejores profesionales, productos.
Esa sonrisa forzada que se va relajando conforme las famosas hormiguitas de la barriga te van dejando.
Donde una sonrisa de complicidad de una amiga, e incluso un ex, te permite decir hay que amar esta vida y ser feliz.
Qué fácil se lo ponemos a los políticos con nuestra felicidad. Con ella podemos felicitarlos, o reírnos de ellos.
A nuestros enemigos, rivales o competidores cediéndoles el paso, al no perseguir ser los más ricos del cementerio sino querer vivir felices.
Poder ir hacia donde la felicidad me lleve. Tiene su puntito.
Hacer crecer una economía basada en la felicidad ¿una nueva alternativa política?
Sea como sea trabajemos en común por una economía de la felicidad.