Si existe un tiempo, en el que esos seres que partieron a lo eterno, se hacen más presentes, es sin duda en los días Santos. Reconoceremos la esquina que ellos nos descubrieron, donde veíamos con inusitada emoción, como se acercaba el Misterio que más nos gustaba. Presentiremos el perfume de los ausentes, entre los varales del palio que cobija su devoción, difuminado entre las calles de la candelería y las lágrimas de la Madre de Dios. Reviviremos, las enseñanzas que nos legaron a modo de vivencias, sobre las autorías de los Crucificados de carnes barrocas y llagadas, y de morados estigmas góticos, al paso de las imágenes a las que entregaron sus fervores.
Retornaremos a la ilusión de los niños, a la bolsa de carbonero, a la dalmática del acólito y al nazareno de la Borriquita, que se reviste de inocencia infantil y sonrisa de piñonate, con los mismos ojos de caramelo en los que los ausente, se reflejaron, en un tiempo, cuando fuimos niños. Y volveremos a intuir sus manos sobre nuestra túnica y sobre la frente, con los besos del aire y la señal de la Cruz hecha nube de incienso. Queden estas sentidas palabras en honor y para gloria, de aquellos que fueron y siempre serán parte y fundamento de nuestro ser. Para los que un día partieron, ligeros de equipaje, a la voz de mando del Capataz Eterno que habita las Gloria de los Cielos.
Este es el tiempo sin tiempo. El reencuentro esperado con lo vivido.
La etérea presencia de la llorada ausencia.
No dejen de sentir las presencias de las ausencias, solo son siete días para sentirlas, justo cuando Córdoba se torna Jerusalén, Dios bendice nuestras calles con su sangre y con las lágrimas lloradas de su Madre.
Paz y Bien.