Diario de un confinamiento: Día 19. El café.


La cafetera de supervivencia.

Tengo un despertador al que no sé cambiarle la hora. Es de diseño. Parece un taco de madera. Sigue sonando a las siete de la mañana que ahora son las ocho. O sea, que el móvil me suena a las siete y a las ocho salta la alarma del taco de madera negro porque para él son las siete. Tengo dos alarmas por el precio de una y mi gran torpeza para encontrar el setting mode de un despertador comprado, no se lo van a creer, a China.

Se me ha roto la cafetera unipersonal. En realidad me la dejé con la vitro encendida y a la 1 del mediodía ya me escamaba el olor extraño que había en el piso. Era como a café pero no exactamente, con matices de cebolla y gomilla para sujetar el pelo asada. Cuando me percaté, la cafetera pareció mirarme. Si el gobierno de España usa el pensamiento mágico para combatir una pandemia no veo yo la razón para no ser animista. O sea, que la cafetera me habló con lágrimas por la válvula. No puedo salir a comprar una goma a la ferretería porque no me deja el Gobierno salir ni a la ferretería abrir. Las ferreterías deberían ser esenciales. Lo son, de hecho.

No es buena idea hacer café con una cafetera italiana con la goma quemada, porque sabe raro. Bueno, raro es un término generoso. No sé si recuerdan los optalidones: pues el sabor es parecido a como cuando el optalidón producía  reflujo gástrico. Despertarte te despiertas, eso sí.

Dispongo de una cafetera grande para cuando tengo visitas, cosa que no ocurre nunca. Y ahora menos. Como tengo la medida tomada de la cafetera chamuscada pues la sigo llenando de agua hasta la válvula y me sale café para dos tazas. Lleno una y me cabe una nube de leche. Estoy ahorrando leche, pero me voy a quedar sin café. Esto del confinamiento es una continua encrucijada.

El exceso de café me ha hecho comprender por qué la gente acaparaba papel higiénico, por cierto. He tenido una epifanía intestinal.

Hacer la compra por internet puede parecer más cómodo y seguro, pero tal y como está la demanda, si hago el pedido hoy me lo traen para el próximo confinamiento de la segunda ola. Tengo que ser demasiado previsor y en mi cabeza imaginar qué se me va a acabar antes, cual es el menú que debo poner, si la fideuá de revuelto de verduras congeladas con caldo de carne es una buena idea para comérsela uno solo en la más absoluta soledad o debo optar por otros métodos menos homicidas. Cuando está a punto de llegarme la compra me aparecen dos emails en el correo: uno me informa que la mitad de lo pedido ya no lo tienen. El otro de que mi paquete está ‘en reparto’ pero unos días más tarde de lo previsto. Me voy a hacer una fideuá con café hoy para improvisar.