Encarcelar señoras y liberar golpistas


Son señoras incómodas para el discurso único, para el negocio capitalista, para el feminismo totalitario, para la verdadera libertad

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El pasado sábado un grupo de personas, mayoritariamente señoras, se manifestaron en el bulevar para protestar contra la futura reforma del código penal que el PSOE (el partido del pueblo güeno) pretende llevar a cabo para castigar con hasta un año de prisión a quienes osen molestar a las abortistas que acudan a una clínica de las que hay a tal efecto de interrumpir los embarazos, que tal es el verbo eufemístico que se usa para evitar llamar a las cosas por su nombre.

Alegan desde el Gobierno que las clínicas y una encuesta de esas que preguntan lo que uno quiere escuchar, han solicitado que se las proteja porque las señoras – no en concreto las del bulevar, sino las señoras en general- se apalancan frente a las clínicas e insultan, increpan y coaccionan a las  mujeres que allí acuden. Podríamos pensar que increpar, insultar y coaccionar son acciones punitivas que quedan recogidas para ser sancionadas en el amplio articulado del Código Penal pero en este caso las clínicas quieren una ley a medida para que no se les fastidie el negocio, que en realidad de eso se trata.

En una sociedad libre y democrática se contempla el ‘derecho’ al aborto como se debe amparar y respetar el derecho a no apoyarlo. En realidad se legisla y se dota económicamente mucho más al abortista, al aborto y su industria que a quienes discrepan y ofrecen alternativas, porque en realidad es eso. No va de insultar. No va de juzgar. No va  de criminalizar. Consiste en informar de otras posibilidades. Libertad, básicamente.  

Las señoras que se colocan con infinita paciencia en las clínicas abortivas, en sus inmediaciones, reparten folletos que se han pagado ellas, dejan de atender a su familia durante unas horas y les dicen a las muchachas que allí acuden que hay otra posibilidad, que no es la única vía, que porta un ser único e irrepetible que merece vivir, que no tiene por qué ser condenado. Puede que algún ocasión  se haya soltado un exabrupto, no lo dudaré. Son señoras humanas y pueden ponerse nerviosas a veces, o sencillamente respondieron ellas a otros insultos. Es normal, por otra parte, insultar al antiabortista, a quienes defienden la vida sin excepciones ( y no apoyan la pena de muerte tampoco). Lo sé porque yo soy uno de ellos y pagué (y pago) mi precio de impopularidad e improperios por ello. Lo viví en la plaza de Capuchinos, cuando tuve el honor de presentar la primera concentración por la vida en diciembre de 2009 y dejaron de hablarme algunos amigos que, obviamente, resultaron no serlo. O cuando se me encaró un idiota porque llevaba el lazo blanco aquel año, durante Semana Santa, en que desde la Agrupación de Cofradías negaron la vida del nascituru en tres ocasiones para que la alcaldiosa Rosa Aguilar no se molestara – ni les cortara el grifo, supongo-  en un episodio triste de la lucha incomprendida, ingrata y dura de la defensa de la vida. Ingrata porque incluso muchos de los mismos que dicen defenderla con ampulosidad te dejan más solo que la una cuando hay que dar la cara. Y la cara hay que darla siempre, si no para qué estamos aquí, hermosos y hermosas.

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Pero no seguiré con el testimonio personal, que ese se queda para otra ocasión en que de verdad desee aburrirles. Hoy hay que mirar a esas señoras que van a ser perseguidas por la ley porque coaccionan, parece ser. Son señoras incómodas para el discurso único, para el negocio capitalista, para el feminismo totalitario, para la libertad, la verdadera libertad que consiste en dejar a la vida seguir su curso natural y tratar a los seres humanos como tales desde su concepción. Esto ya suena a chino, porque a estas alturas del siglo, en España, las mentes están netflixeadas convenientemente para obedecer a la Agenda Suprema, pero yo quiero volver a decirlo aquí: el ser humano lo es desde la concepción y tiene derecho a nacer y a vivir, y la madre la obligación, cuando menos, de ponerlo en el mundo. Y si no lo quiere, ahí están las señoras esas que ahora quieren encarcelar y mucha más y buena gente dispuesta a dar el amor que ellas niegan. Ocurre que esas señoras, a las puertas de las clínicas, hacen de espejo. Reflejan el miedo, el horror de la persona que en su alma sabe perfectamente que no va a permitir una interrupción, sino una muerte. Una muerte definitiva e irreversible como toda muerte. Y a un ser inocente e indefenso. Y eso  duele, claro. Quítenme  el espejo que me escupe la realidad de mis actos y desnuda su negocio, tal es el mensaje que esas señoras provocan con su presencia.

En vista de cómo transcurren los acontecimientos seguramente la reforma penal llegue y las multas  a las señoras también. Siempre es más fácil meter en la cárcel a las abuelas que tener los huevos de gobernar por ti mismo, sin separatistas que te marquen la agenda y demostrar que toda la pose que pones de presidente se corresponde con la de un hombre que se viste por los pies. Pero no, es más estratégicamente rentable soltar a los golpistas condenados y sonreír. Para creerte importante, progresista y popular ya tienes a las abuelas amedrentadas, gracias, por cierto, a  la madre que te parió ( y no te interrumpió).