
Estamos sufriendo el acoso inmisericorde de la responsabilidad social corporativa. Todas las empresas se empeñan en hacernos ver que son buenas, sostenibles y solidarias. Incluso las eléctricas. Nos clavan puñales de euros para salvar al planeta del apocalipsis climático y las universidades privadas de los hijos de los directivos de Iberensa o Endrola y de los exministros colocados en sus consejos de administración en una de las vueltas de las puertas giratorias. Salvarán hasta el futuro de los nietos de Kichi y Colau, con sus eléctricas públicas, que son el timo de la estampita rogelia, otro de tantos y de tontos que los creen con fe carbonera.
Hace aproximadamente unos 20 años que la responsabilidad social corporativa se emplea a fondo como estrategia de relaciones públicas y que entró como disciplina en el corpus académico de los estudios sobre comunicación. Los políticos lo habían descubierto antes: besaban niños en las campañas electorales.
Besar niños en la actualidad, como gesto de promesa política, es complicado por aquello de que hay que pixelar al niño y ya no queda la cosa tan mona como antes. Así que se opta por las causas solidarias para que triunfen en las redes sociales sin atender los derechos de imagen. A un afgano, por ejemplo, no hay que pixelarlo. Y si es afgana, viene tocada con velo.
Últimamente, por cierto, se está promocionando en España el velo veladamente, como lo hace todo Netflix, la Secta e Instagram, sin desmerecer la impagable labor lobotómica de Tik-Tok. En el proceso de ingeniería social para la futura sociedad tolai ahora se vende como trendy lo del turbante o velo o eso que le ponen a las mujeres musulmanas religiosa y culturalmente hablando y que por supuesto merece todos nuestros respetos. Aunque despista el hecho de que las queremos con velo y emponderadas a la vez. Esperamos con ansiedad que nos lo explique alguna ministra de la iglesia laica de Sánchez.
No hay que irse hasta el rango ministerial, de todas maneras, para adquirir dosis de moral, solidaridad y neocatecismo. Ahora cualquier edil, incluso de Cuenca, o del mismo Córdoba, se solidariza con Afganistán. Con sus mujeres principalmente. “Empondera una afgana”. “Adopta un afgano”. Son los lemas de nuestros días. Suelen venir acompañados de foto preelectoral y sonrisa profidén.
Queda mono. Queda cool. Queda trendy. La responsabilidad social corporativa es la nueva moral de este tiempo que tiene este afán de pose y muestra, de gestos. En realidad son los gestos los que nos gobiernan sobre todo desde Moncloa y desde la pandemia china. Y los gestos se contagian a todas las ‘fuerzas políticas’, que es el eufemismo hinchado de ‘partido político’.
La labor humanitaria es, por tanto, un gesto trendy. Es el Evangelio de San mateo el que recoge aquello que advirtió Jesús de que tu mano derecha no sepa lo que hace la izquierda. Los hipócritas iban pregonando sus limosnas en las sinagogas y las calles para ser honrados por los hombres.
Ahora la honra importa poco, pero por un voto, por un voto hasta te mandan un afgano a casa junto con el programa electoral.