Una ensoñación peatonal


En el asfalto en el que unos vieron sostenibilidad otros se han sentido agraviados.

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José María Bellido, con los vecinos de La Viñuela. /Foto: JC

Vivo al lado del independentismo peatonal y no lo sabía. Mis vecinos han realizado un referéndum para solicitar que el tráfico regrese a La Viñuela, que fue peatonalizada hace poco más de un año. El objeto de la peatonalización era devolver la gente a la calle y a las tiendas pero la gente prefiere aparcar, lo cual es un milagro en este barrio. La gente, el barrio o los vecinos no institucionalizados han comprado unas urnas en los chinos y han hablado. Bien es cierto que nadie me avisó pero no me extraña porque yo soy un ser fronterizo, un lobo estepario. Soy el Hermann Hesse de Sagunto, un tipo que vive en Levante pero con el alma en el Campo de la Verdad. No figuro en el censo. No existo salvo para Hacienda que es donde estamos digitalizados casi todos los trabajadores y nuestras plusvalías especuladoras.

Llevo, no obstante, el suficiente tiempo por aquí  como para comprobar que algo no cuadraba en la peatonalización de La Viñuela, esa zona muerta cual novela de Stephen King incluso tras la pandemia o en estos últimos coletazos covidianos. Nada que ver con la hermana Avenida de Jesús Rescatado, tan dinámica, con sus autobuses de Aucorsa, sus dobles filas, su zona azul, la sinfonía de cláxones y en la resistencia del comercio de cercanía que defienden sus tenderos y Rafael Bados, que no para de pensar cómo hacer frente al signo de los tiempos y del mercado y de Internet y de las grandes superficies y del amazonismo. Este es un centro comercial abierto desde el que retransmito la vida que ahora conozco como en un ritual de iniciación que me lleva no sé a dónde, porque yo estoy aquí de paso mientras espero regresar al hogar.

En el asfalto en el que unos vieron sostenibilidad otros se han sentido agraviados. Son puntos de vista diferentes desde una política municipal que busca el consenso y difícilmente se encuentra, sobre todo en este barrio que no hacía caceroladas a Sánchez durante el confinamiento. El alcalde ha prometido humildad en lo que ya parece ser un error y eso ya es mucho más que la propia enmienda, porque los alcaldes no tienen nadie al oído que les recuerde el memento mori y sí disponen de asesores que los afotan para el Instagram, que es una realidad virtual y no permite oler el secesionismo que te puede crecer ahí al lado, en la misma Viñuela.

Los vecinos piden coches para disgusto de Pernici, la edil que nos recordó que el coche mata. Igual es que el comunismo se apaga y sus educadores municipales también como ahora se jubilan por oleadas los enchufados de aquellos alcaldes que tuvimos. Todo cambia y solo el Peugeot 2008 permanece buscando dónde aparcar porque eso nos da la vida aunque nos avisen que nos lleva a la tumba. Igual es que ya no tenemos miedo al apocalipsis sostenible porque demasiados miedos llevamos ya encima, apagón incluido, para que no nos dejen coger el coche aunque haya que estacionar en la Fuensanta.

Cuando acuda de nuevo a La Viñuela a por té pu-erh con naranja y canela, que es lo que compramos los tíos raros que vivimos en barrios que no son los nuestros, sabré que entro en zona de sedición vecinal, donde se ha vivido una ensoñación peatonal que rebaja la pena de un delito de consenso roto por evangelizar con la sostenibilidad cuando en el fondo la gente lo que quiere es que no le toquen la vida más allá de su normalidad y costumbres. Esas que no se suelen ver desde las elevadas instituciones que nos quieren salvar.