Puede que en efecto la Transición cerrara en falso pero no porque haya derivado en democracia sanchista sino porque vivimos en plena fobocracia. Tenemos miedo de casi todo y si ni lo sentimos, nos lo mandan por Twitter.
Miedo al desabastecimiento, por ejemplo. Esa cosa que entra al ir al Mercadona y ver que no hay tortillas de patatas con cebolla o cruasanes con chocolate. El hombre contemporáneo se conforma con un horror vacui sencillo, modesto y repostero. La mujer también. Matizo esto último porque yo, por ejemplo, tengo miedo a la policía del género y su perspectiva, tan atenta. A poco que te descuides te montan un juicio sumarísimo por delito machista de heteropatriarcado, fenónemo etnográfico extendido que debe aterrorizar a la mujer o mujeres que corren el constante riesgo de ser atacadas – por los tíos- cuando vuelven solas y borrachas a casa, salvo en Baleares, donde los socialistas aplican una normativa insular al abuso de menores consistente en hacer como que no pasa nada. Los politólogos llaman a esto el ’Efecto Word Perfect’, descubierto y patentado por la esposa de Juan Espadas.
Otro miedo que parecía superado pero no es el de la vacunación. Si habíamos hecho ejercicios de visualización imaginando que superábamos el virus con la vacuna ya inyectada, nos avisan de una tercera dosis porque las otras dos hacen poco efecto o casi ninguno a los cuatro meses de haber sido introducida en nuestros cuerpos serranos. Todo esto según los expertos, que también son un miedo en sí mismos, porque hasta los alcaldes se nos han vuelto epidemiólogos.
Puede ocurrir que no haya dosis suficientes de vacunas si se produce el gran apagón. El gran apagón consiste en que te ahorras un pico del recibo de la luz- que es otro pavor a fin de mes- pero te quedas sin ver Netflix y sin wifi. Sin electricidad igual podemos sobrevivir pero sin wifi no. ¿Por dónde nos íbamos a enriquecer intelectualmente, pues? El gran apagón se cierne sobre nuestras nucas como antes las pistolas de los ahora diputados vascos en Cortes. También sobre ello nos avisan los expertos principalmente desde la Sexta, que es donde está la gente que más sabe como Elisa Beni.
La fobocracia nos mantiene alerta ante cualquier indicio de milenarismo doméstico o catástrofe climática y machista. Puede hasta que Franco resucite, pero en ese caso el miedo sería para el pasajero del Falcon, que saldría por pies o alas y propulsión a golpe de keroseno sostenible. Mirando desde el cielo a sus acojonados súbditos, que temerosos ante la próxima caída del meteorito no se dan cuenta de que el meteorito ya nos cayó hace un par de años. Y no del espacio exterior, sino desde el bolso de Soraya mientras Rajoy estaba en un bar.