Los huérfanos


Jacobo acerca la fruta y se lleva las leches: el gasoil, el refrigerador, el robo, el seguro, el IVA, los autónomos, los municipales

Entre los testimonios que forman parte de la campaña, entre los relatos hilvanados para zarandear a los indecisos y los incrédulos, en medio de los estrados que celebran presidentes condenados como faros morales a los que seguir, a pesar del ruido, las sonrisa forzadas, las imposturas salvíficas y la empatía electoral tan hueca como la biblioteca de una tiktoker, ahí, en las redes, aparece Jacobo, el huérfano.

Lo acompaña Buxadé, de Vox. Parece que el catalán tiene interés en conocer la historia de Jacobo, la orfandad de Jacobo, el olor de Jacobo, olor a sudor y a volante, a horas y facturas, a gasoil y dudas. Buxadé no es nuestro vecino. Parece sacado de un gimnasio para maduros en plena crisis de los 40. Igual es que sencillamente se cuida, el hombre. Aunque hace el esfuerzo por encajar, tiene algo de extraterrestre o europarlamentario, o europarlamentario extraterrestre, que viene a ser lo mismo.  Pero Jacobo es diferente porque es nuestro. A Jacobo lo vemos cada mañana en la zona de carga y descarga. Incluso le pitamos porque llevamos a los niños tarde al cole y Jacobo es el mayor impedimento para cumplir el horario, no nuestra propia demora. Jacobo acerca la fruta y se lleva las leches: el gasoil, el refrigerador, el robo, el seguro, el IVA, los autónomos, los municipales, los hijos a los que ve poco. La vida, en definitiva, que es muy parecida a nuestra vida.

Jacobo se siente huérfano. Le han robado  y ha presentado una denuncia y ha perdido una mañana y no ha servido de nada («los mandaron a la calle», dice como el que comenta que el sol sale por las mañanas). También le han robado al llenar el depósito, pero no ha interpuesto denuncia, porque Jacobo no puede perder el día en comisaría porque tiene que trabajar para pagar el gasoil y al abogado por si le vuelven a robar el gasoil o con el gasoil. Jacobo, el huérfano, también es un hombre resignado. “Robadme, el camión está abierto y no quiero líos”. Buxadé flipa un poco ante esa confesión. Los huérfanos actúan así, con la cabeza gacha que otorga el sentimiento de vacío, de ausencia de padres, de justicia o de norte. Ese es el secreto del éxito de los que han dejado huérfano a Jacobo, el frutero cordobés, y nos han dejado huérfanos a muchos: nos han resignado. La democracia murió no cuando Alfonso Guerra mandó a Montesquieu al despacho de su hermano, sino cuando dijimos y asumimos con resignación “que todos son iguales”.

Ahí nos convertimos en Jacobo, al que, no obstante,  se le atisba un brillo de esperanza en la mirada. Es la esperanza que asusta a los que, como a Jacobo, han robado a otros muchos el gasoil, la patria y las pensiones. Si mañana los esquilmados despiertan en horario electoral, igual tenemos a muchos buscando nuevos chiringuitos adoptivos que les otorguen la protección y el cuidado que le han negado a Jacobo. Pero igual será tarde para eso.