Realidad paralela


Soy un pagador obediente y puntual. Un hombre formal. De la vieja escuela. No tengo púas ni las dejo

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Terrazas, en una imagen de archivo./Foto: LVC

La última subida del IPC y la comparativa de cómo estaban las cosas hace escasamente un año, aporta una idea matemática al esfuerzo físico y anímico que ya estamos soportando en nuestros bolsillos. El titular más repetido en los últimos días es que “los españoles están tirando de ahorros para pasar el verano”, lo cual me sorprende de doble manera: los españoles podemos ahorrar cuando todos los economistas y sociólogos nos acusan de ser unos ‘viva la virgen’- y los gobiernos precisamente no se han caracterizado tampoco por el fomento del ahorro-, y yo a duras penas puedo juntar unos eurillos sin que venga un IRPF traidor o un IVA despistado y me haga un siete en la cuenta.

Si hay un campo en el que me siento verdaderamente aparte del resto del mundo es en el económico, sobre todo en el micro. El otro día le confesaba a Daniel Lacalle que, aunque me leí su libro con interés y mente abierta, el Señor no me había llamado por los caminos de la inversión y mucho menos por los del pelotazo. Aún así me sorprendo de lo mucho que he pagado y sigo pagando a pesar de los avatares, los ministros Montoro y Montero, los derechos beneficiosos e indiscutibles de esa parte de un divorcio que no somos ni usted ni yo, los pagadores gurruminos, los clientes mangurrines, los morosos profesionales, los impuestos indirectos y las licencias informáticas. Es verdad que solo queda un poco de queso para este pan y algo de pan para ese queso. Y no me importa. Soy de los que dan gracias a Dios todos los días y tiro hacia adelante. No necesito un coche caro ni grande, ni un apartamento en la playa (ni dos en el interior, por supuesto) ni salir todas las noches, ni entrar de madrugada, ni ropa de marca ni marcas en la ropa. De hecho tengo prendas que superan la década en perfecto estado de revista – porque la percha también se conserva, las cosas como son- con las que mis hijos se chotean (de un servidor) porque suelo recordarles el tiempo que tienen. Generalmente las acaban usando ellos porque molan, como su padre.

Soy un pagador obediente y puntual. Un hombre formal. De la vieja escuela. No tengo púas ni las dejo. Y los lujos los distribuyo con cuentagotas. Eso sí, cuando me pego un homenaje lo hago por derecho. Como está mandado. Pero no es lo habitual ni tiene por qué serlo.

Confieso todo esto porque no deja de sorprenderme cómo, a pesar de la situación, miro a mi alrededor y observo no solo ya tranquilidad sino dispendio. Planificación de vacaciones a pesar de “que todo está carísimo” y gente a la que hace tan solo unos meses hubo que ayudarle a buscar trabajo, un techo o a pagar el recibo de la luz con un último modelo de móvil y haciéndose fotos para el estado de Whatsapp desde la playa. Y este último ejemplo es un caso personal que he conocido de cerca y en el que me involucré personalmente.

Es por ello que sospecho que una cosa es la economía y otra muy distinta la de la realidad paralela en la que yo, por supuesto, no habito. Igual, puede ser, es que eso del paraguas social acabe beneficiando solo a los que tienen la habilidad de cobijarse bajo él, mientras otros sostienen siempre las varillas mientras arrecia.