A la felicidad por el jamón


Esos caminos inescrutables  me llevaron en octubre de 2019 a Villanueva de Córdoba y fue uno de los días más felices de mi vida.

Una de las buenas cosas que tiene ser cristiano es que puedes comer cerdo. Si eres cristiano viejo, católico y español, la ventaja es doble: puedes comer cerdo ibérico. Si has sido bautizado y vives en la diócesis de Córdoba, los caminos del Señor además te han ubicado cerca  del territorio de la dehesa, en el valle de los Pedroches. Excuso decir si además has nacido allí mismo: la generosidad divina no ha tenido reparo contigo.

Esos caminos inescrutables  me llevaron en octubre de 2019 a Villanueva de Córdoba y fue uno de los días más felices de mi vida. Con este periódico y con Antonio Prieto y José Juan Jiménez fuimos a grabar un podcast en una feria del jamón que entonces estaba en pleno apogeo. Todo el planeta estaba feliz porque aún no había llegado la pandemia y la vida parecía normal e invariablemente buena, y por tanto, recuerdo esta excursión como uno de esos días espléndidos que ya no volverán, porque el virus chino ha cambiado muchas cosas y a pesar de la normalidad recuperada, hay aspectos que no vuelven a ser los mismos.

Rememoro ese día, que para mí suponía el regreso a una actividad que había abandonado durante algunos años. Yo, que he hecho programas hasta en la planta de oportunidades de Galerías Preciados rodeado de señoras que venían a saludar y a comprar sostenes a buen precio, realizar unos exteriores en una feria como esa no suponía una actividad extraordinaria, sino un trabajo más. Pero me equivoqué: lo extraordinario fue la compañía, el marco y el producto.

Grabación de ‘El Coro’ en la Feria del Jamón./Foto: Antonio J. Dueñas

Porque es admirable ver a la gente feliz en torno a una pata de cerdo. Estuvieran trabajando, vendiendo, cortando, o concursando, ese día lo tengo marcado en la memoria como el día que más caras felices he visto a mi alrededor. Y que mejor olía. Un aroma nutritivo, animal, curado, rural, a encina y carne, a tierra húmeda y sal. Lo más similar en sensaciones es la feria del lechón de Cardeña, mi segunda feria favorita.

Un día rebosante de generosidad y atenciones, las que ofrecieron con el corazón abierto la entonces alcaldesa, Lola Sánchez y el concejal Gabriel Duque,  a los que les faltaba tiempo para llevarnos de un sitio a otro y ofrecernos ahora lechón, ahora una paleta excelentemente cortada. Y jamón, claro. Ibérico. De bellota. 100%. Que es como morir e ir al cielo. Villanueva de Córdoba mostró lo mejor de sí misma con ese valor añadido que ya se ha perdido en la capital: el afecto humano.

Como soy abstemio, me tocó conducir- encantado- a la vuelta. Mis camaradas hubieran dado positivo de bellota en sangre. No era para menos. Fuimos más camaradas desde entonces porque lo que unió el jamón no lo ha separado ni el covid. He regresado en años posteriores a la feria, restringida por la pandemia y aún así celebrada con ganas e imaginación. Y este año la Feria del Jamón ha regresado en todo su esplendor y con toda su fuerza, a pesar de la sequía y de otros imponderables.

Pero yo nunca olvidaré la de 2019, en la que fui feliz con los amigos de verdad y en la que el jamón, además de motivo para el trabajo y el homenaje, fue la certeza de que las cosas buenas son inmutables. A pesar de que tengamos un ministros que nos quieren comiendo quinoa para evitar el calentamiento global.