La avaricia invasora


En la calle Antonio Maura un señor pretendía entrar con su vehículo (un Volvo) en la cochera. Pero no podía girar.

Veladores./Foto: LVC

Hace unos días presencié un hecho que me llenó de estupor en un principio y de indignación después. En la calle Antonio Maura un señor pretendía entrar con su vehículo (un Volvo) en la cochera. Pero no podía girar. Una señora sentada en  una mesa velador del bar Moriles se lo impedía. Una señora y toda la acera ocupada junto a otros comensales. El conductor esperó pacientemente, mientras una camarera levantaba a la señora y al resto de clientes, movía el velador, y el señor del Volvo puedo girar sin peligro de atropellar a las raciones de calamares y jamón, y después el tetris hostelero volvió a una posición original que no debería haberse dado. Sobre plano quedaría como Veladores- Cochera- Más veladores.

Días antes observé cómo el mismo establecimiento colocaba mesas en la acera de enfrente, junto al parque Juan Carlos I. Sinceramente me resulto algo surrealista. Los peatones pasaban a duras penas y los camareros debían cruzar la calzada – siempre con tráfico- para atender. No vi inspectores de seguridad e higiene tomando nota de los malabarismos con bandeja y claxon. 

No me parece el bar Moriles un negocio que vaya mal. Debe ser bueno porque siempre, siempre, tiene clientela. A todas horas. Todos los días. No puedo opinar mucho  sobre su cocina porque solo he estado un par de veces en mi vida y,si bien recuerdo que fueron  veladas muy gratas, no diría yo que tuviera algo sobresaliente, aunque esto es una opinión muy personal de quien no es precisamente un gourmet. No obstante, lo ocurrido el otro día, la toma de la acera de enfrente -o la amplia colección de grupos de estudiantes guiris que de vez en cuando se amontonan ante sus puertas esperando entrar y obligando  a los peatones literalmente a tirar por la calzada,- detalles así, ya digo, son los que me hacen sospechar y me alejan de reservar mesa o tomarme un pincho en la barra del famoso bar de Ciudad Jardín.

No he sido un furibundo defensor-del- peatón- por- encima- de- todas-las- cosas y he mantenido siempre la opinión de que había que hacer un esfuerzo condescendiente, sobre todo tras la pandemia, con la hostelería y los veladores. Merecían recuperar, si ello era posible, parte de las pérdidas que el virus les produjo. Siempre he leído con malos ojos a esos grupos de vecinos chivatones y anónimos que van con el metro y la cámara del móvil afotando veladores invasivos para después lloriquear en el Twitter al concejal de turno o al alcalde. Creo que son prescindibles ociosos con las tardes libres y la nómina asegurada.

Pero lo del Moriles ,y lo de otros muchos establecimientos de hostelería, considero que es un abuso que los ciudadanos no se merecen. Me resulta obscenamente avaricioso. Acaparador. Abusivo. De mal gusto. Y una seria infracción. Lo será cuando vuelva de nuevo la regulación que ha anunciado la Gerencia de Urbanismo y que deseo que sea inflexible. Según el plano que ha hecho público la propia Gerencia, al Moriles solo le corresponderán seis mesas tipo T 4 de 1,80 por 1.80 en el acerado. Nada de desembarcar frente al parque Juan Carlos I. Y el del Volvo, que paga cochera e impuesto de circulación, podrá meter el coche sin tener que esperar a que una señora levante su orondo culo mientras acaba de tragarse media de adobo.

Y yo, en cualquier caso, seguiré sin probar las excelencias de su carta, porque no solo se trata de la calidad de la misma sino de la educación que la empresa demuestra, o no, hacia los vecinos y transeúntes que además les dan de comer. Incluso guardando cola, algo que me parece tan de mal gusto como la avaricia invasora de muchos veladores.