El fracaso también es nuestro


Pero ¿y dónde se halla la resistencia? Pues en esa estamos.

La nueva reforma de la denominada ley de salud sexual y reproductiva (que no es saludable ni fomenta la reproducción) y de interrupción voluntaria del embarazo (un eufemismo que ya no nos vamos ni a molestar en matizar) pone a las claras los propósitos de este Gobierno en particular y de gran parte de la izquierda en general: fomentar el egoísmo y dotarnos de herramientas que aumenten ese perfil de niños malcriados y caprichosos que hacen lo que quieren y cuando quieren porque tienen derecho a todo. Así, por supuesto, se ha banalizado la vida no solo como valor sagrado sino claramente humano. Nos quieren sin esperanza, sin proyecto, sin trascendencia, sin horizonte.

Hablar del aborto – para cuándo un debate serio en la sociedad- es señalar hacia otra vuelta de tuerca más en ese propósito perverso de esta gente, que no solo les quita a los padres la potestad que les es suya para con los hijos desde las leyes de enseñanza – el Estado es quien educa y “los niños no pertenece de los padres”, como dijo Celáa- sino que envía un peligrosísimo mensaje (¡Desde una ley!) a las adolescentes: podéis hacer lo que queráis. No hay reglas desde la norma. Que una menor pueda abortar sin tiempo para reflexionar ni permiso de los padres es el ejemplo más claro de esto. 

Saben perfectamente que si despojan a los padres de su autoridad abren una brecha más en la auténtica barrera social que aún queda para su destructiva hoja de ruta: la familia. Y de paso alimentan otro engranaje de esa  maquinaria de ingeniería social globalista que amenaza la libertad y cuyo exponente multicolor es la Agenda 2030.

Pero ¿y dónde se halla la resistencia? Pues en esa estamos. No hay mayor ejemplo de la famosa teoría psicosocial del encuadre que con el aborto, que para empezar se evita denominar así. Se ha desviado tanto la mirada hacia los ‘derechos’ de las mujeres – en vez del indiscutible derecho a la vida- , la autonomía personal (la que no tiene el feto) y la libertad de elección, que en la mayoría de las ocasiones la protesta lícita que conlleva la defensa de la vida se asocia con cuatro señoras aburridas con tiempo libre, a grupos fundamentalistas religiosos y al conservadurismo más rancio. Y a pesar de los esfuerzos de algunos medios de comunicación de mostrar que en la defensa de la vida hay mucha más buena gente implicada, el aborto en concreto – y ocurrió así mismo con la ley de eutanasia- se ve como un asunto menor, alejado de la tragedia y el fracaso que como sociedad supone.

Un fracaso que también es nuestro mientras callamos y miramos hacia otro lado. El lado que interesadamente nos muestran los que nos quieren obedientes y anestesiados.