Con olor a Viernes Santo


Una tarde de Viernes Santo cualquiera, San Pablo abre sus puertas y como siempre, desde hace 100 años, el exhalante crucificado anónimo del siglo XVII se atisba elegante y sobrio por la rampa del antiguo convento.
Pero no es Viernes, ni es Semana Santa…

Es una fría, gélida, mañana de domingo de febrero y el Señor nos hace sentir el escalofrio de su último aliento. Su madre, a sus pies, Maria Santisima del Silencio lo acompaña como siempre, con la mirada clavada en el último suspiro de vida de su hijo.

La estampa no es como siempre, no hay nazarenos de puntiagudos capirotes de tergal y cíngulo de esparto. Pero va acompañado por un elegante y recto cortejo en el que sus hermanos hacen gala de su saber estar en la calle con o sin cubrerostro.

Un deleite para los sentidos de una tarde de viernes santo vivida un domingo de febrero donde hasta las nubes quisieron ser testigos de la Expiración de nuestro Señor.

Por 100 años más…