¿Y si llueve?


Por Dios, qué papelón.

Pero hay que encararlo, especialmente en este tiempo de conversión que es la Cuaresma. Porque la lluvia es una amenaza y una oportunidad que siempre nos ayudará a poner cada cosa en su sitio y revisar cómo y en qué invertimos nuestro tiempo, nuestros esfuerzos, las ilusiones de nuestros jóvenes y las cuotas de nuestros hermanos.

Hay una hermandad en Castro que tiene resuelto el problema del agua: celebran anualmente treinta y tantas estaciones de penitencia. ¡Ea!

El martes santo, el viernes de la II semana de cuaresma, el día de Navidad, y la mayoría de los viernes del año. Una hermandad que se siente ‘madre’ y procura ser salud y consuelo para los sufrientes, con gestos concretos de caridad cristiana; pasando el día del Nacimiento en la residencia de ancianos y los viernes en la atención constante al ropero para vestir al desnudo; son, quienes con promesas y seriedad, recorren las catorce estaciones del camino del Calvario con Cristo expirante sobre sus hombros y después recorren Castro en busca de los necesitados: es la estación de penitencia hecha a lo largo de todo el año; ‘Amaos unos a otros; como yo os he amado’; las obras de amor al prójimo se prodigan; es admirable el trabajo constante de la hermandad del Vía Crucis del Stmo. Cristo de la Salud de Castro de Río. La cuaresma cofrade presta infinitas ocasiones para la vivencia de la caridad: cada ensayo repleto de jóvenes costaleros que empiezan a trabar vínculos de amistad, las largas horas de trabajo en el montaje de los cultos, en la limpieza de los enseres, cada discusión y proyecto para el año que viene…cuando una mesa cargada de sacos cruza el arco de san Francisco, cuando una banda ensaya en un descampado sin temer al frío, cuando se comparten vino, risas y penas en la tertulia cofrade, cuando un chaval encuentra en la acogida de sus nuevos amigos un motivo para seguir luchando y forjándose un futuro… se vive la cuaresma ensayando la Caridad.

“Amar es darlo todo y darse uno mismo”, nos enseñó santa Teresa de Calcuta. En el misterio pascual de Cristo que nos preparamos para celebrar, vivimos la entrega absoluta de Aquel que, amándonos hasta el extremo, se entregó a la muerte para nuestra salvación. Pero antes, durante la Última Cena, tras lavar los pies de sus discípulos, nos dejó el Mandamiento Nuevo, que nos definirá como seguidores y fieles discípulos suyos. El ejercicio de la caridad no es para los cristianos una opción entre otras, sino la definición de nuestra esencia y la autentificación de la sinceridad de la vivencia de nuestra fe. Obras de fe concretas y que se marquen en el almanaque como las citas y actos más importantes de mi hermandad. Por eso, es ahora, en tiempos de crisis y de dificultades económicas para los más desfavorecidos, cuando los cofrades debemos imitar cada vez más de cerca el modelo de Cristo entregado hasta la muerte de cruz. Las obras de caridad serán no sólo el camino, sino también el fruto de nuestra unión con Cristo que se intensifica en estos días de Cuaresma y culmina con el Triduo sacro.

Y si llueve, la pena será fácilmente llevadera. Porque cada semana hemos salido con el Señor y su Madre a la calle.

Y si no es así, cuando llueva, nos volveremos a quedar con nuestros sagrados Titulares en casa pegándonos tirones del medallón, abrazos vacíos y lágrimas de cocodrilo. Hijas de Jerusalén, no lloréis por mi…