El olivo del Patio de los Naranjos


Fue a partir de los años ochenta cuando el deterioro acumulado hizo mella perdiendo la mitad del tronco por seco

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Olivo del Patio de los Naranjos. /Foto: Manuel Estévez
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Olivo del Patio de los Naranjos. /Foto: Manuel Estévez

El olivo es el árbol que simboliza la paz y nuestras raíces mediterráneas. En el ámbito personal, también nos lleva atrás en el tiempo, cuando íbamos a coger aceitunas a aquel bellísimo entorno cercano al arroyo de Pedroches que, salvo raras excepciones, no eran “de buen lomo”. Aún así, recordamos con cariño un olivo que había justo debajo del Puente de Hierro cuyas aceitunas eran colosales.

El tronco del olivo es muy retorcido y su corteza es de color pardo-grisácea, fracturándose al envejecer. Su madera es de color amarillo veteado de pardo-rojizo, apreciadísima por ser de las más duras y por ello utilizada en la fabricación de muebles de lujo. Muchos de estos muebles se fabrican en Castro del Río y en Espejo, maravillosos pueblos de la Campiña cordobesa.

Es el olivo planta de crecimiento lento y puede alcanzar edades considerables, como se les suponen a los venerables ejemplares del Huerto de Getsemaní, los que hay en la misma entrada de los jardines del Alcázar de los Reyes Cristianos, los antiquísimos acebuches u olivos salvajes en el entorno de la Arruzafa, o el protagonista de esta historia, que se halla en el Patio de los Naranjos de Córdoba. Y curiosamente, el agua de la fuente que está a su lado (y a la que dio nombre) traía sus venerables aguas de “la Fábrica Catedral” precisamente desde un venero en la Arruzafa: de olivo a olivo.  

Este olivo del Patio de los Naranjos no se parece en nada al Olivo Sagrado “Erecteion”, que recuerda al mito de Atenea…

… Tampoco es el olivo del barrio de San Miguel de Agüero (Huesca), que mide más de seis metros de altura y su peana tiene un perímetro que supera los nueve metros… 

… Ni se asemeja al olivo monumental de Fuente-Buena, en Chiclana de Segura (Jaén), que algún año, dicen los más viejos, dio 700 kilos de aceitunas… 

… Tampoco tiene parentesco con el olivo del Claustro de la Catedral de Oviedo, que además de sus nueve metros de altura, la piedad popular dice que procede de una estaca del Huerto de Getsemaní de una antigüedad de más de 700 años…

Nuestro olivo del Patio de los Naranjos, según el libro de don Manuel Nieto, “La Catedral de Córdoba” (1998) tiene al menos 280 años de antigüedad, apareciendo ya dibujado en un plano de 1741 junto con 95 naranjos, 6 cipreses, 10 palmeras y un cinamomo.

Constituye por tanto un recuerdo “arqueológico” de la grandeza de este singular Patio, aunque ya solamente le quede la mitad de su tronco por la erosión inevitable del tiempo. Aún así, en los últimos años el centenario olivo ha dado unos muy dignos 60 kilos de hermosas aceitunas.

Quizás quienes más de cerca hayan vivido este singular olivo sean la familia y antepasados de Manolo Soriano, nacido en la Torre de la Catedral como parte de la “saga de los campaneros”. Ellos recolectaban todos los años sus aceitunas. En los años cuarenta, cincuenta y sesenta del siglo XX, el olivo tenía el tronco aún completo, aunque ya hueco, y se le recogían unos 200 kilos de aceitunas. Fue a partir de los años ochenta cuando el deterioro acumulado hizo mella perdiendo la mitad del tronco por seco. El Cabildo, apercibido y alarmado por esta circunstancia, se apresuró a encomendar la “salvación” de lo que quedaba de olivo a Rafael Prieto, gerente de la empresa Santa Marta. Poco a poco, se ha logrado sacarlo a flote. En la actualidad incluso hay plantada una estaca que ha brotado. El milagro de la vida.

Según los expertos, lo fundamental para cualquier olivo es lo perfilado que esté su pie, y su acceso a la luz y el agua. En este caso el tipo de suelo que tiene alrededor no es el más indicado. El tronco (o lo que queda de él), tiene una descarada inclinación hacía la fuente citada, buscando el agua y la luz que se refleja en la galería norte.

Varios naranjos rodean a nuestro olivo presentándole sus respetos. Contra la historiografía oficial, que retrasa la plantación de estos compañeros a inicios del siglo XVI, el gran archivero que fue Diego Ramírez de Xerez (1721-1803) incluye en su Gran Catálogo, Cajón N, Legajo nº 8, documento nº 270, un documento por el cual el Cabildo arrienda las naranjas del “corral” o patio de la Catedral, a Juan Sánchez, vecino de Córdoba firmado ante Pedro Martínez del Barrio, en fecha tan lejana como el 13 de febrero de 1460.

Visitantes ilustres

Nos contaba un día el gran arabista Manuel Ocaña Jiménez que no había dirigente ni político importante, sobre todo del mundo árabe, que no hubiera visitado la Mezquita-Catedral. Personalmente había acompañado a bastantes Jefes de Estado. Recordaba que en una ocasión vino un presidente alemán, que después de haber comido un menú de “olla podrida” (con el que fue obsequiado en el Monasterio de San Jerónimo de Valparaíso, preparado por el famoso Chico Medina y servido por el Caballo Rojo) quiso visitar la Mezquita, y preguntó precisamente por la edad del olivo, así como por la de las antiquísimas columnas romanas de la Puerta de las Palmas. 

Entre tantos visitantes ilustres, en abril de 1950 hubo uno que en aquel entonces no despertaba tanta expectación. Angelo Roncalli, que luego sería nombrado Papa Juan XXIII, pasó por el Patio de los Naranjos después de despedirse de las comunidades cristianas del norte del África Francesa como Nuncio del Vaticano en París. Viniendo de la aridez de esas tierras, le llamó la atención la grandeza de la Fuente del Olivo o de Santa María, con sus caños de agua, y el histórico olivo, como árbol de la Esperanza. De su visita al templo existe una placa que la recuerda, realizada por los hermanos García Rueda, que en 2004 añadieron al texto original un bajorrelieve con su efigie.

Pero Angelo Roncalli, tenía otras “debilidades” confesadas. Había oído por boca de uno de sus acompañantes, el jesuita Padre Tellechea Idígoras, que en Córdoba había una taberna que ponía como nadie pescado en adobo: la “japuta en adobo” de Casa de Pepe de la Judería. Así que allí le reservaron un cuarto para saborear este exquisito manjar que por aquellos tiempos ya tenía fama. Hoy, en dicha sala los actuales dueños del restaurante tienen todos los motivos y recuerdos de aquella singular comida. 

La representación del ‘Hijo Pródigo’

El olivo fue espectador privilegiado de la representación en el Patio de un Auto Sacramental que el gran poeta Ricardo Molina Tenor había escrito en 1945 dedicado al gran Obispo Fray Albino.

En la Hoja del Lunes de Córdoba de 19 de Agosto de 1946 podemos leer la crónica de dicho evento, enmarcado en las fechas en las que se celebraba la entonces pujante Verbena a la Virgen de los Faroles.

En el Patio de los Naranjos.

El maravilloso espectáculo constituyó un resonante éxito para el poeta Ricardo Molina y los intérpretes de la obra.

Junto a los muros cálidos de la Catedral cordobesa, en ese escenario único del Patio de los Naranjos, entre el verdor oscilante de las palmeras iluminadas por la luna de agosto, asistimos la noche del sábado, a la exaltación de un gran poeta, Ricardo Molina, que en su auto sacramental del Hijo Pródigo, alcanza esa difícil altura donde la poesía triunfa definitivamente.

El público selecto, que tan largamente aplaudió la obra, demuestra que todavía nuestro pueblo puede alcanzar y entender las más sutiles verdades teológicas y puede vibrar con la misma fe y el mismo escalofrío que inundaba el corazón de los espectadores del siglo XVII.

El escenario por donde las simbólicas figuras se movieron, como en un divino sueño idealizado, ha sido obra de ese espíritu finamente artístico que se llama Juan Bernier y que ha plasmado decorativamente toda la poesía de la obra. Juan Bernier se lleva, después del autor, los más cálidos aplausos.

Como actrices actuaron: Meli Medina, Encarnita Ramiro, Enriqueta Velasco, Lolín Medina y Gloria Rodríguez.

Como actores actuaron: Octavio Díaz Pinés, Juan Morales Rojas, José Priego, Salcedo Hierro, Miguel Maldonado, Manuel Aumente, Manuel Hidalgo y Rafael Roca (cantante muy aplaudido).


Escenario: Levantado en la Puerta del Perdón de la Catedral (por dentro).


Escenografía: Juan Bernier.


Música: De J. S. Bach. Wagner, Beethoven y Berlioz, que sirve de fondo a los más emocionantes momentos de la obra, han sido seleccionadas y adaptadas por Ramón Medina”.

Hablando de la marcha del “hijo pródigo”, en este Patio y junto a este olivo, no debemos olvidar mencionar aquí al político republicano Antonio Jaén Morente, que el 6 de febrero de 1879, tres días después de nacer, fue bautizado en la Parroquia del Sagrario. Por obras en la fachada de la iglesia, los padrinos hubieron de entrar por el Patio de los Naranjos. Llegaron desde su casa en la calle Judíos, pasando por el “postigo de la leche”. El párroco Don Antonio Daroca le puso los nombres de Antonio, Rafael, Blas, Jaén Morente.

Fue “reincidente” en el buen sentido, pues el 31 de Julio de 1903 volvía a pasar junto al olivo para contraer matrimonio con Carmen Domingo Sanchís. El párroco del Sagrario que los casó fue Don Francisco Montero Pozo.

Jaén Morente volvió fugazmente de paso en 1954. Ante la pregunta que le hizo Rafael Castejón de por qué no se quedaba definitivamente en su país y en su ciudad natal contestó: “Lo que por desgracia ocurrió no ha sido aclarado suficientemente a las generaciones que no vivieron nuestra guerra… y yo no me encontraría cómodo”. Al contrario que el hijo pródigo, él no quiso regresar.

Testigo

En 1463, a consecuencia de los empujes que, de sur a norte, sufría todo el edificio de la Mezquita, se vino abajo su muro norte y hubo que restaurarlo. En aquella época estaba de Obispo Don Gonzalo de Illescas, que pertenecía a la Orden de los Jerónimos. Pero sin las obras del Crucero de la Catedral, que reorientaron los empujes estructurales, sin duda se hubiese vuelto a caer. Muchísimo más tarde, entre 1972 y 1974, cuatro de sus arcos fueron cerrados con unas magníficas celosías de módulos ensambladas en madera de caoba, con diseño de Don Rafael de la Hoz Arderíus y construidas en el taller de la Maderera Industrial, en la Calle Doña Berenguela. Ante estas polémicas absurdas que se gastan en nuestra ciudad, el olivo suspirará (una mezcla de hastío y resignación) y recordará cómo antes de estas bellas celosías, por la Puerta del Pilar ya habían entrado procesiones en el interior del templo. 

Y el olivo recordará también encierros de trabajadores en el Patio por las duras reconversiones industriales de los ochenta, visitas extraordinarias de San Rafael, terribles terremotos, como el de Lisboa cuando aún era joven, lluvias extraordinarias como la del día del Pilar de 2005, sobre las tres de la tarde, que convirtió el Patio en una piscina de cuarenta centímetros, y un sinfín de penas y alegrías. Pero sobre todo pensará para sí, desde el púlpito privilegiado que le dan sus años, qué insignificantes y qué ridículas son muchas veces las preocupaciones que tenemos.