La Guardia Civil y «Cintas Verdes»


El primer cabo que tuvo este cuartel de la Magdalena fue don Deogracias Gómez Díaz. Luego le sustituiría el célebre cabo Manuel Mauleón, "El Colora(d)o"

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Cuartel de la Guardia Civil en la plaza de la Magdalena. /Foto: Archivo Municipal
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Cuartel de la Guardia Civil en la plaza de la Magdalena. /Foto: Archivo Municipal

El primer cuartel como tal de la Guardia Civil en Córdoba se ubicó en la calle Encarnación Agustina (1857-1879), en el mismo solar donde se instaló la primera Escuela de Veterinaria. Recuerdo que hasta allí iba la gente a la fuente cercana por su agua “especial”, no sabría decir si era de la llamada del «Cabildo» o de la del “Maimón”, Pero lo cierto es que, al contrario que la que venía del venero del Arroyo Pedroches, esa agua ponía los garbanzos del cocido tiernos, lo cual era fundamental, ya que en aquellos años cincuenta del siglo XX constituía una comida básica, casi diaria, en las casas populares, Y que curiosamente se solía tomar en la cena.

Posteriormente, el cuartel se trasladó a lo que había sido el Palacio del Bailío en la calle Ramírez de las Casas Deza (1879-1912),hoy convertido en el Hotel Hospes, y que también fue casa de don Rafael Castejón, fascinado con los innumerables restos arqueológicos que surgían del solar, Allí por tanto tuvo su despacho de comandante de puesto de la Guardia Civil el teniente Paredes, al que le tocó de detener en 1890 a José Cintabelde Pujazón, alias «Cintas Verdes», por el tristemente famoso crimen de la finca “El Jardinito» en las personas de José Vello, Rafael Balbuena, Antonia Córdoba, y sus dos hijas pequeñas de tres y seis años.

Fue un 27 de mayo y Córdoba estaba en plena Feria. «Cintas Verdes» era un personaje nacido en Almería pero que pronto emigró para Córdoba y adquirió domicilio en la calle Humosa del barrio de San Lorenzo, cerca de la Piedra Escrita. Aunque estaba soltero mantenía relaciones con su novia, de la que tenía una hija.

Llegó a ser policía municipal, pero fue expulsado por unos problemas de hurto o algo por el estilo, por lo que desde entonces andaba siempre al trabajo que le surgiera. Muy propio de aquella época, era forofo incondicional del torero «Guerrita» que aquel día de Feria alternaba cartel con «Espartero» y «Lagartijo» en la Plaza de Toros de los Tejares. Un cartel de auténtico lujo, por el que muchos aficionados, muchos de ellos con lo justo, echaban el resto para poder asistir.

A las dos de la tarde de ese día 27 de mayo un hombre muy nervioso se presentó en el cuartel de la Guardia Civil. De nombre Braulio, esquilero de la «El Jardinito», ante el teniente Paredes empezó su alterado relato diciendo: «¡¡Todos estaban muertos!! Pepe Vello, Rafael Balbuena, la casera Antonia Córdoba…». Nada más escucharlo, el teniente ordenó al cabo que preparase los caballos para ir a la finca, propiedad de Duque de Almodóvar y a poca distancia de Córdoba, en la dirección del Santuario de Santo Domingo frente al «Maestre Escuela».

Allí encontraron la terrible imagen de los dos primeros cadáveres con sendos tiros en el pecho. Luego a Antonia Córdoba, agonizando, que aún tuvo vida para susurrar «… ha sido Cintas Verdes…». En ese momento un subordinado llamó al teniente para indicarle que había descubierto con horror a dos niñas menores, hijas de Antonia, degolladas. Bajaron a Córdoba horrorizados y preguntaron por todos los sitios y tabernas que pudieran dar noticia del paradero del asesino, Las pistas apuntaban a los Tejares, Y así montaron un exhaustivo control de todos los que salían de ver los toros, obligados a pasar en grupos de dos por la puerta de salida, cogiendo de esta forma al criminal reconocido por un antiguo compañero. Al pronto confesó sus asesinatos: «No tuve más remedio que matar a los testigos». Tenía cierta confianza con Antonia Córdoba y fue a pedirle dinero para ir a los toros, pero ésta se lo negó y entonces optó por matarla, y luego a todo los infortunados que aparecieron por allí. Juzgado, fue condenado a muerte.

En la cárcel siguió dando de qué hablar. Se decía que allí se arrepintió, empezó  a comportarse “cristianamente” y quiso hacer sus últimos días un tanto conmovedores. Les dijo a los periodistas: «Envío un cigarro para mi padre, otro para mi hermano, otros dos para ustedes. Y siguió diciendo: «En el barrio de San Lorenzo hay mucha gente que no sabe ni el «Padre Nuestro», pero cantan de maravillas la «petenera».

No cabe duda de que este pobre hombre pertenecía a una sociedad sin horizontes, desesperada y sin apenas valores que les permitiesen distinguir el bien del mal. Una sociedad donde muchos de los políticos que solían turnarse en el poder buscaban el lucimiento, la confrontación estéril entre facciones y el medro personal (algo que dejaría más tarde bien claro el propio rey Alfonso XIII en el famoso discurso pronunciado en el Circulo de la Amistad el 23 de mayo de 1921). Por desgracia, la Iglesia tampoco pasaba por su mejor momento (aun con luminarias aisladas como Fray Ceferino), y aunque nos pueda parecer increíble y algo más propio de estos tiempos “modernos”, en aquellos años los registros parroquiales de los barrios más deprimidos muestran que en torno al 40% de los matrimonios o parejas que convivían no lo celebraban por la Iglesia y un porcentaje similar de niños no se bautizaba. Además, era muy común el pensamiento de la gente que decía que “la Iglesia era cosa de las mujeres», y de este detalle tomaron buena nota los partidos más de izquierdas y anticlericales para oponerse a su derecho al voto.

En este contexto, una asociación benefactora, la Hermandad de la Paz y la Caridad, movió Roma con Santiago para conseguir el indulto de “Cintas Verdes”, llegando a apelar a la Reina regente. No lo consiguieron, pero sí que el reo se casase en la cárcel con su novia Teresa Molinero Galloso, para que su hija Magdalena, de sólo seis meses, fuese reconocida legalmente, Se llegó incluso a hacer una colecta para la niña, abriéndole una “cartilla” en el Monte de Piedad y Caja de Ahorros de Córdoba.

El cura que los casó en la cárcel fue el coadjutor de San Lorenzo, don Rafael Simón. Con el tiempo la mujer viuda se volvió a casar con Rafael Fernández García, y a su hija le simplificaron en los juzgados el apellido solamente por el de «Cintas».

El lugar de la ejecución fue la Puerta de Sevilla, el 6 de junio de 1891. En su recorrido desde la cárcel al patíbulo fue seguido por multitud de cordobeses que quisieron presenciar tan macabro espectáculo, entre ellos, según contaba mi madre, mi abuelo Juan Recio Pizarro.

Con el tiempo, en torno a 1912 el cuartel se trasladó definitivamente a su emplazamiento actual en la Avenida de Medina Azahara, entonces una incipiente vía apenas urbanizada. Curiosamente, en la ejecución de un pozo para aprovechar el agua milenaria de la «Fábrica de la Catedral» que por allí pasaba, nos dice la prensa que en Agosto de 1910 perecieron asfixiados dos de los tres trabajadores que obraban en el pozo, al caerse la pitillera de uno de ellos y bajar para recogerla su dueño y luego un compañero al ver que éste tardaba, Fallecieron Manuel Castro Blanco y Rafael Bravo Arroyo, Los dos fueron sacados por el tercer trabajador, el único superviviente…mi abuelo Juan Recio Pizarro.

EL CUARTEL DE LA MAGDALENA

Además del cuartel principal de Medina Azahara, para hacer frente al auge de las tensiones sociales que tocó vivir, a partir de 1920 se instalarían por los barrios “puestos de la guardia civil» donde un cabo hacía de comandante de puesto. Así surgieron el puesto de la Plaza de San Felipe, el de la Plaza de las Dueñas, el de la Fuensanta, el del Espíritu Santo, el de la Calahorra, y el del Arroyo de San Lorenzo. Este último, que luego pasaría a llamarse de la Magdalena por dar su fachada a esta plaza, fue inaugurado en 1924.

De este cuartel de la Magdalena nuestros mayores nos recordaban el luctuoso suceso del guardia civil que en 1931 optó por quitarse la vida con 47 años de un tiro en la cabeza, casado y con siete hijos, que vivían dentro del mismo cuartel. Una tragedia.

Otro triste suceso en el que tomó cierto protagonismo este cuartel fue el accidente de coche en el que perdieron la vida tres jóvenes en la madrugada del sábado al domingo del día 6 de diciembre de 1953.  El coche era conducido por  don José Villegas Laguna de 35 años, dueño de la Farmacia Villegas, Juan Gómez Sancho, de 25 años, y la señorita Carmen Rivero Pino de 31 años. El accidente ocurrió cuando al parecer venían de una fiesta celebrada en la finca “El Capricho» de Alcolea. Al bajar la Cuesta de Rabanales no debieron ver un gran camión que aparcado por avería se encontraba justo en mitad de la cuesta, y el coche, un Opel Capitán, se incrustó debajo, muriendo en el acto los tres ocupantes. Dos días estuvo el coche con sus manchas de sangre en el parabrisas aparcado a la puerta del cuartel y todos los chiquillos pasamos por allí.

El primer cabo que tuvo este cuartel de la Magdalena fue don Deogracias Gómez Díaz. Luego le sustituiría el célebre cabo Manuel Mauleón, «El Colora(d)o», el famosísimo «Cabo de la Magdalena»,

Fueron muchas los hechos que se adjudicaron a este hombre, en los que resaltaban su forma de ser expeditiva, como cuando perseguía a los jóvenes “maletillas” que saltaban las tapias del cercano Matadero para trastear las reses. A pesar de haber cierta verdad en ello, su yerno Benito Fernández me dijo un día: «Mi suegro después de la guerra estuvo bastante tiempo con el «maquis», y sin embargo le adjudicaron muchas cosas en la que él no pudo participar, porque no estaba ni en Córdoba”.

Este cabo tenía un corral con gallinas y una noche se las robaron. Sólo dejaron a un gallo con un cartel colgado al cuello que decía: «Manolo, desde la una estoy solo, por lo que te has quedado sin huevos».

El cuartel fue clausurado en 1956 y el puesto trasladado al flamante Barrio de Cañero, en la calle Federico Mayo. El espacio que dejó sirvió para comunicar una nueva calle que se denominó Martínez Anido (hoy Historiador Domínguez Ortiz), y enseguida se perfilaron los bloques de viviendas a un lado y otro. En el edificio de la derecha se ubicó una farmacia que estaba en la cercana calle Julio Valdelomar, muy cerca del desaparecido horno de la «La Golondrina» de Leopoldo Roldán y el Hogar Parroquial de San Lorenzo, que fundara el cura Juan Novo.

El edificio de la izquierda de la citada calle Martínez Anido se levantó sobre parte del solar que ocupaban “Pinturas Carimol» y “Café Saimaza», cuyas naves estaban detrás del cuartel. El joyero Galo Adamuz compró el local de la esquina e hizo su negocio al ubicarse allí una oficina de la incipiente Caja Provincial de Ahorros. También el llamado amigo Encuentra «Loco de los pájaros», personaje famoso en la Magdalena que se dedicaba a labores auxiliares de los plateros, estiraje, laminado y fundido, compró varios pisos y locales, y en uno de ellos llegaría a estar una sede electoral de UCD en las primeras elecciones de 1978.    

Se dio la curiosidad de que la extensa producción de este joyero Galo Adamuz, sobre todo elegantes pulseras de oro platino y paladio (que elaboraban el propio Galo, su hermano Pepe, su cuñado también llamado Pepe, además de los jóvenes Gordillo, Córdoba, Leganés, Camacho, González, Fernández y Torralbo que luego hicieron “carrera” como plateros independientes) fue comercializada desde Alicante para el comercio exterior por un antiguo guardia civil llamado Rovira que perteneció al cuartel de la Magdalena.

Entonces la plaza Magdalena estaba aún plena de vida, con los «Santos Varones» en su hornacina exterior al lado izquierdo de la Iglesia de la Magdalena, la fábrica de hielo, uno de los primeros negocios de los hermanos Sánchez-Ramade, cuyo encargado era Antonio Jiménez María, especializada en cámaras frigoríficas, y de donde salían el hielo para las neveras y la mayoría de los polos de nieve que se vendían en toda Córdoba. También estaba Talleres Ruda, que hacía trabajos de ajuste y matricería para Cenemesa, el almacén de comestibles de los hermanos Villoslada, la taberna Casa Marcelo, el puesto de arropías de “la muda» situado frente al Cine Magdalena, y como no, el propio cine Magdalena, con sala de invierno y terraza de verano, y la taberna Casa Baltasar Parra, en donde los amigos del «Coto Rivera» con el panadero Leopoldo Roldán y algunos matarifes del cercano Matadero Municipal, animaban la peña, con sus ideas, sus copas y sus tertulias. Pero hoy, de  aquella época solo queden las dos columnas de granito del siglo XIX que aparecen junto a la simpática fuente donde se pone el famoso puesto de caracoles y el edificio, antigua casa de Pepita Aguilar de Dios, (bondadosa y espléndida mujer) donde se instaló la UNED. Por otra parte de la antigua ermita de San José pared con pared con la calle Crucifijo, salió en aquellos tiempos la imagen del Cristo del Amor que con la intervención muy directa del padre Alberto Riera OP, y personaje singular en la Universidad Laboral de Córdoba, fundara la popular Hermandad del Cristo del Amor en el Cerro del Campo de la Verdad.