Toros en la Magdalena


Toreó con las principales figuras de su época, y fue también un hombre de récords ya que, en 1917, cuando nació Manolete, picó 106 corridas y 111 en 1919

toros Plaza de la Magdalena. hachís
Plaza de la Magdalena.

Según el cronista Maraver, en el mes de abril de 1749, los días 16, 17 y 18, se dieron tres corridas de toros en la Plaza de la Magdalena. Aquel espectáculo trataba de llevar la diversión a una ciudad que acababa de padecer grandes tormentas, de agua, viento y truenos por espacio de varios meses, llegando la consecuente crecida del Guadalquivir a inundar la Cruz del Rastro y parte de la calle de la Feria. Para rematar, continuos terremotos habían tenido lugar a lo largo del mes de noviembre anterior, con la población en vilo, aunque afortunadamente sin lamentar daños. 

En aquella Córdoba de poco más de doce mil habitantes, el cura de San Lorenzo, don Pedro Díaz Polo, encabezó un grupo de cordobeses que pidieron autorización a don Fernando Valdez y Quirós para celebrar algunos festejos taurinos con los que «olvidar los malos ratos», sobre todo para las clases populares de la Ajerquía, como siempre las más afectadas ante las desgracias sobrevenidas. Pero Valdez adujo que en la plaza de San Lorenzo, por sus dimensiones, no se podían celebrar ese tipo de eventos que consistían en saltar el toro con la garrocha, eludirlo con donaire y habilidad, o clavar cintas. Como alternativa propuso la mucho más amplia Plaza de la Magdalena, se aceptó su opinión, y así se pudieron celebrar las corridas que comentaba el cronista Maraver.

Que se sepa en la plaza de la Magdalena se puede decir que hubo de todo, ya que hubo un Cine Magdalena, una Fábrica de Hielo, unos importantes Talleres Ruda, un Cuartel de la Guardia Civil de la Magdalena, varias tabernas importantes como «Casa Baltasar Parra», y «Casa Marcelo», una Academia de Rondallas dirigida por el célebre Ángel González, una Delegación de Seguros «La Alianza», dos puestos de comestibles, uno de los hermanos Villoslada y otro de una tal «Transito», un puesto de Jeringos, y otro de Arropías, y como no el taller auxiliar de platería de Encuentra al que apodaban «El Loco los pájaros». Y también fue el lugar en donde llegarían a vivir el famoso piconero José Alonso Cruz «El Ojos», Manuel Rey Almoguera, al que apodaban «El Chico Fortuna», y la célebre saga de famosos plateros los Aguilar de Dios. También fueron incontables los pequeños talleres de plateros, por donde anduvieron los Ignacio, Figueroa, Victoriano, Morales, Yepes, González, Caballero, entre otros. Además de una vecindad excepcional, que siempre se preguntaron qué es lo que «pintaban» allí esas columnas de granito que hay colocadas desde hace más de 150 años, cerca de la puerta de «Casa Baltasar Parra» al lado de la fuente pública. Esas columnas reciben a todo el que llega a la plaza, o se acerca a beber a la fuente pública y les deja algo perplejos con la citada pregunta. Dejo para el final de mi relato, el constante lugar de peregrinación de personas (la mayoría mujeres), que en total silencio solían acudir en aquellas tardes-noches, a la hornacina de los «Santos Varones», que estaba ubicada en la fachada de la Iglesia de la Magdalena, hacía la izquierda, a pedir lo que ellos necesitaban. Hay que decir que los «Santos Varones», fueron trasladados a lo que se llamó el «Museo Diocesano» que formaría el desaparecido don Manuel Nieto Cumplido en el Palacio del Obispado. 

Es curioso que el castizo barrio de la Magdalena en el que hemos visto hubo casi de todo, apenas haya sido relacionado en el historial de los toreros de Córdoba. Que conozcamos. De cierto renombre sólo recordamos a un picador que vivió y murió en la calle Muñices, Bernabé Álvarez Jiménez, «El Catalino». No obstante, este robusto picador en realidad había nacido en el 15 de febrero de 1885 en la calle Valencia (entonces calle de la Muerte) en pleno Barrio de los Toreros de Santa Marina. De allí pasó a vivir a la calle las Parras. en donde nació nuestro Premio Príncipe Asturias de la letras, Pablo García Baena. Posteriormente vivió en la casa nº 157 de la calle Mayor de San Lorenzo, por debajo de la actual Sociedad de Plateros. Tenemos que decir que en esta casa nº 157, nació el teniente general Manuel María Mejías presidente del Consejo Supremo de Justicia Militar, que en 1983, había de juzgar a los militares golpistas del 23 F. Al final no pudo presidir dicho Consejo, porque los abogados que defendían a los militares golpistas, lo recusaron por haber sido profesor del Rey Juan Carlos I. 

De niño asistió al colegio que había en la llamada «Puerta del Campo», en las cercanías donde posteriormente estuvo el Parque de Bomberos. Para ganarse el sustento fue calderero y terminó trabajando en el «depósito de Renfe» que había cerca del Paso a Nivel de las Margaritas.

Con diecinueve años picó su primera novillada y fue contratado por casualidad, ya que el empresario de los caballos que estaba en la puerta del llamado Teatro Circo (donde luego estuvo el Duque de Rivas), al verle su buena planta y no tener todavía quien picase le ofreció la oportunidad. De ahí salieron contratos para varias novilladas más y ya ingresó en el escalafón de picadores siendo un picador, según se decía, de «mucho poder», actuando en las cuadrillas de toreros de primera fila. Algo tuvieron que ver en esta decisión de meterse definitivamente en el mundo del toro sus amigos Juan Benítez y Rafael Ordóñez, clientes asiduos como él a la taberna «La Parra», cercana al Paso a Nivel y a su trabajo. 

El picador «Catalino» tuvo dos hijas, Adela y Carmen, cuya madre vivió en la calle Roelas nº 3 y se llamaba Antonia Fuentes Navarro. En esa gran casa de vecinos nº 3 llegó a vivir y tener sus hijos el banderillero «El Niño Dios», primo hermano de «Manolete». También vivieron allí don Julio de Miguel, apoderado de caja de aquel pujante Banco Hispano Americano que se inauguró en la calle Sevilla, allá por el año 1955 (hoy en su lugar existe un supermercado) y un personaje singular de «La Porcelana” de las Margaritas, don Santiago Muñoz, el cual, por cariño y compromiso con sus vecinos, con los que coincidía asiduamente en la taberna Casa Armenta (luego Casa Manolo, en la plaza de San Lorenzo), “colocó” en esa importante fábrica a un montón de gente de San Lorenzo…  que la mayoría lo único que aportó fue un absentismo galopante.

El picador «Catalino» contrajo segundas nupcias con Elisa Ruiz López, vecina de San Lorenzo de la casa nº 146. La boda se celebró en 1912 en la iglesia de San Rafael, pero por desgracia este matrimonio duró poco, pues al poco tiempo su esposa murió. Su entierro se celebró en la Iglesia de San Lorenzo.

Quizás por el recuerdo de su difunta esposa, «Catalino» compró esta casa de San Lorenzo nº 146, en la que años más tarde vivió y tuvo sus hijos Pedro Pareja, el cantero que en colaboración con su hermano Enrique perfiló y terminó a golpe de cincel la representación de las columnas del Teatro Romano junto al Ayuntamiento, modeladas por el célebre artista «Morita». Por avatares de la vida la propiedad terminó en una hija del cantero llamada Carmen Pareja Sánchez, que emigró a Suiza y tenía la esperanza del volver alguna vez a Córdoba y disfrutar de la casa. Pero al enviudar decidió quedarse para siempre en ese lejano país alrededor de sus hijos y de sus nietos. Finalmente, la casa se derribó y en su lugar se levantaron dos adosadas de dos plantas, compradas por Diego González Torronteras, heredero del Horno de Jesús Nazareno.

Volviendo a «Catalino», tras vivir un tiempo en las calles Parras y Mayor de San Lorenzo (en su nº 157) se estableció definitivamente en la calle Muñices donde murió en 1958 a la edad de 74 años en compañía de sus hijas Adela y Carmen. El entierro se celebró en San Andrés y acudió mucha gente entre amigos y aficionados por lo que, aunque tenía poca familia directa, la iglesia estuvo llena. 

«El Catalino» torero

José Luis de Córdoba llegó a decir de nuestro picador:

«Treinta y seis años ejerció Bernabé Álvarez Jiménez de picador de toros, empezó con 18 años, alternando la profesión de calderero con la de picador suplente de la Plaza de Toros de Córdoba. Luego ya, con más edad, llegaría a ser profesional con dedicación plena. Estuvo con Machaquito, Paco Madrid, Juan Belmonte, José Gómez «Gallito», José Flores Camará, Ignacio Sánchez Mejías, Marcial Lalanda, «Maera», «Algabeño» «Niño de la Palma», Antonio Márquez y Manuel Rodríguez «Manolete». Estando con él se retiró en 1940, a los 55 años.» 

Como se puede apreciar, toreó con las principales figuras de su época, y fue también un hombre de récords ya que, en 1917, cuando nació Manolete, picó 106 corridas y 111 en 1919.

Con una trayectoria tan larga es natural que sufriera severas cornadas, pero afortunadamente no fue muy castigado por los toros. En México le llegaron a decir «El Sanguijuela» y no en el mal sentido sino que, al toro, desde su caballo que montaba con mucho garbo, le sabía «tirar el palo» logrando siempre, según se decía, «heridas limpias» por las que el animal, al perder sangre, evitaba la “congestión» sirviendo su picado como «vasodilatador”.

Cuando regresaba de México solía venir cargado de dinero y joyas para sus hijas. Hay que tener en cuenta que en tierras americanas se ganaba entonces casi el doble que en España. Y eso que de las 2,50 pesetas que ganaba al día como calderero había pasado a ganar 69 en sus primeras corridas como suplente. Luego ya logró cobrar de acuerdo al escalafón. En América también visitó las plazas de toros de Lima con Juan Belmonte.

«El Catalino» íntimo

El Picador «Catalino» era un hombre muy casero y en su hogar era donde se encontraba más a gusto. No obstante, le gustaba visitar los bares de la calle la Plata, Paco Cerezo, y “El 6“ de la calle Duque de Hornachuelos, en donde tenía reservado hasta un vaso para “su vino”. A partir de su inauguración en 1936, con cierta regularidad, visitaba también la taberna El Gallo, en la calle María Cristina, que despuntaba como taberna “clásica” de Córdoba a la que solían acudir muchos empleados del Ayuntamiento.

Un hermano de su madre trabajaba en el taller de pintura de José Serrano de la calle Alfaros, que más tarde sería comprado por un familiar de los Zuritos, por lo que también trabó amistad con esta importante saga de picadores y toreros.  También fue amigo de un simpático panadero que trabajaba en la Intendencia Militar, Antonio Gutiérrez, «Antoñito» o “El Chanfli”, que vivía en la calle Mayor de San Lorenzo, gran aficionado a los toros y que había intentado ser “maletilla” en su juventud.  El propio «Antoñito» nos contaba en la Sociedad de Plateros, días después del entierro de Bernabé Álvarez Jiménez «Catalino», que durante algún tiempo, siempre que volvía del Parque de Intendencia solía llevarle un «chusco» de pan recién hecho a Carmen la hija del picador, lo que ella agradecía de buenas maneras.

Pero sobre todo el picador “Catalino” y sus hijas mantenían una amistad muy fuerte con la hermana de Antonio y con su marido, Rafaela Gutiérrez y Fermín Gómez, joven matrimonio que vivía en la calle Abéjar y tenía siete hijos. Su hija Adela y él fueron padrinos de bautizo de la mayoría, lo que suplía en parte su falta de descendencia directa, pues no llegó a tener nietos de sus hijas. Adela y su marido, el carnicero Manuel Moreno Rodríguez, también habían sido padrinos de boda de la pareja. Finalmente, las dos hijas de “Catalino” criarían a la hija de un sobrino del picador, llamada también Carmen, que fue su heredera. Al parecer esta sobrina Carmen, terminaría casándose con Gregorio el apuesto viudo de la mujer que falleció el 1 de septiembre de 1958, al hundirse en la zona de la Viñuela una casa que era propiedad del mayorista de carbón vegetal José Bollero Vázquez. En dicho accidente también perdieron la vida lamentablemente dos niños de corta edad.