El ‘otro’ San Juan de Letrán


En 1954 Fray Albino decidió convertir la pequeña ermita en parroquia, y eligió como párroco de la misma a Antonio Campos González, “Campitos”

Juan
San Juan de Letrán. /Foto: LVC
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San Juan de Letrán. /Foto: LVC

Para muchas personas de Córdoba, sobre todo con una cierta edad, la plaza de San Juan de Letrán, o simplemente San Juan, es un lugar que trae recuerdos de otros tiempos. Su nombre procede de una antigua ermita fundada en 1551 por doña Isabel Rodríguez de Alixeda la cual, según se indica en los Paseos por Córdoba, llegó a gozar de las mismas indulgencias y prerrogativas que la iglesia homónima de San Juan de Letrán de Roma, una de las principales de la Cristiandad.

Como tantos otros edificios religiosos de la ciudad fue clausurada en esos terribles años 70, nefastos para el patrimonio cordobés. Concretamente cerró el día de San Rafael de 1973, y hoy sólo permanece la fachada, dentro de un bloque de pisos que se construyó en su solar. 

Pero no voy a hablar de dicha ermita, de su valor arquitectónico. Hay entendidos en estos temas artísticos e históricos mejores que yo, que simplemente prefiero hablar de aquello que no queda reflejado en ninguna crónica o documento: la vida con sus anécdotas de la gente que vivió allí, la que conocí a mediados del siglo XX.  En este sentido tenemos que decir con Pio Baroja, cuando señala: «En buena parte somos la prolongación de nuestro pasado; el resultado de un recuerdo».

En primer lugar quiero hablar de la casa que está junto a la Ermita, y que por la cantidad de gente y chiquillos que concita a su alrededor, fue llamada «La Casa de Pepe». En ella vivieron los Carmona, la familia del simpático «Pepete», los Calvo que se marcharían a Barcelona, los «Tagardinas», los González, la familia de los «Pascuali», el «chato» Zamorano que echaba las películas en el Cine Astoria, y los Molinas Cañizares, entre otros. Esta familia de los Molina Cañizares, muy relacionados con Blanquita Molina, aquella chiquilla, que en un día se presentó en la «Cruz de Mayo de San Lorenzo» de 1955, y causó sensación vestida de flamenca. Luego esta chiquilla muy joven se marcharía a Madrid con su madre y trabajó en el «Corral de la Morería», en donde cautivó con su arte y capacidad para el baile. Con 19 años se casaría con el dueño del «Corral de la Morería» y desde entonces adoptó el nombre de Blanca del Rey.

La Virgen de la Paz y Esperanza

Contra lo que habitualmente se dice y se repite, la Hermandad de la Paz y Esperanza, así como la propia imagen de la Virgen, no surgió de la ermita de San Juan de Letrán a partir de un grupo de excombatientes, sino que su idea inicial partió de unos jóvenes devotos de la Acción Católica de San Lorenzo que apenas tenían entre 15 y 19 años en 1939; entre ellos “Mariquita” Bojolla Arjona, la hermana de Pepe Bojollo, el sempiterno sacristán de la parroquia.

Como se sabe, la Virgen fue realizada por Juan Martínez Cerrillo, que cobró por ello la cantidad de mil pesetas, pagada por el padre de Juan Calero, vecino del barrio con un cierto nivel económico. Fue bendecida en la iglesia de San Andrés el día de la Fuensanta de 1939, y allí mismo se fundó la Hermandad. Antes, en San Lorenzo, la Virgen estuvo colocada en el altar, pero había suscitado quejas de los Hermanos del Calvario, que no terminaban de ver la idoneidad de su color “blanco” con los colgantes morados que colocaban para sus cultos. Por su parte, el Cristo de la Humildad y Paciencia de la Hermandad es una réplica del rostro del Cristo de las Penas, al que se daba culto en San Juan de Letrán y hoy está en San Lorenzo junto al Sagrario. 

Problemas surgidos en San Andrés dieron lugar a que Juan Calero decidiera llevarse la Virgen a su casa en la calle Roelas nº 7. Ante lo incómodo de la situación (la Virgen estaba ya bendecida) intervino el obispo don Adolfo Pérez Muñoz, acordando con los frailes capuchinos el traslado a su iglesia, que tuvo lugar el 24 de febrero de 1940 desde San Lorenzo.

Juan Calero Cantarero (1920-2003), poco antes de morir, quiso dejar clara la propiedad de la imagen de la Virgen y por ello convocó a la propia Hermandad, a varios testigos y a “Mariquita” Bojollo  (1922-2019) única superviviente de aquel grupo de jóvenes inicial. En esta reunión, ante notario, Juan Calero hizo entrega oficial a la Hermandad de la factura original de mil pesetas, firmada por Juan Martínez Cerrillo, que acreditaba la propiedad. Otra copia de esta factura se entregó a “Mariquita” Bojollo.

Don Antonio Campos González «Campitos»

Entre 1948 y 1953 la ermita estaba prácticamente sin culto, si bien aparecía por allí un sacerdote vasco de Baracaldo (Vizcaya), de nombre Víctor Royuela Sáez, que había traído Fray Albino junto a Ramón Zaldúa Arbiza, también vasco, para que organizaran la Hermandad de Hombres de Acción Católica.  En la ermita, jóvenes del barrio, algunos de ellos disminuidos, sin oficio, y en todo caso con muchas necesidades, colaboraban en la fabricación de escobas, que luego se vendían a la fábrica de sillas de anea de la calle Hornillo.

En 1954 Fray Albino decidió convertir la pequeña ermita en parroquia, y eligió como párroco de la misma a Antonio Campos González, “Campitos” (1888-1959), que estaba como coadjutor en San Lorenzo.  Enseguida se puso mano a la obra y se llevó como sacristán-organista-archivero, y en realidad ayudante para todo lo que se terciase, a Miguel Serrano Antúnez, el hijo del «Artillero». Los primeros niños monaguillos fueron Rafael de la Virgen y Rafael Salazar. 

Los padres de Antonio Campos fueron Antonio Campos Troncha (1864-1938) y Encarnación González Muñoz (1864-1941). Nació en la calle Espejo y en su juventud llegó a trabajar de zapatero en el taller que tenía su abuelo Antonio Campos Requejo (1829-1889) en la calle Zapatería Vieja.

Era una persona sencilla y bondadosa, además de muy culta, que tenía una espléndida biblioteca que heredaron sus sobrinos, entre ellos Álvaro Campos Roldán (1929-2017), que se hacía ver con aquella moto “Guzzi» con la que se pasaba casi todos los días a visitar a su tío. 

A pesar de su gran valía, «Campitos» pertenecía a aquella generación de humildes coadjutores que malvivían de pueblo en pueblo durante los siglos XIX y XX, y como muestra traemos aquí de ejemplo el caso de Pedro Simancas Valderrama (1872-1936), un pobre sacerdote natural de Cabeza de Buey (Badajoz), entonces perteneciente a la Diócesis de Córdoba, que fue fusilado en la madrugada del día 29 de noviembre de 1936 a las puertas del cementerio de su pueblo sin juicio previo. Existe una carta escrita por él del 29 de enero de 1905 donde le escribe al obispado en petición de que se le conceda la plaza de «sacristán segundo», que quedaba vacante por la muerte de su padre: “Para poder mantener a mi madre, que al morir mi padre vive conmigo”. En este ambiente, lejos de toda comodidad y lujo, al borde de la supervivencia como la mayoría de la población, es en el que desarrolló su carrera eclesiástica “Campitos” dando tumbos por varios pueblos de la provincia, hasta que llegó a coadjutor de San Lorenzo. Y aún allí, en la casa parroquial le asignaron una estrechísima habitación como despacho, que a decir de él “si entra alguien y estoy leyendo, tengo que cerrar el libro para que haya sitio”.

Como hombre instruido en la Historia particular de nuestra ciudad, me hablaba de esta zona de Córdoba entre las Costanillas, San Juan de Letrán y la muralla, donde abundaron hasta hace pocas décadas las casas-huerto. Opinaba que gracias a esos amplios espacios sin edificar era posible mantener las caballerías, armas y carruajes de los caballeros de “premia» o de “cuantía”, una pequeña nobleza medieval de corte militar siempre presta a ser requerida por su rey para las luchas de frontera, y que tenía sus principales casas precisamente en San Juan de Letrán. Justo cuando se extinguieron estos caballeros, a principios del siglo XVII, llegaron a Córdoba los Trinitarios, y con la construcción de su iglesia, convento y huerto, así como la apertura de la calle los Frailes, cambió radicalmente el urbanismo de toda esta parte de Córdoba.

Antonio Campos llegó incluso a escribir una obra de teatro que se publicó en 1943 titulada «Auto Sagrado, San Rafael y los Mártires”. Y a mí me regaló un libro de álgebra, lo que da idea de su amplia cultura e inquietud intelectual.  Por desgracia, permaneció en San Juan de Letrán apenas cinco años, desde 1954 hasta 1959 en que falleció. Su sepultura está enfrente de la del pintor Julio Romero de Torres en el Cementerio de San Rafael. Allí descansa en paz.

Personajes entrañables de San Juan

Rafaela Ruiz García (1875-1967), la primera “Talegona» famosa, estuvo casada con Antonio Zamorano Jurado (1873-1933), picapedrero de profesión. Lo de «talegona» fue un apodo heredado de una parienta, Mari Carmen Rivas, a la que ayudaba a pregonar en un puesto de pescado que tenía en el mercado de San Agustín, aireando la talega o monedero que tenía como delantal para hacer sonar las monedas. En su juventud fue una excepcional cantaora de “saetas” ganando varios concursos juveniles. Se lucía especialmente cuando pasaba el Cristo del Calvario por San Juan de Letrán. Y esta gran devoción se la dejaría a sus hijos y nietos, de forma que durante mucho tiempo Victoria, Manolo y Milagros Zamorano lo acompañaron en su desfile.  

Una de sus hijas sería la aún más famosa “saetera” María Zamorano Ruiz, también apodada «Talegona», tan unida a su “Esparraguero” y al Jardín del Alpargate, donde se le dedicó una placa homenaje a iniciativa de la Peña Los Emires. Su hermano Manolo Zamorano, «El Pabilo» (1902-1990), heredó de su padre el oficio de picapedrero, y fue el encargado del grupo de trabajadores del Ayuntamiento que en 1954 desmontó todas las antiguas piedras del empedrado de las calles Frailes, San Juan de Letrán, Ruano Girón (Jesús del Calvario) y Montero, para dejar el camino expedito y que después los hermanos Domínguez las adoquinaran. Hoy, de la invasión del lamentable granito sólo sobrevive esta última calle con adoquines.

Con esta obra me contaba Manolo que el Ayuntamiento se ahorró para posteriores trabajos tener que comprar más de dos millones y medio de piedras, que fueron las que salieron de toda aquella extensa superficie empedrada que superaba los 5.500 metros cuadrados. Y es que las piedras eran de buena factura, de tamaño medio-grande, y el Ayuntamiento solía pagar 1,50 pesetas por cada esportón de cantos de río, que le entregaba un tal José Ayala Cortés apodado «El Chatarra». Las piedras fueron transportadas por los borricos de «Curreles», el padre de «Los Calderón» y «El Bola», a una atarazana habilitada entonces en el Alcázar de los Reyes Cristianos.

Ni que decir tiene la cantidad de grillos que apareció mientras se realizaba aquella operación de desmontar piedras y losas. Y de ello podemos dar fe todos los chiquillos de aquella época, en especial «Pepete», un chaval de San Juan de Letrán que era todo un campeón en esto de juntar grillos y en muchas cosas más.  Se marchó a la Electro Mecánicas cuando a su padre le dieron allí una casa. Decía Perico Larrea que un día de 1980 se presentó en el bar “Los Gallegos» de la calle Montero, y con su habla inconfundible dijo que había estado trabajando en Holanda, pero que se tuvo que venir “porque se hartaba de llorar echando de menos a Córdoba”.    

Hay que mencionar también como personaje singular de San Juan a Enrique de la Virgen, vecino de la calle Buenos Vinos, amante del teatro y la zarzuela, gran electricista, entrañable amigo de Antonio Millán Blancas. Ambos ayudaron a “Campitos” en todo lo que pudieron, y fue Enrique el que se encargó de ponerle la instalación eléctrica de la ermita en orden. 

Como electricista trabajó en la empresa «Emilio Jordán» y le cupo la satisfacción de realizar la instalación del «Hotel Córdoba Palace» en 1955. Mi hermano Gabriel colaboró trabajando a sus órdenes. También realizó la instalación del Banco Hispano que se inauguró en la calle Sevilla, en 1954, y él mejor que nadie nos contaría la anécdota que le ocurrió a don Julio de Miguel, apoderado de la caja del banco, que al intentar abrirla no pudo porque estaba atascada. Entonces hubo que buscar a toda prisa al cerrajero Juan Guijo, muy amigo de Enrique, porque coincidieron en el Colegio Salesiano. Juan Guijo llegó y abrió la caja en un periquete. Pero al pedir 500 pesetas por su trabajo, el tal Julio de Miguel, como buen banquero, le dijo que aquello “era una barbaridad». Y entonces el cerrajero no tuvo nada más que cerrar la caja otra vez y le replicó: «Si la quiere abierta, ahora son mil pesetas».  Tuvo que pasar por el aro.

En la calle Rosalas vivía Manolo Cerezo Pérez, «El Bizco» (1907-1983), que desde muy joven quedó huérfano de madre, por lo que estuvo en el Colegio de la Merced.  Muy servicial, unos “prendas” que se dedicaban al juego (que estaba prohibido) lo metieron en un lío. Montaron una «tapadera» con un tinglado en apariencia de venta de vino y aceitunas, en un espacio abierto… pero que daba a unos reservados en donde se realizaba a sus espaldas lo realmente “importante”: se jugaba el dinero con todos los juegos posibles. 

Un día de 1953 la brigada de paisano de la Guardia Civil venía persiguiendo algún tipo de contrabando que entraba por el “Exprés” de Algeciras. Y allí en ese despacho donde el «El Bizco» vendía su vino y aceitunas casualmente encontraron un canasto de mimbre que contenía contrabando, dejado allí olvidado por algún jugador de los que estaban con su “faena” en aquel reservado trasero, tan disimulado que no repararon en él. Manolo Cerezo no supo qué decir de aquel canasto, por lo que se lo llevaron detenido al calabozo. Afortunadamente para él, Rafael Ríos, trabajador de «La Porcelana» y vecino cercano, contó toda la verdad a José Recio, yerno de Antonio Millán, del cuerpo secreto de la Guardia Civil. Se aclaró todo el asunto y el «Bizco» Cerezo fue puesto en libertad. Y se canceló lógicamente aquel garito.

Otro personaje que merece la pena recordar es Francisco Alcalde Gil (1917-2003), el hombre de la eterna camisa blanca de tirantes, al que todo el mundo apodaba «Cojo Palanca» (padre del hijo del mismo nombre que fue cargo en Cajasur, presidente de la Agrupación de Cofradías y concejal). Barbero de profesión y gran aficionado al “cante jondo”, el “Cojo Palanca” era admirador del «Divino Pepe Palanca», que imitaba muy bien y del cual tomó el apodo. «El Divino” vino una vez en los sesenta, acompañado de la famosa Adelfa Soto, a uno de los grandes espectáculos flamencos organizados en el Coliseo de San Andrés, y por supuesto Francisco Alcalde fue a verlo. Recordaría siempre aquel espectáculo, pues en el «fin de fiesta», cuando se rompían todas las normas, llegó a subir al escenario y cantar algún fandango ante su ídolo.

El «Cojo Palanca» había nacido en la calle Ruano Girón nº 18, y tras casarse se marchó a la calle Juan Palo nº 8, a la casa de la «La Campanita», donde tuvo por vecino al experto en relaciones laborales Rafael de Toro Sotomayor, que le asesoró muy bien en temas financieros. Con eso, y como además era de talante ahorrador, pudo comprar en la calle Buenos Vinos una casona muy grande y antigua.

Tengo que decir que, por casualidad, esa casa la había visitado antes en 1953 o 1954 siendo un chaval, acompañando a los hijos de un vecino de la calle Roelas, porque allí estaba dicho vecino junto a otro compañero del Depósito de Renfe andaban metiendo y sacando de una fragua tornillos de las traviesas de las vías que traían en unos enormes canastos de mimbre. A fuerza de golpes los convertían en otros objetos, en especial en ganchos para sujeción de las canales de las fachadas. 

Un día en la Sociedad de Plateros, al felicitar personalmente al citado Rafael de Toro por haberse hecho abogado, salió el tema del bajo nivel académico que en general arrastraba el barrio, y su reflejo en el nivel de vida, con casas muy humildes, posiblemente las de menos lustre de toda la ciudad. Ante eso Rafael me comentó que quizás mucho tiempo antes no fuese así, porque en la casa de su amigo «Cojo Palanca» de la calle Buenos Vinos se podían observar restos de un edificio de raigambre muy antigua, hasta el punto de que sus viejas vigas de madera, la misma techumbre, algunos paramentos, e incluso el pasamanos de la escalera, según algunos eruditos de entonces, eran indicios de que posiblemente esa casa fuese la pensión o fonda en la que se alojó Cristóbal Colón y donde tuvo su primer encuentro amoroso con Beatriz Enríquez, relación de la que nacería Fernando Colón. No he vuelto a oír nada al respecto, y no sé lo que los historiadores opinan ahora sobre ello, o si tiene que ver con las casas de aquellos caballeros de “premia” de los que antes he hablado.

A la hora de mencionar personajes de San Juan nadie puede olvidar a Miguel Jiménez, «El Guapo», recientemente fallecido en julio de este año 2022.  Destacaba por la vehemencia con la que vivía el fútbol de su equipo, el Atlético de Bilbao (lo que le costó pelarse en varios bares). Cuando aún no se hablaba de pandemias ni de nada parecido se acostaba justo tras almorzar hasta el día siguiente, por indicación de su hermana, “para evitar el frío y los resfriados”; también era de notar por aquella moderna correa de plexiglás que lucía (toda una novedad entonces en el barrio) y que le trajo su cuñado “latonero” desde Barcelona. Fue para él un drama cuando la perdió un día que hubo que hacer un cordel con las correas de los chavales para coger una pelota que se nos había caído en un pozo en el «Solar de Juanito», donde luego levantaron “Modesta” en la Viñuela… y se fue a soltar la suya yéndose al fondo. 

Hoy en día hemos podido comprobar lo que va de una cosa a otra. Se ha muerto la Reina Isabel II, y llevamos un montón de días con la película de su entierro y su historia. Y recuerdo que el «Guapo» se había caído y partido una cadera, y le pregunté a un familiar que como estaba y de forma rápida me contestó: «Mi tío ya está quemado y todo» en clara alusión a que se había muerto. 

Para recordar a gente de este San Juan de Letrán quiero recordar al «Maestro Padillo», que trabajaba en el Parque de Automovilismo, y que se señoreaba con su esposa, paseando en su pomposo «sidecar», por lo que recibió el apodo de «Montgomery». De Pepillo “El Pocero”, un hombre generoso como pocos que disfrutaba con que la gente fuese feliz, y que el día 24 de diciembre, junto con otros amigos, solía convidar con una copa de anís o coñac a todos los vehículos que pasaban por San Juan de Letrán. De “El Persianas», buen confitero en Casa de Cristina la de las «Tortas»; que fue el hombre más feliz del mundo cuando el viernes 4 de agosto de 1994 a su suegra le tocó el número 55.018, serie 100 de los “ciegos”. Se murió con la ilusión de que su nieto había sido llamado por el Real Madrid para una pruebas en su Ciudad Deportiva. De mis amigos citaré en primer lugar al “Quirro”, que no se callaba nunca, forofo entusiasta del Barcelona, a Trenas, que estaba emparentado con el célebre «Calete», al que le gustaba jugar al fútbol más que comer con las manos, y al “ Fernandi”,  tan buena persona que era amigo de todos, y que por su habilidad con los coches llegó a ser chófer del presidente de Cajasusr, don Miguel Castillejo Gorraiz,. Estos tres amigos coincidieron en su Servicio Militar en África, por lo que fueron bastantes felices y solidarios.

Taberna «Casa Millán»

Y como centro de todo San Juan de Letrán desde 1934, ahí sigue, esperemos que por muchos años, la taberna «Casa Millán», que hoy regentan los hermanos Alfonso y Antonio Millán Cuevas, nietos del fundador, Antonio Millán Blancas (1905-1961). Allí no sólo se bebe y come, sino que se habla de todo lo humano y lo divino, por supuesto de fútbol y de dominó, pero también del carnaval, de cofradías, de costaleros, de fútbol sala… Quizás por ello, dos veces en semana suele acudir el célebre José María Cordobés «El Windows». para dar sus clases magistrales de dominó y, algún fin de semana que otro, mostrar también su “arte” para la cocina. Creo sinceramente que «Casa Millán» es de las pocas tabernas en las que aún se bebe buen vino y a precio barato, y además se juega al dominó.

También hay que recordar como hecho simpático que el Carro de las gaseosas Pijuán, que era tirado por un robusto mulo y rodando sobre neumáticos de goma, fue llevado en poco tiempo por «Curreles», luego por Nicolás Martínez y finalmente por Alfonso Millán, por tanto se puede decir que ese carro de las gaseosas y los sifones de alguna forma «era como propiedad» de San Juan de Letrán».

La «tienda de Mari»

Y hablando de aquellos tiempos, y en relación con San Juan de Letrán, no podemos olvidar a la «Tienda de Mari» Pasamanería, Droguería, Tienda de juguetes, y de ventas a plazos de todo lo que se pudiera necesitar, Esta tienda era regentada por María Gómez Gutiérrez, mujer afable y que sabía darle a todo el mundo lo suyo. Allí por esa tienda se puede decir que pasaban la mayor parte de los vecinas de San Juan de Letrán  y de todos los alrededores. Por lo que este establecimiento, se comportaba como la «Radio Información Local» de todo lo que acontecía, y pudo ser muy bien, como un adelanto a nivel local del internet. Por vender como hemos dicho, allí se vendía de todo, desde el serrín para los días de lluvia, a los juguetes para los Reyes Magos, y con todo ello, «Los apartados» cobraron una gran actualidad. Y existían tres libros de cuentas, uno dedicado a la calle Montero, otro a la calle La Rosalas, y otro para el resto del barrio, y sabiendo cómo era de buen contable Paco León, marido de María Gómez, al final todas las cuentas le «cuadraban» a la perfección. De esta tienda hay que recordar a Rafael María, que era el muchacho amable y extrovertido, encargado de hacer los recados de reparto muy querido por todos.  

La tienda era un «Servicio Permanente», ya que abría todos los sábados e incluso algunos domingos por la mañana. Se trataba de dar servicio a los vecinos y estos muchas veces lo agradecían. Por aquellos tiempos 1955-60, pocos teléfonos había en Córdoba, pero la «Tienda de Mari», fue de las primeras en tenerlo, y desde allí muchas mujeres se interesaban de cómo le iba al marido la vida en Alemania, o al hijo que estaba haciendo «La Mili», y por todo esto, Paco León, aprendió a ganar con el teléfono. Este teléfono situado cerca del mostrador, bien que se utilizó cuando aconteció la desgracia de que Antonio Martínez Navarro, el «Poca Oreja», (Hermano de Pepe el tabernero), se ahogó un día del mes de julio del año 1954. Un día poco después de comer y en compañía de Rodrigo, Marcial y otros amigos más, todos con apenas 20 años de edad, acudieron a los baños del Molino Martos, y fue lanzarse al agua desde las torvas, para no salir su cuerpo a flote. Fueron varios días los que estuvo el pobre de Antonio «Poca Oreja» desaparecido en el fondo del río, y por ello las llamadas por teléfono al cuartel de la Guardia Civil, de la Magdalena y a la Comisaria de Policía, situada junto a la Plaza de Toros de los Tejares, eran constantes. A su hermanos mayores Pepe y Nicolás, le avisaron a los cuatro días que por fin el cadáver de su hermano Antonio había aparecido. Al parecer una higuera del fondo del Molino Martos, había retenido su cuerpo. Con la muerte de Paco León en 1976, la tienda fue traspasada a la familia «Luz» que tenían una pasamanería en San Lorenzo, pero ya es otra historia.