Jorge Negrete en Córdoba


La Asociación de la Prensa, en colaboración del Ayuntamiento, organizó un recibimiento popular al artista para el 25 de septiembre en el Campo de la Merced

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Jorge Negrete. /Foto: LVC
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Jorge Negrete. /Foto: LVC

Como tantos personajes ilustres de su México natal, Jorge Negrete, el célebre cantante y actor, sentía una gran admiración por «Manolete», con el que además había mantenido cierta amistad. Por eso, desde el mismo momento del trágico fallecimiento del gran torero cordobés, demostró un gran interés por venir a Córdoba y visitar su tumba. De paso visitaría nuestra ciudad, que se la habían descrito como “hermosa y encantadora”. Pudo cumplir pronto su promesa, en septiembre de 1948.  Le acompañaban su pareja Gloria Marín y sus “mariachis”, hospedándose todos en el céntrico Hotel Regina. Era la primera ciudad andaluza que visitaba.

Jorge Negrete, “Jalisco”, estaba entonces en la cúspide de su estrellato. Allí donde llegaba se producían recibimientos apoteósicos, como le acababa de ocurrir en Venezuela, Puerto Rico y Cuba. Se decía que junto a Pedro Infante, Mario Moreno «Cantinflas» y María Félix, fue de los actores mejicanos que más pudo cobrar por una actuación. Al parecer dominaba cinco idiomas, lo cual demostraba que, aparte de sus indudables méritos artísticos, también era un hombre de amplia cultura.  

La Asociación de la Prensa de Córdoba, en colaboración del Ayuntamiento, organizó un recibimiento popular al artista para la mañana del sábado día 25 de septiembre en los jardines del Campo de la Merced. Seguramente fuese casualidad, pero lo que no sabía Jorge Negrete, que venía especialmente por su amigo el torero «Manolete», es que precisamente en ese mismo lugar del Campo de la Merced había estado la primera plaza de toros construida como tal en Córdoba, en 1759. Esta primitiva plaza de toros, era tosca, de madera y desmontable, y duró hasta 1831.  No fueron muchas las corridas celebradas para lo que se estilaba entonces, pero aun así (como contraste con los tiempos actuales) en 1759, se mataron 32 toros, 45 en 1789 y 78 en 1816.

En un abarrotado Campo de la Merced, el público aclamó al homenajeado cuando interpretó, ataviado con su traje charro, sus canciones más famosas como “Así se quiere en Jalisco” o “Allá en el Rancho Grande”. Un cordobés singular, Fermín Gómez Gutiérrez (94 años) estuvo en aquel acto, y me contó que era incalculable el número de personas asistentes de todos los barrios de la ciudad, jóvenes y menos jóvenes, sobre todo del elemento femenino. 

Hay que decir que fueron tantas mujeres las que acudieron para ver al ídolo mejicano, que según nos contaba el citado Fermín Gómez, hubo mucha gente «con cara» que se quiso aprovechar de aquella muchedumbre de mujeres jóvenes y hubo casos concretos de algunos «que fueron arrojados» a uno de aquellos dos estanques de 3.00 x 10.00 x 1.60 metros aproximadamente, y que estaban habitualmente llenos de agua. Este agua provenía de dos niños situados a cada lado del estanque y que arrojaban el agua por la boca. Un estanque estaba situado en el tramo de entrada al Jardín que se corresponde con la Puerta de Osario, y el otro en el tramo de salida del Jardín en dirección a la calle Marroquíes. Dichos estanques fueron suprimidos cuando se remodeló el Parque del Campo de la Merced, en los años 1990.

Tenemos que decir que este maravilloso Parque-Jardín del Campo de la Merced, sin duda uno de los mejores de Córdoba, fue construido por don Tomás Conde y Luque (1833-1883), y tenemos que indicar que fue alcalde de Córdoba entre los años 1875-1877, y se puede decir que fue el que empezó la saga de los «Cruz Conde» en cargos públicos en Córdoba. Tomás Conde y Luque, murió atropellado por el tren en el Paso a Nivel de las Margaritas, a la edad de 50 años, cuando en una tarde de lluvia el coche de caballos en el que iba montado en compañía de tres jóvenes de cercanía familiar, que aunque eran residentes en Madrid solían pasar temporadas en Córdoba. La parte trasera del coche de caballos fue arrastrada por la locomotora, produciendo la muerte de don Tomás Conde y Luque, que salió despedido del vehículo. 

Por otra parte es bueno decir que los jardines de la Merced, también llamados de Colón, reciben  el nombre de la Merced debido al convento de dicha Orden de Mercedarios que hubo en este lugar, y que hoy es el  Palacio de la Diputación Provincial. En este Palacio o antiguo convento mercedario, quedan testimonios (lápidas), de que allí estuvo Cristóbal Colón, entrevistándose con los reyes Católicos, con motivo del viaje al Nuevo Mundo. 

Como paseo, el Campo de la Merced fue iniciativa en 1835 del Sr. Conde de Torres Cabrera, alcalde de la ciudad. De esta época son los cimientos para la fuente que habría de ocupar el corazón del jardín, su centro húmedo y que hoy luce de forma espléndida. 

En aquél acto que Córdoba organizó en su homenaje, Jorge Negrete habló de Córdoba y de “Manolete”, y dijo “que los llevaba en su corazón”. Anunció que durante unos días iba a visitar la Plaza de Toros de los Tejares, el barrio de Santa Marina y la Plazuela del Moreno, lugares por donde se desarrolló la juventud de su gran y admirado amigo. A todos los asistentes se le repartió una fotografía suya con una especial dedicatoria a la gente de Córdoba.

Ya Jorge Negrete, en junio de aquél año, envió una nota para su publicación en el diario Córdoba de 11 de junio de 1948, en la que venía a decir:

«Mis más cariñosos saludos a la bellísima Córdoba por conducto del diario «Córdoba» prometiéndole que a la mayor brevedad posible, tendré la satisfacción enorme de visitar esa joya de España y saludar a sus bellas mujeres y a los gentiles cordobeses, con los que espero tomar una copa de  Montilla.

Atentamente

J Negrete.» 

Más allá de las recepciones y agasajos, Jorge Negrete, bajo los ropajes de la fama, en su fuero interno era un hombre de gran corazón y no desaprovechó el tiempo durante su estancia: visitó el Hospital de San Juan de Dios, el Hospital de Puerta Nueva, donde estaba el Patronato Antituberculoso, y otras casas necesitadas de la ciudad a las que entregó donativos. Se interesó asimismo por la Obra Benéfica la Sagrada Familia que intentaba impulsar el obispo Fray Albino.

Por supuesto acudió al Cementerio de la Salud para depositar una corona en la tumba de «Manolete» que, por aquellas fechas, y de forma provisional, estaba enterrado el panteón de los Sánchez de Puerta, íntimos amigos suyos desde el Colegio Salesiano, mientras terminaban el suyo que no fue terminado hasta 1951.

Jorge Negrete en las Costanillas

Por último, de esta insigne visita quiero añadir la anécdota que me relató Ana Aguilar Rejano (nacida en 1930), una joven entonces que vivía con sus padres en el huerto llamado «El Señorito» de la calle Anqueda, al final de las Costanillas. Aquel huerto era conocido sobre todo por su famosa alberca que todos llamábamos “La Alberca de Cecilia”, el nombre de pila de su madre. La amplia alberca servía para el baño, que sólo era para hombres, y costaba la entrada cincuenta céntimos de peseta en aquellos días del cantante mejicano.   

Jorge Negrete y sus «mariachis» nada más llegar a Córdoba, habían hablado con la recepción del Hotel Regina para que les indicara de una piscina pública donde pudieran pasar los varios días que iban a permanecer, ya que ni sus enormes sombreros les servían para sobrellevar el calor que estaba haciendo esos días en Córdoba. Sería Rodolfo, el trompeta de los «mariachis», el encargado de acompañar al botones del hotel, un tal «Sandrini el Cojo», a visitar la piscina de los Mialdea en Ciudad Jardín, la primera opción, porque tampoco es que hubiera muchas más. Pero estas instalaciones no le agradaron del todo a Rodolfo. Y  «Sandrini» le habló de la «Alberca de Cecilia», que conocía perfectamente pues era vecino también de la calle Anqueda, precisamente de la misma casa donde nació Rafael López Recio «El Grajo», una gran persona, gran platero y mejor “cantaor” de flamenco. Me contaba el desaparecido «El Grajo» lo que él y la chavalería de la calle Anqueda disfrutaron de ver en persona y tan cerca a Jorge Negrete, cuando éste llegó a entrar en la «Alberca de Cecilia».

Como hemos dicho, acompañados del tal «Sandrini», visitaron la «Alberca de Cecilia», y quedaron  encantado de aquel ambiente plagado de parras, higueras, membrillos y naranjos. El tal Rodolfo, trató con la hija de Cecilia, Ana Aguilar, la posibilidad de que los siguientes miércoles, jueves, y viernes, estuviera reservada solamente para ellos, compensando el posible taquillaje que pudieran perder ofreciéndole el doble. Se estimó todo en unas doscientas pesetas diarias. Ana se lo comentó a su madre Cecilia, que era la que decidía, y lógicamente estuvo de acuerdo. Jorge Negrete, que levantó en la calle Anqueda y en todas las Costanillas una expectación sin igual, solo acudió a la alberca el primer día que fue el miércoles, porque tenía muchos compromisos; pero me llegó a comentar mi madre que aquello fue una autentica locura, de gentes de toda Córdoba, que acudieron a las Costanillas, para ver al que era el ídolo de la juventud de aquella época. Los restantes días jueves y viernes, allí estuvieron bañándose y disfrutando todo el tiempo convenido sus «mariachis», que actuaban junto a su “jefe” en el Teatro Duque de Rivas. El último día apareció por la alberca un tal Vargas, famoso “cantaor” de rancheras que actuaba en el programa que montaron en el citado Duque de Rivas, precisamente denominado «Allá en el Rancho Grande».  

Ana Aguilar Rejano supera en la actualidad los noventa años. Viviendo en la calle de los Frailes todos los días iba a comer en compañía de su esposo al Hogar del Pensionista de la Plaza de las Dueñas, pero por las crecientes dificultades de éste para andar decidieron entrar en la Residencia de Jesús Nazareno. Siempre que podían salían a escuchar los sermones de don Antonio Gil Moreno, que fuera párroco de San Lorenzo, que les gustaba y confortaba mucho. No hace falta decir que se trata de una mujer profundamente enamorada de Córdoba. Llegó a vivir en el «Huerto del Señorito» porque su madre heredó el puesto de «casera» por su abuela. Tanto su padre como sus hermanos trabajaron en los contadores del gas de aquellos tiempos.

La «Alberca de Cecilia», como así la conocíamos por San Juan de Letrán, San Lorenzo, Santa Marina y San Agustín, era el único lugar donde podíamos acudir a bañarnos los jóvenes varones de mi edad. Disfrutábamos del baño con un agua tremendamente fría, pero que era muy agradable en aquellos días de tanto calor. Hay que reseñar que todo este rincón entre las Costanillas y la muralla era muy rico en agua. La prueba estaba en que, al huerto contiguo de Cobos, hasta mediados los años sesenta, venían camiones cisterna de la empresa Carbonell para llenarse todos los días. De todo aquel vergel de huertos, frutales y albercas sólo persisten como recuerdo de los tiempos pasados unos pozos que dan agua al bello Jardín de los Poetas.