El pasado mes de febrero fallecía el director de cine José Luis Cuerda y fue prácticamente unánime el reconocimiento a su obra, sobre todo a una ‘Amanece que no es poco’ que, pese al revés de la crítica en su momento, ha pasado a ser una película de culto, que gana conforme pasa el tiempo. Hay una legión de ‘amanecistas’ que se saben de memoria los diálogos, que visitan con fervor los lugares en que fue rodada y que jalean con entusiasmo unas escenas que se han ganado por derecho propio estar en el top del cine español.
En febrero nadie encontraba tacha alguna a este largometraje y todo eran parabienes; ahora, con el puritanismo anglosajón del #blacklivesmatter hay quien se avergüenza de ser seguidor de ‘Amanece que no es poco’. La clave está en Ngé Ndomo, el negro reconocido por sus artes amatorias, la minoría étnica del pueblo, el profesor de parachangó y el protagonista de las escenas con cabras a la luz de la luna. Si la película de Cuerda hubiera entrado en el mercado norteamericano ahora estarían todas las plataformas abominando de ella, del racista de su director y de los genocidas que nos reímos con sus golpes insuperables. Así es la vida.
Estados Unidos en la cuna de muchas cosas buenas y malas, como el puritanismo, la caza de brujas, lo políticamente correcto y ahora lo es de esta corriente revisionista que quiere reescribir la historia en base a unos postulados que no se sostienen en pie ante el más leve soplo.
Del recuerdo a George Floyd han pasado al esclavismo, un capítulo que en la historia de España está aún oculto para no desempolvar una larga nómima de ilustres apellidos catalanes que ahora militan en las filas del independentismo. Porque a estas hordas no hay más que darles un adjetivo -genocida, racista, homófobo y alguno más- para que metan en ese cajón de sastre a todo lo que les convenga.
Y lo primero que han metido, cómo no, es a Cristóbal Colón, la víctima idónea para su ira primaria. La fijación que algunos tienen en la otra orilla del Atlántico por este hombre es para que se lo hagan ver. Antes de tirar de la cuerda para tumbar su monumento deberían contar hasta diez y pensar en las diferencias existentes entre los terrenos dominados por los hispanos y por los anglosajones. Si aún así siguen teniendo resquemor y argumentan la decrepitud actual de algunos países, pueden encontrar sin dificultad el nivel económico de los mismos antes de su independencia, por si caen en la tentación de culpar a España de su estado actual. Si, por demás, mantienen dudas sobre su situación, no estaría mal que repasaran los buenos estudios, que los hay, sobre el trato que tras la independencia dieron los criollos a las poblaciones indígenas, algo en lo que los españoles no tuvimos nada que ver.
Todo consiste en poner los pies en la tierra y en aceptar la historia, nos guste o no. Las fantasías y fabulaciones están muy bien para determinados géneros literarios, pero no para sentar cátedra como pretenden. Si aquí nos volvemos tan escrupulosos como en determinados países a la hora de derribar estatuas habría que cambiar el nombre a más de una calle del Polígono Guadalquivir. Por genocidas, sí.