Navarro vs. Simón


Era preferible que Fernando Simón dijera un día una cosa y al siguiente afirmara lo contrario para desconcertar al personal. Eso sí molaba

fernando simón navarro
Fernando Simón. /Foto: LVC

Todos recordamos la época en la que cada lunes nos desayunábamos con una cifra de muertos en accidentes de tráfico que era superior a la del fin de semana anterior. Aquello, entonces, parecía no tener fin y ahora es sólo un recuerdo de las inconsciencias que se hacían al volante hasta que aquella línea insaciablemente ascendente se doblegó sin remedio.

Fueron varios los factores que contribuyeron a este cambio, como la renovación del parque automovilístico y la aparición de modelos más seguros para salir a la carretera. Pero hay un elemento que fue esencial a la hora de poner sentido común cuando se estaba al volante y fueron aquellas campañas publicitarias de la Dirección General de Tráfico que nos mostraron con toda crudeza el dolor y la muerte que puede causar una imprudencia. Aquellos anuncios no ahorraron gritos, sangre, llantos, mutilaciones, sillas de ruedas, quirófanos, paraplejias y, sobre todo, el gélido rostro de la muerte. Ése fue su éxito.

Aquellos anuncios fueron un revulsivo en el comportamiento de los españoles y su responsable no fue otro que Pere Navarro, un director general de la DGT que entre 2004 y 2012 revolucionó el tráfico e implantó el carnet por puntos, que ahora nadie cuestiona. Sus campañas para reducir los accidentes en la carretera hicieron que estos bajaran un 50 por ciento, algo inimaginable en la época. Sus logros fueron finalmente reconocidos por todos, hasta el punto de que cuando el PP ganó las elecciones en 2011, Pere Navarro fue el último alto cargo en ser renovado. No había prisa.

En esta última semana todos hemos sido testigos de cómo ha crecido exponencialmente el número de contagiados de nuevo por el coronavirus. Tras el estado de alarma se han relajado los hábitos y la curva de positivos crece sin freno. Mientras, de forma paralela, todos somos testigos, tanto en vivo como en televisión o a través de las redes sociales, de comportamientos tan incívicos como insolidarios que han desembocado en estos brotes más que previsibles. Playas atiborradas, reuniones familiares, terrazas atestadas de bares, fiestas en discotecas, grupos por la calle sin mascarillas y un sin fin de actitudes que presagiaban lo que finalmente ha llegado y que nos amenaza con seriedad y crudeza los meses venideros.

La pregunta que a cualquiera surge es la de si estas personas no son conscientes del riesgo que están corriendo y al que están sometiendo a los demás. Son tan insensatos como lo eran los conductores de hace dos décadas, cuando salir a la carretera con un vehículo sin pasar la ITV, obviando el cinturón de seguridad o haciendo filigranas con el acelerador y el volante eran comportamientos similares a los actuales de incumplir las normas sanitarias para evitar la propagación de la pandemia del covid-19.

Si aquello se cortó de cuajo con aquellas desagradabales imágenes de accidentes de tráfico, esto se podía haber evitado, o cuanto menos reducido, si la población hubiese visto con sus propios ojos el rostro de la muerte que nos trae el coronavirus al menor descuido. Desde el primer momento se prohibió con vehemencia por el Gobierno central la publicación de cualquier imagen que trasladase la más mínima impresión del dolor causado por la pandemia. Esta medida tan autoritaria no tenía que ver, como algunos ingenuamente puedan pensar, con la salvaguarda de la identidad de fallecidos, enfermos y familiares. Los redactores gráficos de cualquier medio son tan buenos profesionales que hubieran podido hacerlo sin que nadie se sintiera ofendido.

Esta prohibición no tenía otra finalidad que la política, para que nadie vinculara el dolor y la muerte con quienes nos gobiernan. Había que marcar distancias y el Ejecutivo no podía estar relacionado con las camas de las UCI, los enfermos intubados, los féretros y las morgues. Era preferible que Fernando Simón dijera un día una cosa y al siguiente afirmara lo contrario para desconcertar al personal. Eso sí molaba. Si se quema alguien, que sea Simón. Pero esta estrategia diseñada sin corazón tiene ahora sus consecuencias, terribles y mortales, cuando nos llevamos las manos a la cabeza por una situación que nuestros gobernantes pudieron, y debieron, haber cortado en su momento con una concienciación que rechazaron por motivos meramente de estrategia política.