En el calendario político de cada curso hay unas fechas marcadas en rojo, no por ser fiesta religiosa ni civil, sino por ser una alerta, un ‘danger’, ante la que hay que estar preparado porque a los cargos públicos y orgánicos de los partidos les puede caer lo más grande y para ello hay que estar convenientemente preparados, con las mandíbulas dilatadas porque los sapos no se va a consumir deconstruidos, sino enteritos y con todos sus avíos.
Estas fechas son las de la presentación de los presupuestos, ya sean los del Gobierno central, los de la Junta o los del Ayuntamiento, da igual. Por mucho interés, por mucho cariño, por mucho diálogo y negociación que se hayan puesto en su elaboración de nada servirá porque a los cinco minutos ya se le habrán dado la vuelta y nadie estará contento. Salvo los catalanes, claro.
El conocimiento esta semana de los Presupuestos Generales del Estado es el mejor caso de lo contrario, de cómo se puede aprovechar esta herramienta para consolidar que unos españoles sean de primera y otros de tercera categoría. A estas alturas dudo de que haya españoles de segunda.
La mejor prueba está con lo ocurrido con Córdoba, donde después de unos años de inexplicables estrecheces impuestas por el Gobierno de Rajoy llega Pedro Sánchez y con las cifras del presupuesto nos lanza el mensaje de que poco menos que pasa de nosotros. ¿Será porque Antonio Ruiz, que no es de los suyos, sigue aún al frente del PSOE cordobés?
No hay ningún proyecto nuevo y la mayoría de los aparecen están aletargados con partidas simbólicas cuyo mensaje es poco menos de que hay que esperar tiempos más propicios. Esto nos lo justifican, como si fuéramos tontos, con que son unos presupuestos “muy sociales”, cuando sociales son todos los presupuestos, porque social es tanto la inversión en infraestructuras como la paguita.
Los 50.000 euros para la Capilla Real de la Mezquita Catedral o los 100.000 para la única comisaría nueva que se va a hacer -la otra, recordamos, la mandó el PSOE al limbo del olvido y eso que el secretario de Estado de Seguridad es cordobés-, entre otros proyectos, no pasan de ser bellas declaraciones de intenciones con las que dentro de un año veremos que el avance es mínimo.
Pero lo mejor de todo son los ocho millones destinados al ‘bypass’ de Almodóvar, una obra proyectada en tiempos de Rajoy para que los AVE entre Sevilla y Málaga fuesen directos, sin parar en Córdoba.
Aquello, que se supo en 2017, levantó una oleada de supuesta indignación en unas formaciones políticas que ahora sacan pecho de los ocho millones del presupuesto “precioso”, como lo ha bautizado la ministra María Jesús Montero.
Cuando el PP anunció el ‘bypass’ comenzaron a hiperventilar las formaciones de izquierdas en el Ayuntamiento. En mayo de ese año presentó el PSOE una moción para frenar el proyecto hasta encontrar una solución mejor, porque “perjudicaría los intereses y el desarrollo económico de Córdoba”. Los de Ganemos -¿recuerdan?- consideraron blandengue la propuesta socialista y doblaron la apuesta con una paralización de la propuesta sin más alternativas ni contemplaciones. Esta fue la postura que se impuso con los votos de PSOE, IU, Ganemos y UCOR, frente a la única negativa del PP, ya que Ciudadanos se abstuvo.
A partir de ahí no se ahorró munición contra el ‘bypass’. El PSOE llevó su rechazo al Congreso de los Diputados, y después, junto con Podemos pidieron al Ejecutivo del PP que paralizaran todos los trámites.
La llegada de Pedro Sánchez a La Moncloa no sólo mantuvo el proyecto sino que lo aceleró, lo que pilló con el paso cambiado a todos los que en Córdoba se opusieron con todas sus fuerzas. Los del PSOE cordobés, tan desorientados como quien se acaba de bajar de la Cazuela Loca en la feria, lo asumieron “por coherencia”.
Pedro García, de IU, en cambio, no entró en esas componendas ni aunque su formación goce de una mínima parte de la tarta del Gobierno. Ya en 2019, cuando se vio que el millonario proyecto ferroviario no tenía marcha atrás, afirmó que “el ‘bypass’ es una puñalada más del PSOE a Córdoba”. Y los socialistas se lo tuvieron que tragar. Otro sapo más.