Hay una regla que cada vez se confirma más conforme pasan los años: a mayor reducción de simbología religiosa en la Navidad, mayor presencia de la iconografía consumista. No falla. Quienes se rajan las vestiduras ante la presencia de una inocente estrella de Belén y lanzan espumarajos por la boca, como si fueran posesos, con la cantinela del espacio público y no sé qué chorradas más, callan bovinamente ante una decoración invadida progresivamente por supuestos inocentes diseños que nos incitan a gastar cada vez más.
Qué quieren que les diga, si es que prefiero mil veces más la estrella de Belén -y no digamos si va acompañada de su portal y sus reyes magos, como están en la calle Cruz Conde- que el puñetero icono de la cajita de regalos envuelta en un gran lazo, que decora alguna de nuestras grandes avenidas, por poner sólo un ejemplo. Su presencia candorosa es una invitación directa a nuestro subconsciente de que estas fechas que se avecinan son para gastar, y que los regalos tienen que ser cada vez más caros y que nos quedan pocos días para alzarnos triunfadores en esta carrera de consumo.
Si las estrellas de Belén han sido sustituidas por unas estrellas que hasta hace nos años nos informaban de la capacidad de congelación que tenía un frigorífico, no es de extrañar que cada vez sea más difícil encontrar la Navidad en estas fechas. Si en lo visual sufre una constante agresión, en el lenguaje es que se omite cada vez a base de torpes sinónimos o retorcidas perífrasis en el mejor de los casos.
Otra costumbre consumista de estas fechas es la de los mercadillos navideños -en este caso se podría suprimir el adjetivo sin daño alguno para el objeto del mensaje- donde hay una invitación explícita al consumo, pero a un consumo ‘low cost’, que en el fondo no está mal, y cuyo mejor ejemplo es el del Paseo de la Victoria. Lo que sí está mal es que sólo la Navidad esté presente en un tercio de los puestos del mercadillo de las Tendillas y que, precisamente, sean estos los puestos más concurrido en todo momento. Es lógico.
Lo que no es tan lógico es que en el otro mercadillo, el de la Corredera, una de las grandes novedades de este año, anunciada como “un mercado a la altura de las grandes capitales europeas”, haya quedado en sólo 16 puestos, de los que muchos se encontraban cerrados o simplemente vacíos en el momento de su inauguración, el pasado viernes.
Eso sí, en los que se estaban abiertos se podían encontrar sudaderas de ‘Star Wars’ o de ‘Cazafantasmas’, abalorios diversos, marroquinería de Ubrique, buñuelos al estilo madrileño o mantecados de Antequera. Todo muy europeo, por supuesto, hasta la incógnita de saber qué habrá detrás de los puestos cerrados o que mensaje metafísico nos trasladan los que están vacíos.
No culpo de este chasco a la concejal de Festejos, Dios me libre, pero sí la animo a que el martes, o a lo sumo el jueves, esté pidiendo responsabilidades a la empresa organizadora o a quién sea. Es lo menos que se puede hacer para no estropear la magnífica programación prevista para este año por el Ayuntamiento, por ser la de 2021 la Navidad esperada con más ilusión que nunca.