Ucrania, desde la ambigüedad


Hay quien aparenta que se condena la acción de Rusia desde una postura tan equidistante como miserablemente cobarde

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Bandera de Ucrania. /Foto: LVC

A estas horas, mientras usted lee estas líneas, habrá miles de familias en Ucrania montadas en su coche, en silencio, escuchando en la radio unas noticias que agrandan su herida interior, y con la mirada al frente, hacia un destino que desconocen.

También los habrá por miles agazapados en las galerías de un Metro al que sólo han llevado una manta, una botella de agua y poco más. Otros ucranianos estarán en sus casas, viendo la desolación a su alrededor y todos ellos con el dolor que produce la impotencia frente a la sinrazón.

La mentira, el miedo y la muerte, las tres emes consecutivas que los más mayores experimentaron durante el tiempo de la Unión Soviética, vuelven, treinta años después a aterrorizar a una población indefensa frente a una invasión y, más sangrante aún, con el titubeo pusilánime de unos supuestos socios que a la hora de la verdad han cacareado como gallinas tufonas.

Por más que estuviese cantado desde hace tiempo, la machada de Putin parece haber pillado desprevenidos a quienes aprovechan la más mínima oportunidad para desplegar la pancarta, agitar banderas de lo que sea y repetir consignas que otros han pensado por ellos.

Si no fuera porque detrás de la invasión de Ucrania hay mucho dolor y mucha muerte, sería divertido ver en las redes sociales quienes hacen malabarismos de todo tipo para aparentar que se condena la acción de Rusia desde una postura tan equidistante como miserablemente cobarde.

Están los que tuitean sin rubor alguno el #prayforUkraine cuando se oponen a que aquí, en España, se rece en la vía pública. Tampoco faltan quienes están como locos para acudir a la primera convocatoria que haya para encender el mechero, elevarlo y a la vez cantar el ‘Imagine’ de Lennon, con una letra digna de llevar la firma de Goebbels.

Mientras crece dolorosamente el censo de ucranianos muertos, mientras las carreteras de salida del país hacia occidente siguen colapsadas, mientras quienes viven en el Metro llevan varios días sin ver la luz del sol y mientras el futuro de todos ellos pinta cada vez más desesperadamente incierto, aquí en España hay quienes ignoran, desprecian y marginan a la población de Ucrania, abandonada a su suerte, y pone su interés en los denominados “refugiados climáticos” para distraer la atención.

Otros pierden el tiempo en buscar fotos de Putin con sus adversarios políticos para alimentar una hoguera doméstica que deja en la cuneta a una población que -afortunadamente para ellos- desconoce que aquí arrojan sombras de duda sobre Ucrania porque se han tragado la intoxicación y porque se resisten a renegar de quien aún mantienen como referente. Y hablan del imperialismo zarista.

Queda poco. Está al caer. Como ha pasado en otros conflictos internacionales recientes, estos comenzarán a remitir en el momento en que las velitas invadan el templete del bulevar del Gran Capitán. Dos poemas de Mario Benedetti leídos con megáfono bastan para que Putin retire sus tropas de Ucrania, fijo.