Iniesta for president.


Andrés Iniesta.
Andrés Iniesta.
Andrés Iniesta.
Andrés Iniesta.

A diez años vista de aquel mundial que unió a toda España (o a todas las Españas, mejor dicho), el panorama patrio no puede ser más desolador. Vencidos y desarmados por un virus que está sirviendo de excusa constante para los desatinos del poder, con un rey emérito a quien alguien debiera haber avisado en la cuádriga mientras paseaba la corona de laurel, que era mortal; con un presidente de gobierno que tira la piedra y esconde la mano para que su vicepresidente empiece a cuestionar el sistema de monarquía parlamentaria, mientras tapa el escándalo que le salpica y del que me temo que tan sólo saldrá escaldado el fiscal; con un país cubierto por las mascarillas, tanto las de tela como las de la vergüenza de no seguir teniendo ni idea de cómo afrontar la enfermedad; con la amenaza de nuevo confinamiento, que apunta más al emparedamiento, y con los desatinos y locuras de quienes manejan el dinero público, como la alcaldesa de Barcelona, que promueve para solaz de los más pequeños este verano un taller de bingo sexual, que no sabe a ciencia cierta en qué consiste, salvo para que, al margen de favorecer la ludopatía y quien sabe si el alivio, se lleven la pasta cuatro pelagatas y pelagatos en quienes más de uno depositarán la confianza en la educación de sus hijos.

Disculpen el párrafo anterior, tan largo y tedioso, que no tendencioso, pero es que te paras unos minutos a pensar en la realidad de este país, y difícilmente encuentras motivos de esperanza, y no digamos ya de alegría.

Más allá de los amigos de siempre, los de verdad, (que también en esta pandemia a algunos se les ha visto el plumero, y a otros cuantos les asomará en la crisis económica que se avecina), con quienes uno ha compartido tantos momentos de todo tipo, y la propia familia, más unida si cabe que antes, el resto de la sociedad se debate entre los dos metros de distancia o el dedo acusador, en un juego al que nos ha llevado un gobierno tan irresponsable como cainita, cuyo presidente ni siquiera tiene la dignidad de asistir a la misa funeral por las víctimas, temeroso sin duda, fuera de los muros de la Moncloa o de sus residencias veraniegas, de la respuesta popular a su presencia.

Por todo ello, el recuerdo del gol de Iniesta, esa especie de pariente bueno y sensato, que bien pudiera ser el primo hermano de cualquier familia española, aporta algo de alegría, aunque sea en el recuerdo, a este verano que se presenta con la espada de Damocles sobre nuestras cabezas, presta a caer a la más mínima indiscreción.

Y me pregunto, les aseguro que con absoluta seriedad, ¿no podría gobernarnos Iniesta?

No creo que nadie dude de su carácter afable y comprensivo, de su honestidad, de su empatía y, aunque falto de farándula, de un estoicismo manchego presto a afrontar los problemas con la misma pulcritud de su juego, sin miedo a encarar al contrario, y sabiendo siempre dar salida al balón por el lado menos perjudicial para el equipo a unas malas, dejando solo al delantero con ese ingenio en el pase que muy pocos tienen, o culminando la jugada con ese gol tan ansiado, viniendo desde atrás con sigilo y eficacia. 

Un servidor es madridista confeso. Pero reconozco en Iniesta valores que lo hacen ir más allá de la camiseta culé, convirtiéndolo en espejo para los jóvenes y en ejemplo para todos los españoles.

Es evidente que Iniesta se presta a esta metáfora de la dignidad y del esfuerzo. Y no es menos cierto que todos, absolutamente todos, llevamos algo de Iniesta en nosotros aunque cueste sacarlo en estos tiempos de anormalidad inducida.  Por ello no me cansaré de apelar al sentido común, más allá de nuestras convicciones políticas, de nuestras ideas sobre economía o de nuestros gustos “musicales”.

No podemos dejar que se nos aletargue como a la marmota mientras nos venden una seguridad que es incierta. No podemos consentir que los poderes públicos no estén preparados para afrontar una nueva ola, mientras despiden con una palmadita en la espalda a los miles de médicos y enfermeros que contrataron por una miseria y que han dado un ejemplo inolvidable de su juramento hipocrático. No podemos volver a permitir la soledad en la que nuestros mayores se fueron de este barrio. 

Y tenemos que exigir eficacia, control y seriedad en nuestros gobernantes. Déjense de una vez de líos de faldas, nobles o plebeyas, de cuestionar regímenes con la sola intención de perpetuar su flatulencia “democrática”, de favorecer y financiar a costa de nuestro dinero ideas tan descabelladas o estúpidas como el bingo de la sexualidad o la castración del gallo, y presten atención a sus ciudadanos, a los millones de españoles que no se merecen ni un gobierno que les mienta ni unos gobernantes que no miren más allá de su ombligo. Amplíen las contrataciones públicas de sanitarios, inviertan en tecnología médica y en investigación, procuren dotar los hospitales y centros de salud de atención primaria de los medios materiales y personales necesarios. Sean sinceros con nosotros, dialogantes con los que piensan de manera distinta, y responsables de sus actos, que para eso representan a este país.

 Y dejen de llamar nueva normalidad a lo que no es más que el resultado de su incompetencia.

PDA: Protégenos bajo tus alas, San Rafael.