Pues sí, para sorpresa de muchos, incluida mi esposa, retomo el teclado en esta semana de confinamiento que he disfrutado, pues todos los síntomas son positivos (en el sentido propio de la palabra), esperando, cigarrillo en boca, recibir una llamada de número desconocido que nunca se produjo.
Pero como digo, por ahora carezco de síntomas negativos para mi salud, a salvo la cercanía a los 60, que convive diariamente con más lesiones que Hazard, el del Madrid.
Y en estas cuitas recibo de mañana un mensaje de un gran amigo, de quien hoy debo guardar anonimato por el contenido del mismo, proponiéndome, no sin previa provocación por mi parte, que saquemos los Santos esta Semana Santa, aunque sea, como la canción de Sabina, de madrugada y por la puerta de servicio, mientras sus hermanos duermen y sin que nadie se entere. “Solo para acercarlo a los que sufren”.
La conversación epistolar iniciada a raíz del mensaje, ajena al boato propio de nuestra Semana Santa, y al albur de la burocracia, lógica por otra parte, de las cofradías, no exenta de una buena y sana dosis de humor, ha concluido con una reflexión que comparto, sobre el miedo de todos, repito, de todos, y el abandono de Dios en el que estamos cayendo.
Ya sé que estoy pisando un charco delicado. Pero desde esa pequeña dosis de inconsciencia que ha caracterizado mi vida, no voy a abandonar a estas alturas una rebeldía que me ha llevado por sendas tan amables como peligrosas y que, a la postre, coinciden en el destino de cualquier alma de Dios, la búsqueda constante de la verdad.
Por eso me planteo si este miedo, real (no confundan mis palabras, que un servidor es el primero en sufrirlo), no es a la postre sino sinónimo del culto a otro dios distinto, ancestral en la historia del hombre desde que empezó a ser individuo y que, olvidado por el mensaje de amor de Jesús, hoy vuelve a renacer oculto bajo la máscara de la desgracia y el victimismo.
Es bueno reflexionar sobre ello. Nuestra generación y la de nuestros hijos no pasó los avatares ni de la Guerra Civil ni de la Segunda Mundial. Hemos vivido ajenos a conflictos bélicos de ningún tipo, más allá del asalto a la isla perejil, y a salvo varias crisis económicas, siempre programadas para volver más ricos a los de siempre y conseguir más subvencionados dóciles, nuestra vida ha sido en líneas generales mejor que la de nuestros abuelos. ¿O no?.
Pues la valentía de los que se alzaron contra un Hitler adorador de la sangre de sus congéneres y que provocó, al margen del Holocausto, muchas más muertes que esta pandemia, no se vio atenazada por el miedo a morir defendiendo una libertad que a la postre nos ha traído a Europa más de sesenta años de paz y desarrollo, de convivencia y respeto.
Cierto es que el virus es un arma perfecta, capaz, pese a su bajo índice de mortandad, de paralizar cualquier país, máxime si los medios de comunicación airean constantemente, día y noche, las funestas si no letales consecuencias de la enfermedad, consiguiendo a la postre que los aplausos de los primeros días se conviertan en miradas inquisidoras bajo las mascarillas, los timbres de las casas en un “quién será” potencialmente peligroso, si no es el mensajero de Amazon, y tus padres o tus hermanos, sangre de tu sangre, o los íntimos amigos, en los primeros que han de ser puestos en cuarentena en tu vida diaria, esa que antes precisamente no concebías sin ellos. Y los hijos…, bueno, los hijos son poco menos que el demonio vestido para la ocasión, más si están entre los 15 y los 30 y conviven en casa, pues de sus salidas aunque sean a tomar el fresco vienen todos los males.
Y mientras esperamos la “vacunamatata” del Rey León, ese quijotesco bálsamo de Fierabrás representado por la constante dosis de información del miedo que a todos nos atenaza, va consiguiendo que los que nos gobiernan hagan y deshagan a su antojo, y los gobernados nos rindamos sumisamente a sus consideraciones, loando aún más si cabe a los nuevos dioses del tiktok, de los nauseabundos comentaristas de las desgracias, o a los de las tentaciones de una isla de promiscuos.
Becerro de oro en guante caleidoscópico.
Por eso, querido amigo, y porque la resistencia no es sino la inquietud del inconformista, cuenta con mis hermanos, mis hijos y un servidor para, sea como sea, explorar la manera de convertir en Santa esta primavera, y como sucede estos días en Aguilar de la Frontera, nunca falte una cruz allá donde otros pretendieron quitarla.
PDA: Bajo tus alas protégenos, San Rafael.