
Llegamos al final del itinerario cuaresmal, intensificamos y culminamos un proceso de conversión al que hemos sido invitados durante cuarenta días para llegar bien dispuestos a celebrar el misterio central de nuestra fe: la pasión-muerte-resurrección de Nuestro Señor.
En estos días tendremos la oportunidad de orar a la luz de los cuatro cantos del Siervo, del libro del profeta Isaías. Hoy, escucharemos el primero, que nos habla anticipadamente de la elección del Hijo por parte del Padre y de la misión que va a llevar a cabo: instaurar el derecho y la justicia y especial servicio a los más pobres, a los que sufren. Esta tarea no la realizará con los criterios humanos del poder y la imposición, sino que la realizará con mansedumbre, pero al mismo tiempo nos enseña que la humildad y sencillez no son sinónimos de debilidad sino todo lo contrario, de fortaleza y autoridad para manifestar la justicia con verdad.
Ese hijo es Jesús, que como veremos en el Evangelio de hoy, del evangelista San Juan, evidencia el resultado de la misión de “abrir los ojos de los ciegos, sacar a los cautivos de la cárcel, de la prisión a los que habitan en tinieblas”. María Magdalena, la que había sido liberada del pecado y abiertos los ojos a nueva vida, se acerca con inmensa ternura y un amor desbordante, con un corazón colmado de gratitud y exquisita humildad, perfuma al perfume divino, los pies del Maestro. María ha aprendido la gran lección del Señor a todos nosotros: amar hasta dar la vida.
Este gesto de devoción y afecto contrasta con la actitud de Judas que se queda en la materialidad y utilidad de las cosas, como la sociedad de nuestro tiempo. El pecado incapacita para amar. El pecado venial hiere nuestro corazón y el mortal lo destruye. Aprovechemos estos días previos al Triduo Pascual para examinar profundamente nuestra vida y confesar nuestros pecados para poder experimentar, como María Magdalena, la experiencia de estar viva de nuevo y de sentirse amada con un amor indiviso, un amor de predilección.
Mira y contempla en esta tarde al siervo a quien el Padre sostiene, en el que se complace, en los barrios de nuestra ciudad, callando en un juicio ignominioso y mostrándose como aquel que nos redime, en la Huerta de la Reina, o en el Zumbacón coronado de espinas y elevando la mirada al cielo, o el atrio de San Nicolás sentenciado por los poderes civiles, o caminar al Transbetis y reparar cómo abraza la Cruz de nuestras dolencias como lo que es, Señor de los Reyes. Termina la jornada retirándote al silencio y la oración de amistad ante el Señor de la Salud y acompañando a la Santísima Virgen en sus Tristezas.