“Con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros, antes de padecer, porque os digo que ya no volveré a comerla hasta que halle su cumplimiento en el Reino de Dios”. Con un corazón ardiente Jesús nos invita en esta jornada a conmemorar el acontecimiento donde manifiesta la plenitud de su vida y amor hacia nosotros, la Eucaristía, fuente y culmen de la vida el cristiano.
En aquella tarde santa, ante de comenzar un camino ignominioso donde Jesús será expuesto a las burlas, escarnio, afrentas e injurias dolorosas, reúne a sus discípulos para celebrar aquella cena pascual en la que el pueblo recordaba la acción liberadora de Dios; para los discípulos será su última Pascua Judía, y la primera Eucaristía donde el cordero pascual es ahora Cristo mismo que entrega su cuerpo y sangre que se convierten en verdadera comida y verdadera bebida hasta que el Señor vuelva y nos lleve definitivamente con Él. Un gran acontecimiento, único y verdadero, al que nada se le puede igualar, recibir en su cuerpo y su sangre a Dios mismo, como diría Santo Tomás, “¡¡¡Prodigio admirable!!! Comer al Señor el pobre, siervo y humilde”.
En esta cena pascual también manda a sus apóstoles seguir celebrándola, invitándoles a hacerlo en memoria suya, instituyendo el Sacerdocio para perpetuar el sacramento de la Eucaristía. Como dice el prefacio de la Misa Crismal: “Él elige a algunos para hacerlos partícipes de su ministerio santo; para que renueven el sacrificio de la redención, alimenten a tu pueblo con tu Palabra y lo reconforten con tus sacramentos”. Por ello, hoy es un día en el que debemos pedir insistentemente al dador de todo bien que siga enviando obreros a su mies, orar por la fidelidad de los ministros para que vivan y actúen conforme al corazón de Cristo, ser imagen del Buen Pastor que cuida, vela y alimenta a sus ovejas hasta el extremo de dar la vida por ellas.
En esta cena pascual recibimos un mandato: “que os améis unos a otros como yo os he amado”. Decía Santa Teresa de Calcuta que «cuando miras al crucifijo, comprendes cuánto te amó Jesús. Cuando miras a la Eucaristía, comprendes cuánto te ama hoy”. El Señor nos ama con un amor de predilección que nos llamó a la vida y que Él mismo se entrega y se derrama en la cruz para que hagamos verdad en nosotros ese mismo amor y así convertirnos en surtidores de esta gracia para que llegue especialmente a los más alejados y desamparados, aquellos que no se sienten amados, que viven con profundo dolor la existencia. En nuestro mundo hay ausencia de amor y por ello, alimentados con el don eucarístico, somos llamados a dar gratis lo que hemos recibido gratis, la caricia y ternura de Dios.
En esta cena pascual Jesús nos enseña con el gesto del lavatorio de los pies cómo hemos de hacer esa entrega amorosa: actuar siempre con espíritu de humildad y servicio. Decía el teólogo Romano Guardini: «la actitud del pequeño que se inclina ante el grande todavía no es humildad. Es, simplemente, verdad. El grande que se humilla ante el pequeño es el verdaderamente humilde”. En este tiempo en el que el hombre anda excesivamente preocupado en sí mismo se necesita más que nunca ese espíritu de servicio humilde con especial atención a los más pobres y necesitados, ya sean en el cuerpo o en el espíritu. “Con las obras de caridad nos cerramos las puertas del infierno y nos abrimos el paraíso” (San Juan Bosco).
Hoy también tendremos oportunidad de poder rezar ante las imágenes que están expuestas a la veneración de los fieles en los templos como estos días de atrás, pero hoy, os quiero animar a adorar a Jesús Eucaristía en los bellísimos monumentos que se instalan en las iglesias y capillas tras la celebración de la Eucaristía de la Cena del Señor y así acompañarle meditando los misterios de su Pasión. Visitar al menos siete monumentos y “doblar las rodillas y rendir al Señor, al Dios vivo y verdadero, alabanza, gloria y devoción” (San Francisco de Asís).