Antífonas de la O: “O Oriens”


José y María despiertan a un nuevo día, miran a oriente, sus rostros se iluminan con los primeros rayos del sol, ya queda poco, están cerca de Belén.

José y María despiertan a un nuevo día, miran a oriente, sus rostros se iluminan con los primeros rayos del sol, ya queda poco, están cerca de Belén y caminan presurosos para ver cara a cara al Sol de Justicia, por ello, hoy cantamos “O Oriens”: ¡Oh, Sol! ¡Estrella de la mañana!

Esta antífona esta tomada del pasaje del profeta Isaías que dice así: “El pueblo que andaba a oscuras vio una luz grande. Los que vivían en tierra de sombras, una luz brilló sobre ellos. Acrecentaste el regocijo, hiciste grande la alegría. Alegría por tu presencia, cual la alegría en la siega, como se regocijan repartiendo botín” (Is 9, 1-2).

En el Nuevo Testamento, encontramos otra clara referencia a esta antífona: “Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombras de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz” (Lc 1, 78-79)

Mirar hacia Oriente, hacia el sol naciente, en el momento de la oración ha sido para la Iglesia una tradición que en este último tiempo parece no estar tan presente en nuestras vidas. Así lo atestiguan desde el siglo II los santos padres Tertuliano, Clemente de Alejandría y Orígenes. Sirva un simple detalle, fijaros en la construcción de las iglesias, están dirigidas hacia el este. San Juan Damasceno afirmaba que, al dirigir nuestra oración hacia el este, hacia el sol naciente, mirábamos hacia nuestra patria original, el paraíso.

Tras la caída de los primeros padres, el ser humano, anda como ciego y necesita ser iluminado para salir de la penumbra a la que le somete el pecado. De ahí, que el Niño Dios que va a nacer iluminará al hombre que camina en la oscuridad y será luz para el mundo.

Desde nuestro bautismo, en nuestro corazón, arde sin consumirse la luz de Cristo. No obstante, a causa de nuestras debilidades sucumbimos ante la tentación y nos apartamos de la gracia que permite que esa llama prenda con más fuerza. Por ello, en la recta final del Adviento es muy aconsejable examinar nuestra conciencia e ir prestos a reconciliarnos con el Señor por medio del Sacramento de la Penitencia. Preparar el corazón para acoger la luz que viene a nuestras vidas en la noche de la navidad.

Por ello, os animo a rezar y cantar en este día al Señor pidiendo que envíe su gracia a nuestros corazones y acontezca un nuevo amanecer lejos de la oscuridad y las tinieblas en las que nos sumerge el pecado.

“¡Oh, Sol que naces de lo alto,

resplandor de la luz eterna,

Sol de justicia,

ven ahora a iluminar

a los que viven en tinieblas

y en sombra de muerte”.