Antífonas de la O: “O Rex Gentium”


Las antífonas de la O nos proponen cantar y alabar a Dios diciendo: O Rex Gentium, ¡Oh, Rey de las naciones!

La liturgia de este día nos presenta a María exultante en un canto de alabanza y acción de gracias al Señor: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava”. Hoy se nos invita a alabar al Poderoso que realiza grandes obras en nosotros.

Por ello, hoy las antífonas de la O nos proponen cantar y alabar a Dios diciendo: O Rex Gentium, ¡Oh, Rey de las naciones!

Esta antífona se sustenta en dos textos del profeta Isaías. En el primero, nos habla de un Juez justo que será el árbitro de las naciones que pondrá fin a las guerras y traerá la paz al mundo, “y acudirán pueblos numerosos. Dirán: «Venid, subamos al monte de Yahveh, a la Casa del Dios de Jacob, para que él nos enseñe sus caminos y nosotros sigamos sus senderos.» Pues de Sión saldrá la Ley, y de Jerusalén la palabra de Yahveh. Juzgará entre las gentes, será árbitro de pueblos numerosos. Forjarán de sus espadas azadones, y de sus lanzas podaderas. No levantará espada nación contra nación, ni se ejercitarán más en la guerra. (Is 2, 3-4)

Un segundo texto, que nos anuncia el nacimiento de un Niño que unirá bajo una misma bandera a todos los pueblos y establecerá un tiempo de justicia y paz. “Porque una criatura nos ha nacido, un hijo se nos ha dado. Estará el señorío sobre su hombro, y se llamará su nombre «Maravilla de Consejero», «Dios Fuerte», «Siempre Padre», «Príncipe de Paz». Grande es su señorío y la paz no tendrá fin sobre el trono de David y sobre su reino, para restaurarlo y consolidarlo por la equidad y la justicia, desde ahora y hasta siempre, el celo de Yahveh Sebaot hará eso”. (Is 9, 5-6)

El Reino de Dios ya ha comenzado a fraguarse con el nacimiento de Cristo, aunque acontecerá en toda su plenitud al final de los tiempos. Esta antífona nos revela esa gran esperanza que el corazón de todo hombre alberga en lo más profundo: habitar en una tierra de justicia y paz.

El mundo que habitamos está henchido de desdichas, dolor, sufrimiento…, ocasionado por la división y la violencia de unos contra otros, de pueblos contra pueblos ya sea por un trozo de territorio o por obtener la supremacía económica y social. Esta antífona nos anima a pedir con esperanza la llegada de un Rey poderoso que ponga fin a tanta maldad y reine la paz.

Por ello, hoy oramos y cantamos:

¡Oh, Rey de las naciones

y Deseado de los pueblos,

piedra angular de la Iglesia,

que haces de dos pueblos uno solo,

ven y salva al hombre

que formaste del barro de la tierra!.