Antífonas de la O: «O Enmanuel ¡Oh, Dios con nosotros!»


Os animo en este día previo a la Noche Santa de la Navidad, a alzar la mirada al cielo y pedir la venida del Enmanuel para que camine a nuestro lado

Antífonas de la O: O Enmanuel ¡Oh, Dios con nosotros!
Antífonas de la O: O Enmanuel ¡Oh, Dios con nosotros!
Antífonas de la O: O Enmanuel ¡Oh, Dios con nosotros!
Antífonas de la O: O Enmanuel ¡Oh, Dios con nosotros!

Llegamos al final de este recorrido por las antífonas de la O acompañando, pasito a pasito, a José y María hasta llegar a Belén. Ya llegan, ya están aquí, y vienen a darnos la luz de nuestra salvación. ¡Cuánta generosidad! ¡Qué ejemplo de obediencia! Modelos de amor y ternura. 

Por ello, hoy oramos y cantamos O Enmanuel, ¡Oh, Dios con nosotros!

Esta antífona tiene su origen en el texto de Isaías: “Dijo Ajaz: «No la pediré, no tentaré a Yahveh.» Dijo Isaías: «Oíd, pues, casa de David: ¿Os parece poco cansar a los hombres, que cansáis también a mi Dios? Pues bien, el Señor mismo va a daros una señal: He aquí que una doncella está encinta y va a dar a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel”. (Is 7, 12-14)

Y en el Nuevo Testamento, Mateo, cuando describe el sueño de José donde el ángel le invita a llevar consigo a María, se hace eco de estas palabras del profeta Isaías: “Dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados. Todo esto sucedió para que se cumpliese lo dicho por el Señor por medio del profeta: Ved que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel, que traducido significa: «Dios con nosotros.»” (Mt 1, 21-23)

Emmanuel significa: “Dios con nosotros”. Dios se hace hombre y se humilla para sanarnos de todas nuestras heridas (Cf. Flp 2, 6-8) ¡Cuánto derroche de amor! Es tal la pasión que Dios nos tiene que asume la debilidad humana para redimirla. En cambio, el hombre no siempre responde con tanta gratuidad.

Ajaz prefería antes la ayuda de otros pueblos poderosos que abandonarse en la providencia divina. Algo así ocurre en nuestro tiempo. Todo lo apostamos a nuestras propias fuerzas, absolutizamos la capacidad del hombre, depositamos la confianza en la ciencia y la técnica y tristemente nos enrocamos en una vida al margen de Dios, vivir como si Dios no existiese.

La acción del mal en nuestro corazón lo envenena de tal modo que somos lentos e ineptos para reconocer que estamos enfermos, que nuestra alma está herida, nuestra conciencia desvalida y nuestro corazón derrama acíbar en vez de un néctar de dulzura, ternura y afecto.

La Navidad está a la puerta, a la vuelta de la esquina, y estamos más en los fastos de las calles, en la magnificencia y suntuosidad, absortos en escaparates, cenas, fiestas arreligiosas y laicas como gustan a los populismos ateos que se imponen como pensamiento único. Parece ser que un minúsculo virus suscita algún respeto y miedo que sitúa al hombre en su mismidad, en que es un ser débil y finito que necesita de otro que le de esperanza y una vida en plenitud.

Por ello, os animo en este día previo a la Noche Santa de la Navidad, a alzar la mirada al cielo y pedir la venida del Enmanuel para que camine a nuestro lado y nos sostenga en la lucha contra el mal y nos enamore con la patria celestial; y al mismo tiempo, mirar hacia el pesebre y contemplar con la humildad y sencillez de un Dios, Rey de Reyes, Señor de la Justicia, que viene a traernos la salvación envuelto en unos pañales y recostado entre pajas.

Por tanto, oremos y cantemos diciendo:

¡Oh, Enmanuel,

Rey y legislador nuestro,

Esperanza de las naciones

Y salvador de los pueblos,

Ven a salvarnos, Señor Dios nuestro!