¿A cómo está el kilo de cristiano?


Es la ley de la oferta y la demanda, posiblemente la que más se tiene en cuenta en el mundo entero. Para cualquier cosa, después de la ley de la gravedad del señor Newton, por una simple cuestión de escalas. La ley de la gravedad es de escala universal y es la responsable de que tengamos los pies en el suelo, aunque con la clase política no se cumpla a rajatabla. El sabio inglés no tuvo en cuenta las escalas sociales cuando le cayó en la cabeza la manzana, que bien pudo ser una pera, o una naranja agria, quien sabe.

Sin cotizar en bolsa pero con una evidente oscilación en los mercados internacionales, la carne de cristiano no vale siempre lo mismo, y además varía con la procedencia. Si es de cristiano copto vale bastante menos, si es de cristiano “Ronaldo”, los precios se disparan, aunque ya nos vamos a otra denominación de origen muy diferente. Los mercados son los que marcan las tendencias, y es evidente que se cotiza a la baja, de un tiempo a esta parte.

Es verdad que se parte de un inicio muy poco prometedor. En sus orígenes tenía muy poco valor, por eso se usó durante siglos como alimento de fieras, en la roma imperial. La cosa de momento no ha bajado tanto. Las fieras ahora malviven en parques naturales africanos amenazadas con extinguirse, comiendo antílopes en plena corriente migratoria. Es curioso, en la sabana africana, las especies migratorias son diezmadas por los depredadores autóctonos. En las selvas de asfalto europeas son los depredadores migratorios los que están diezmando a las poblaciones autóctonas. Pero de esto, a pesar de la gravedad, no tiene la culpa Sir Newton, por muy inglés que sea.

Expuestos permanentemente al degüello, cuando no al atropello. Hasta los romanos se acabaron aburriendo de ver a los leones persiguiendo cristianos por la arena del circo, eran más emocionantes las luchas de gladiadores, y las carreras de cuadrigas. Y ni siquiera al pérfido Nerón se le hubiese ocurrido poner a sus mejores aurigas a arrollar cristianos por las más emblemáticas calles de Roma. Bastante ocurrencia la suya de incendiar la ciudad y culpar a los cristianos, que desde entonces han tenido ya la culpa de casi todo.

No soplan buenos vientos para los seguidores del Crucificado, ¿y cuándo han soplado?, pregunto. De martirio en martirio, saltando de siglo en siglo, hasta cumplir 21, para seguir siendo condenados en cualquier momento. Y ejecutados a la misma vez, por miserables que vienen amparados por su propio credo, o verdad con minúsculas, y un libro sagrado escrito con letras de sangre, de millones de víctimas. Tiene de sagrado lo mismo que mis posaderas.

Casi nadie se ha querido dar cuenta a tiempo de la gravedad, y los que se dan son tachados de locos o intolerantes, cuando no algo peor. Nadie quiere escuchar el ruido de sables. Las vigas que sostienen nuestra civilización llevan tiempo padeciendo una plaga, que las hace pasar por relucientes pero las está pudriendo por dentro. Bastará un soplo de aire cálido procedente del desierto, para que se venga todo abajo. ¿Y de quien será la culpa? Nerón culpó a los cristianos del incendio de Roma, y los convirtió en menú del día para leones. Cada siglo tiene su tirano y su excusa para ponerse a perseguir cristianos, mal hacemos esperando sentados a que de la cara el próximo.

Un inglés aletargado, hace ya varios siglos, recibe el impacto de una manzana en su cabeza y nace la ley de la gravedad, ahora es la gravedad la que demanda una ley que saque de su letargo al inglés y con él, al europeo. Hará falta algo más que una manzana, unas velas y muchos minutos de silencio. Si no hacemos nada, el kilo de cristiano seguirá bajando hasta colocarse al precio del forraje.