El verdadero secreto de la Mona Lisa


A nadie se le escapa la imagen de la Gioconda. Todos tenemos la obra de Leonardo en nuestra mente, de haberla visto en foto, en camisetas, cajas, bolsas y los más afortunados, de haber podido verla a través del vidrio que asegura su protección no solo ante robos, sino también, como sabemos desde hará un año, a prueba de balas.

A pesar de que todos conocemos de manera directa o indirecta el sfumato, es decir, esa técnica de fundido que utilizaba Da Vinci para difuminar los bordes y que es tan apreciable en la obra de la que hablamos; muchos de nosotros aún desconocemos que quizá esa técnica solo sea producto del tiempo.

Para poder entender un poco más esto, es interesante pensar en la Gioconda del Prado, porque, aunque no muchos la conocen, contamos con una copia, que seguramente saliera de su propio taller, en Madrid. Aún así, no está claro si la obra fue realizada por un aprendiz o por el propio artista.

Si analizásemos ambas obras podríamos ver que en la forma son casi idénticas, pero que la técnica es totalmente diferente: la “verdadera” Mona Lisa es de colores mucho más amarillentos, ocres y verdosos, mientras que la del Prado tiene unas tonalidades más vivas, alegres e intensas, lo que colectivamente viene a significar que es más agradable, más bonita. Sin embargo, no discutimos que la obra de Leonardo está caracterizada por colores mucho más uniformes, apagados; que la figura parece tener un velo, que el pelo se difumina con la vestimenta y, sobre todo, que la sonrisa es enigmática, inconfundible, porque atrapa al espectador en una incógnita sobre la modelo.

Para conocer la fama de la obra debemos de remontarnos al 21 de agosto de 1911, cuando la obra fue robada del Museo del Louvre (donde se encuentra también en la actualidad) a manos de un trabajador del museo: Vicenzo Peruggia. Aunque esta noticia, que alarmó al mundo entero, se serenó con el estallido de la Primera Guerra Mundial tres años después, no desapareció ese interés por la imagen, ni por el robo ni por la polémica que había suscitado. La popularización de las copias e impresiones de la obra se democratizó hasta límites inimaginables, siendo conocida por todo (o casi todo) el mundo.

Pero entonces, ¿por qué mencionar la del Prado? Gran parte de la comunidad científica de conservadores y restauradores considera que la obra original de Leonardo, independientemente de que la del Prado pudiera ser de su propio ingenio, debería de parecerse mucho a ella. De hecho, si observamos la obra que conservamos en nuestro país, antes de que fuera restaurada, podríamos ver que las diferencias no son tan evidentes. Existe esa especie de esfumado característico del artista y los colores son mucho más ambarinos.

Por ello, muchos piensan que las características que tendemos a asociar a Leonardo y que parecen verse en su esplendor en la Mona Lisa, son solo producto del deterioro y el paso del tiempo. Esto ha suscitado una importante polémica en redes sociales, donde muchos reclaman al taller del Louvre que la obra se restaure para garantizar la permanencia de los valores artísticos del bien.

El motivo por el que no se restaura parece ser económico. Todos conocen el cuadro; sin embargo, la obra que todos conocemos es amarillenta.

¿Debería el Louvre restaurar la Gioconda para que podamos conocer como es verdaderamente la obra de Da Vinci o es mejor dejarla como está? La respuesta desde el punto de vista de las personas que nos dedicamos a la gestión patrimonial parece ser más o menos clara, pero ¿qué piensa el visitante?

Quizá con la restauración descubriríamos el verdadero secreto que, de momento, parece no interesar que se desvele.

 

Paloma Gutiérrez Moreno

Graduada en Gestión Cultural por la Universidad de
Córdoba.