«Haced esto en memoria mía». Jueves Santo, Día de Cáritas


Qué lejos quedan hoy los balcones de las ocho de la tarde que aplaudían, merecidamente sin duda, a tantos sanitarios y personal esencial que arriesgaban su salud por cuidarnos a todos

Ya decía Pascal que «a fuerza de hablar de amor, uno llega a enamorarse». Y en esto él es como su Maestro, un romántico. Alguien que se sabe llamado pero indigno a una tarea que le sobrepasa, a un oficio imposible pero necesario. Un hombre, con sus dudas y sus inseguridades, con sus capacidades y sus sueños, con sus errores… Un hombre tomado de los hombres, hombre como todos, nada más que un hombre. O quizá nada menos. Tal vez esté lejos ya aquella niñez en que su abuela le enseñó piadosa a rezar el rosario, la juventud en que se debatía si entregar su corazón a aquella muchacha que le sonreía en el instituto o a Quién se lo demandaba por entero y para siempre. Aquellos años de formación silenciosa entre la doctrina y la pastoral ilusionante de quien anuncia el Evangelio las primeras veces. Son recuerdos que a menudo agolpan su cabeza, como el nombre del primer cristiano que bautizó en aquel primer destino, las lágrimas de su madre mientras le lavaba sus manos de misacantano o el abrazo de su padre, que al principio no comprendía, cuando lo encontró camino de su ordenación vestido ya con traje talar. 

Mira atrás y se sonríe, porque reconoce que poco es obra suya y mucho la de Otro. No obstante, déjame que hoy, que de nuevo es Jueves Santo, dé yo también gracias contigo a Quién te llamó a ti pensando en mí. Porque fue un Jueves Santo, en el Cenáculo, cuando Aquél que quiso hacerte lo que eres hoy y encargarte que perpetuaras en su memoria el Sacrificio Santo, antes de cenar, se levantó de la mesa, tomó una toalla, se la ciñó y le lavó los pies a sus amigos. Él te dio ejemplo para que hicieras lo mismo: amar hasta el extremo, porque esa es la medida del amor y quien ama menos, ama poco. 

Y yo te lo he visto hacer en estos meses -año y pico ya- en el que tantos te necesitaban. Te he visto acompañar enfermos y familiares, llevándoles el alivio y el aliento de un Dios que vive con ellos un sufrimiento que no comprenden. Te he visto escuchar y acoger a los que quedaban sin trabajo y sin recursos; auxiliar a quienes ese día no tenían qué llevar a su casa o ni siquiera hallaban un sitio donde recostar la cabeza, cuando era exigido un confinamiento imposible de cumplir para quien no tenía dónde confinarse; visitar a quien por su edad no podía salir y encargar que le llevaran lo necesario; despedir a quien se iba prematuramente de este mundo y sin ni siquiera el consuelo de la caricia o del beso de quienes amaba tanto; y todo mientras te acordabas de que para esto te hiciste cura. Para servir. Servir siempre y a todos. Servir hasta que ya no puedas más, hasta que duela. ¡Y vaya si duele a veces!

Qué lejos quedan hoy los balcones de las ocho de la tarde que aplaudían, merecidamente sin duda, a tantos sanitarios y personal esencial que arriesgaban su salud por cuidarnos a todos. Pero pocos pensaban en ti cada tarde en aquellos homenajes efímeros. Sé de sobra que no te importa, que ni siquiera has pensado en ello, que tienes buen pagador y que Él sabrá recompensar al siervo bueno y fiel. Pero hoy es Jueves Santo y un Jueves Santo tu Maestro, que es el mío, inventó durante una cena con sus amigos, y en el mismo acto, el oficio del sacerdote y del voluntario de Cáritas. Y para sellarlo en un vínculo de unión que no puede disolverse prometió -y cumple hasta hoy- su presencia real en medio de nosotros cada vez que repites sus palabras sobre ese pan y ese vino. Tú sabes bien que ese «haced esto» supone elevar su cuerpo en el altar y dignificarlo en el pobre. Por eso hoy, día de Cáritas, quiero ponerle voz a los mil setecientos voluntarios de toda la Diócesis para darle gracias a Dios por nuestros sacerdotes, ministros de la Caridad de la Iglesia, y rezar por ellos a esa Virgencita de su mesita, que es la última a la que miran cada noche antes de dormir. Sin vosotros todo hubiera sido mucho más difícil estos meses. Gracias de corazón. Ojalá en aquella tarde en que todos seremos examinados, sus oídos y los nuestros puedan escuchar gozosos y a la vez, de los labios de Aquél a quien servimos -quizá sin reconocerlo- en tantos hermanos nuestros, la promesa que nos anima a seguir adelante cada día: «Venid, benditos de mi padre… »

Es Jueves Santo, Día de Cáritas.

Salvador Ruiz / Foto: Jesús Caparrós

 

Salvador Ruiz Pino

Director de Cáritas Diocesana de Córdoba