Jueves Santo, Día del Amor Fraterno: Día de Cáritas


No habría Cáritas ni Iglesia sin los 1.700 voluntarios que cada día, en nuestra Diócesis de Córdoba, abren los 167 despachos parroquiales

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Paso de misterio de Nuestro Padre Jesús de la Fe en su Sagrada Cena.
Salvador Ruiz / Foto: Jesús Caparrós

«Os he hablado de esto, para que encontréis la paz en mí. En el mundo tendréis luchas; pero tened valor: yo he vencido al mundo» (Jn 16, 33). 

En la intimidad de la cena pascual, su Última y Sagrada Cena, Jesús abre su corazón de par en par en una noche cargada de confidencias, revelaciones y de “amor hasta el extremo” (cfr. Jn 13, 1). Ante el desconcierto de sus discípulos, que todavía no comprenden bien la misión del Maestro, Jesús se abaja humilde para lavar pies y mandar amor. 

El Jueves Santo es misterio de caridad, de amor sin medida, de perdón a los enemigos y del abajamiento propio de quien se entrega por entero, pequeño pero valiente, a la voluntad de quien le llamó a dar la vida por los demás. Por eso, este es el día del sacerdocio. De todos ellos que, entre las persecuciones del mundo y las consolaciones de Dios, que diría San Agustín, siguen cada día danto testimonio de que hay Dios y nos ama. Nada hay hoy tan necesario como esto, tan necesarios como éstos. Especialmente en nuestros días, cuando todo el mundo mira aterrado a un este de Europa en guerra, con cuatro millones de desplazados internos y externos, principalmente mujeres y niños, y miles de civiles muertos. Las imágenes de los cuerpos de tantos hombres y mujeres asesinados con las manos maniatadas, como el Nazareno el Viernes Santo, estremece a un mundo impotente ante el horror y la tiranía del poder desmesurado, que lo sacude mediática y económicamente. En Andalucía, según nuestro informe FOESSA, después de dos años de una pandemia que aún no ha acabado, la exclusión social ha aumentado más de un 36% y ya llega a más de 2,2 millones de personas, que son, sin duda, los que más sufren los efectos adversos de la inflación que provoca la guerra. 475.000 andaluces podemos considerarlos, directamente, expulsados de esta sociedad con anteojeras, que sigue sumida en la búsqueda de un bienestar excluyente, egoísta, narcisista y ostentoso. Y lo que es peor, una sociedad sólo preocupada por la guerra que llama a su puerta y absolutamente desconocedora (o lo que es peor, indiferente) de aquellas que siguen desolando Siria, Etiopía, Yemen, Afganistán o Centroáfrica.  

En este mundo, con tantas sombras y oscuridades, los sacerdotes son antorchas ardientes portadoras de un mensaje que no pierde su actualidad y su urgencia. El de un joven Nazareno que se entregó por nosotros apuntando el ideal alto de una vida que merece la pena ser vivida y al que ellos, con sus muchos defectos, miedos, pecados e imperfecciones, se han empeñado en imitar desde que un día escucharon, misteriosamente, la voz que les decía: «Sígueme».

Sin ellos no habría Cáritas ni Iglesia, como no la habría sin los 1.700 voluntarios que cada día, en nuestra Diócesis de Córdoba, abren los 167 despachos parroquiales o los programas diocesanos para acoger, acompañar y servir a Cristo en las personas más vulnerables, que sufren pobreza o exclusión, o que tienen cualquier necesidad; o los miles de personas que confían en nosotros, con su donativo económico, para hacer de este mundo un lugar cada vez más justo y más fraterno, que devuelva al centro de todo a la persona y su dignidad sagrada e inalienable.

Por eso, hoy, Jueves Santo, día del sacerdocio y del amor fraterno, permíteme, querido sacerdote, que en nombre de todos los que formamos esta institución de la Iglesia que me honro en dirigir, te agradezca todo lo que haces por acompañarnos a nosotros -los voluntarios- y a las personas empobrecidas que se acercan a la parroquia, y te manifieste, una vez más, nuestro compromiso por hacer “sínodo” contigo, nuestro deseo de caminar juntos, aquí y ahora, hasta que juntos también lleguemos al abrazo final de Aquél que nos llamó, a ti y a nosotros, a esta Misión tan hermosa y tan apasionante que es darse -darnos- sin medida y “hasta el extremo”. 

Salvador Ruiz Pino, director de Cáritas Diocesana de Córdoba.