Kyiv fue mi primera escuela de aprendizaje en el apasionante mundo de la consultoría internacional; el próximo mes de julio se cumplirán 30 años. En aquella ocasión, dirigí un equipo de expertos para desarrollar un proyecto de asistencia técnica al sistema financiero ucraniano, auspiciado por la Unión Europea (UE).
La independencia de Ucrania en 1991, creó grandes esperanzas y expectativas de desarrollo económico y social. Lamentablemente no se cumplieron, y los años 90 y hasta la mitad del s.XXI, el pueblo ucraniano vivió duros episodios de hiperinflación, grandes flujos de emigración al exterior y acompañando a estas dificultades, el chantaje ruso en los elevados precios del gas servido a Ucrania. ¿Le suena al lector?
Hoy Vladímir Vladímirovich Putin pretende reconstruir el imperialismo soviético, que apenas duró 74 años, con el uso de una fuerza que aprendió en sus tiempos de espía del KGB. Y lo está haciendo al clásico estilo soviético, comunista, empleando la más brutal violencia, cueste lo que cueste a tantos y tantos inocentes de un lado y del otro, asesinados en estos días de infierno. Sus métodos, siguen el guión de otro antecesor suyo, quien castigó con esmero y determinación al sufrido pueblo ucraniano, el georgiano Jossif Vissariónovich Dzhugashvili, más conocido como Josif Stalin.
Lecciones aprendidas
Disolución de la URSS
Tres presidentes de las entonces repúblicas socialistas soviéticas, Rusia (Yeltsin), Ucrania (Kravchuk) y Belarus (Schushkevich), firmaron la disolución de la URSS, emprendiendo así el camino contrario al de la UE. Los tres dieron por finiquitado un sistema político, que, más allá de logros espaciales y progresos en la industria militar, sólo aportó mentira, hambre, privaciones, pobreza y crimen.
Como paso previo, defenestraron al último presidente de la URSS, el denostado Michaïl Sergeïevich Gorbatchev, quien intentó llevar a cabo una política de reestructuración económica, perestroika (перестройка) y de apertura y transparencia, conocida como glásnot (гласность). La desintegración de la Unión Soviética, estaba servida, y con ella, el nacimiento de nuevas élites multimillonarias, oligarcas cuya rápida acumulación de riqueza y la forma de obtenerla, hacen palidecer a cualquiera.
La ruptura provocó un colosal desorden en los ámbitos social, económico, legal, y de seguridad. Como consecuencia del derrumbe de la URSS, anticipado por la caída en noviembre de 1989 del ignominioso Muro de Berlín, también colapsó el Pacto de Varsovia entre los países del Telón de Acero. Pacto que sin duda añora Putin y sueña con reconstruir manu militari, para enfrentar a una OTAN que parece resistirse a emplear sus capacidades, en defensa del pueblo ucraniano y del resto de países, que sienten la amenaza directa del muy agresivo oso ruso.
Escuela soviética de negociación
Negociar, el soviético no negocia en los términos comúnmente aceptados en Occidente. El soviético impone sus demandas, de grado o por la fuerza bruta que imponen las bombas y los crímenes de guerra, si las considera útiles para conseguir sus objetivos. Ceder en la negociación es cosa de débiles, y el soviético no gusta de aparecer débil ante sus jefes, ni tampoco al jefe de los jefes, pues saben del camino que les esperaría recorrer, el famoso Camino de los Entusiastas, eufemismo staliniano que señala el camino que se dirige desde Moscú hacia el Norte, a Siberia, la gran cárcel rusa.
La guerra de Putin refleja fielmente la definición que de ella hace el general prusiano Karl von Clausewitz:
La guerra constituye, por tanto, un acto de fuerza que se lleva a cabo para obligar al adversario a acatar nuestra voluntad.
Con esta declaración, Putin marca el tono de la negociación. O aceptas lo que yo quiero, o destruyo tu país y a sus gentes. Y te mato Volodímir Zelensky, a tí, a tu familia y a tu gobierno.
Desde luego, Vladimir (Putin) no pasará a la historia como el Grande, que ya existió otro auténticamente grande: San Volodímir Sviatoslávich I, el Grande (Володимир Святославич), quien cristianizó el Kievan Rus y desde allí expandió el cristianismo en todas las rusias.
Los acuerdos duran el tiempo que permanece fresca la tinta que los firmó
En diciembre de 1994, Rusia, Estados Unidos y Reino Unido, firmaron el Memorándum de Budapest por el que, las tres potencias intervinientes se comprometieron a no utilizar amenazas, uso de la fuerza militar o coacciones de tipo económico a Ucrania, entre otras naciones.
Con la anexión de Crimea en 2014, Putin desprecia los compromisos de obligado cumplimiento del Memorándum. Moscú no es Roma, ni el derecho soviético bebe del romano. Pacta sunt servanda, que desgraciadamente queda al arbitrio de quien quiere saltárselo. Otras potencias también lo han ignorado con frecuencia, cuando era conveniente a sus intereses.
En esta guerra, Putin ha aprendido rápido la lección: como anexionarse gratis la península de Crimea. Y parece conocer bien las debilidades de Occidente hoy. Cabe recordar que Ucrania, tercera potencia en los años 90, cedió su arsenal atómico a Rusia a condición de asegurar la no agresión a su país y el respeto de sus fronteras, entre otros acuerdos. ¿Se hubiera atrevido Putin a invadir Ucrania con el armamento nuclear que guardaba Kyiv y que, por razones políticas y económicas le resultaba muy caro y arriesgado mantener?
El Patriarca de Moscú influye mucho
El Patriarca de Moscú y de todas las Rusias influye mucho en la política exterior del Kremlin, también en la interior. A título de ejemplo, un antecesor del actual Cirilo I, el Patriarca Alexis II frustró la visita del Papa San Juan Pablo II a Moscú el año 1997, que ya contaba con el beneplácito del entonces presidente Yeltsin, pero no con el de Alexis II, el patriarca contemporáneo al presidente. Y desgraciadamente, no se produjo el encuentro entre ambas autoridades cristianas.
Hoy el Patriarca Cirilo I, con su apoyo a Putin y su guerra, justifica la invasión y con ella la destrucción y muerte que acarrea, quizás por el oscuro objeto de deseo de someter de nuevo a la iglesia ortodoxa ucraniana bajo su jurisdicción. ¿Se atrevería Putin a iniciar esta guerra si no contara con el apoyo declarado por Cirilo I?
¿Cómo veríamos los católicos hoy, en el siglo XXI que, por ejemplo, el Papa Francisco I apoyara una guerra de invasión de un país católico frente a otro país católico?
¿La ONU, sirve para algo?
Como consecuencia de la invasión rusa en la península de Crimea en 2014, y su posterior anexión a la Federación Rusa, la ONU aprobó su Resolución 68/262 por la que afirma su determinación de preservar la soberanía de Ucrania.
Así, exhorta a todos los Estados que desistan y abstengan de quebrantar la unidad nacional y la integridad territorial de Ucrania y recalca que el referendo celebrado en la República Autónoma de Crimea en marzo de 2014, no tiene validez.
Con la anexión de Crimea y la guerra actual de Putin, la ONU demuestra una vez más, ser una institución incapaz de hacer cumplir sus resoluciones, sobre todo si estas perjudican a alguno de los miembros permanentes de su Consejo de Seguridad.
Una vez más, el poderoso alcanza sus fines frente al débil despreciando toda regla, todo acuerdo, todo respeto a la legalidad internacional.
Estamos asistiendo al nacimiento de una nueva época, que no coyuntura, donde vemos la disputa por el cambio de hegemonías actuales, liderazgos y poderes militar y económico.
Liderazgo, determinación y valentía
El presidente Zelenski está emergiendo como el líder europeo del s.XXI. En momentos de grandes catástrofes como esta que ha provocado la guerra de Putin, surgen siempre grandes líderes. En la actualidad, hay más de 4 millones de ucranianos huyendo de su patria, otros 7 millones desplazados a zonas del interior menos castigadas por la injusta guerra, y miles de muertos y heridos. Desgraciadamente, pronto veremos cientos de jóvenes mutilados deambulando por el metro de Moscú y Kyiv pidiendo ayuda para mitigar su dolor y el malvivir sus años venideros.
Zelensky, con su vida y la de su familia amenazadas de muerte, así como las de los miembros de su gobierno, nos está dando un ejemplo de valor y determinación en la defensa de su pueblo. Un ejemplo de liderazgo robusto que, lamentablemente, no vemos en esta Europa que está perdiendo el norte.
¿Europa, dónde estás y hacia dónde vas?
Europa, o mejor dicho la UE, con el relativismo imperante en todos los sentidos, está olvidándose de los valores cristianos que establecieron sus fundamentos. Hoy tenemos una UE ensimismada en agendas y progresismos de nulo progreso, a la que Putin apoyado por un Xi Jinping entre bambalinas, pretende someter provocando el riesgo de un desastre nuclear que también a él y a su pueblo se llevaría por delante.
Europa debe aprender de esta guerra de Putin, la lección de que no es inteligente vivir dependiendo de terceros. Debe ser independiente para asegurar su bienestar y modo de vida, fortaleciendo y haciendo valer su liderazgo en defensa de su propia seguridad, de nuestras libertades democráticas y de la propia identidad europea, con sus diferencias, pero unidas por el nexo común del cristianismo. O vendrán otros a imponernos su dictado y valores con el fín de aniquilarnos como civilización.
¿Quién pagará los daños de la reconstrucción de Ucrania?
Y esta enorme destrucción, acompañada de los miles de personas muertas y heridas, causada por la guerra de Putin ¿quién la pagará? ¿serán Putin y sus cómplices quienes paguen la reconstrucción de Ucrania?
¿Cómo y por quién se instrumentarían los procedimientos coercitivos para obligar a Putin y sus sucesores en la gobernación rusa, hacer frente a la abultad factura de reconstruir Ucrania, e indemnizar a su población por los daños infringidos?
Si finalmente Putin y Rusia vencen, ¿se harían cargo de la reconstrucción? Dada la demostrada ausencia de principios morales, muy probablemente, no. Será un legado de ruina y miseria para las generaciones ucranianas venideras; también para las rusas, no se equivoquen Putin y sus secuaces.
Se hace necesaria una autoridad supranacional que instrumente y lleve a buen término la reconstrucción de Ucrania, detrayendo una parte sustancial de los ingresos derivados de las exportaciones rusas, como fondo de reconstrucción. Así mismo, será necesario limitar la capacidad rusa para producir armamento nuclear y su comercio. Quizás sea un sueño, utópico, sí, pero valdrá la pena trabajar por conseguirlo. Nunca más una guerra. Ucrania prevalecerá, Putin no.
Miguel Sánchez de Pedro
Consultor internacional