La procesión de San Rafael de 1651


¿Cuál fue la primera vez que San Rafael procesionó por las calles de Córdoba?

San Rafael./Foto: Luis A. Navarro

Para encontrar la respuesta a esta pregunta necesitamos en primer lugar entender que toda salida procesional, como acto público de culto a una imagen religiosa, requiere previamente de un proceso temporal en el que la devoción vaya calando poco a poco en el sentimiento de la población. Por ello hay que empezar este artículo haciendo un breve recorrido de cómo se consolidó la veneración a San Rafael en Córdoba.

Ya lo hemos contado antes. Todo empezó en 1575 cuando se descubrieron unas unos restos humanos sepultados en la iglesia de San Pedro. El 7 de mayo de 1578, fecha que hoy celebramos, se produjeron “las revelaciones” de San Rafael al padre Roelas en la doble vertiente conocida: el arcángel divino reveló al presbítero cordobés que las reliquias encontradas eran las de los mártires de Córdoba y que él,  San Rafael, era el custodio de Córdoba, el “ángel a quien Dios tiene puesto por guarda de ésta ciudad”.  Que las reliquias encontradas en San Pedro fueran las de los mártires de Córdoba fue reconocido en el Concilio de Toledo de 1583, mandando “que se les haga culto y reverencia según la Santa Iglesia Católica Romana suele y acostumbra hacer a las Reliquias y cuerpos de Santos”.

El reconocimiento de la Iglesia a San Rafael como Custodio de Córdoba se produjo en el año 1603. Este segundo hecho estuvo precedido por una plaga de peste que asoló nuestra ciudad en los años anteriores. Ello determinó la salida en procesión rogativa de los restos de los mártires cordobeses desde la iglesia de San Pedro hasta nuestra catedral. Esta primera salida procesional se celebró el 7 de julio de 1602, día de san Argimiro, uno de los mártires cuyos huesos se custodiaban en San Pedro, y en ella se rindió culto público a los restos de los mártires cordobeses que iban en una urna “vestida de terciopelo carmesí con guarniciones costosas de plata cubriendo las fachadas con viriles de cristal por donde se transparentaban los benditos huesos”. Las rogativas lograron el éxito pretendido y la epidemia de peste cesó rápidamente. Ello animó al sacerdote Juan del Pino, amigo de Andrés de las Roelas (fallecido en 1587), a hacer públicas las revelaciones que llevaban guardadas veinticinco años. Así, estando vacante la silla de Osio, se presentó la propuesta al provisor de la diócesis de Córdoba don Fernando Mohedano de Saavedra, siendo aprobada por auto de 6 de agosto de 1603.

La publicidad que produce el reconocimiento eclesiástico de San Rafael como custodio de nuestra ciudad sirve para poner en marcha el reloj de su primera salida procesional en Córdoba. Es el reconocimiento de San Rafael como ángel protector de nuestra ciudad el que provoca el nacimiento y auge del fervor popular hacia su imagen.  Dos datos acompañan a este punto de partida: que la devoción a San Rafael estuvo siempre ligada a la de los mártires cordobeses y que a ambos (Custodio y mártires), se implora en momentos en los que la ciudad necesita de la medicina de Dios. De esta doble naturaleza surge una primera característica singular. Más allá de las fechas y de la liturgia procesional, existe en su origen un claro matiz penitencial, de reconciliación, en los cortejos procesionales que van a acompañar a San Rafael.

Cuenta Enrique Redel en su libro San Rafael en Córdoba, que fue en este año de 1603 cuando se labró en piedra una imagen de San Rafael, siendo colocada en la capilla de los mártires en la Iglesia de San Pedro. Hay que tener en cuenta que en este momento estaba por construir el templo del Juramento y la devoción al arcángel cordobés residía en San Pedro sin una hermandad que la soportara. Allí fue creciendo durante la primera mitad del siglo XVII la devoción cordobesa, sin conocer noticia documentada de nueva imagen o procesión alguna. Fue de nuevo una plaga de peste la que hizo que Córdoba recuperara la memoria. En 1649 aparecieron unos casos de peste, declarándose el contagio de la ciudad en 1650 y comenzando las víctimas de esta enfermedad. Enrique Redel en el mencionado libro refiere que en ese año de 1650 se hicieron rogativas, procesiones y alguna fiesta a San Rafael, sin concretar si en estas procesiones participó la imagen de nuestro arcángel. Igualmente refiere que en este año de 1650 los jesuitas celebraron solemnísima fiesta a San Rafael en la iglesia de la Compañía para que cesara la peste, lamentando en el sermón dado el olvido que los cordobeses tenían a su Custodio. Estos datos nos llevan de manera clara a cierto olvido y abandono devocional.

Todo lo anterior provocó la reacción del cabildo municipal de Córdoba, que instó al obispo de la ciudad para que concediera rezo e hiciese día festivo el 7 de mayo, contestando el obispo cordobés que nada podía hacer sin la autorización de Su Santidad. Cabildo municipal y eclesiástico se pusieron manos a la obra, dirigiéndose a Roma, y el día de San Nicolás de 1650 la Congregación de Ritos concedió fiesta y rezo a San Rafael en Córdoba.

El reconocimiento pontificio de la fiesta de San Rafael provocó grandes regocijos, acordando el cabildo municipal en reunión de 17 de febrero de 1651 que se celebrara tal acontecimiento con una serie espectáculos, concretados en una justa literaria, luminarias y fuegos de artificio, juegos de toros y cañas a celebrar en la plaza de la Corredera y dos procesiones en las que se llevaría a San Rafael desde la iglesia de San Pedro hasta la catedral para, una vez celebrado el octavario, volver a San Pedro.

Conocemos estas celebraciones por el relato que de ellas hizo Pedro Mesía de la Cerda, que a instancia del cabildo municipal de Córdoba escribió en 1653 la Relación de las Fiestas Eclesiásticas y Seculares que la muy noble y siempre leal Ciudad de Córdoba ha hecho a su Ángel Custodio S. Rafael este año de 1651. No me voy a detener en la justa literaria, ni en las luminarias y fuegos que alumbraron la ciudad durante estos días. De los juegos de toros y cañas tan solo destacaré que se celebraron el miércoles 31 de mayo y el sábado siguiente, estando precedidas por los correspondientes encierros, y señalando ya la presencia de “toreadores a pie”, adelantándose Córdoba en un siglo a la corrida moderna, en ese tránsito silencioso del toreo caballeresco a las corridas de toros a pie.

Sí me detendré en el objeto de este artículo para relatar cómo fueron las procesiones de San Rafael y la descripción que de ellas hace Mesía de la Cerda.  Fueron dos las procesiones. La primera, el sábado día 6 de mayo, víspera de la festividad, se llevó la imagen de San Rafael desde la iglesia de San Pedro hasta la catedral, a fin de celebrar en el primer templo cordobés un octavario en honor al Custodio cordobés. Sin haberse construido en este momento el templo del Juramento, era la iglesia de San Pedro “donde se ha conservado la devoción y retrato de San Rafael, quanto no alcanza la memoria: es de creer que aya sido desde que en ella se colocó su efigie en la alto de la torre”. Así nos lo describe Mesía de la Cerda, uniendo una vez más la devoción de los mártires cordobeses y de San Rafael en la actual basílica cordobesa y vinculando este templo con las apariciones del santo ángel al padre Simón de Sousa y la colocación por el obispo don Pascual de una efigie de San Rafael en la torre de la iglesia en 1293. Tendría que llegar el siglo XVIII para que se impulsaran definitivamente las obras de la iglesia del Juramento, hecho de gran alegría para la devoción a nuestro arcángel, pero que no puede hacernos olvidar los cinco siglos anteriores de presencia de San Rafael en la iglesia cordobesa del primer apóstol de Cristo.

La procesión del seis de mayo no pudo celebrarse como estaba prevista. La lluvia dio al traste con el cortejo procesional . Ello no impidió el traslado de San Rafael a la catedral cordobesa, que se realizó a la hora de vísperas, en un coche, cubierta la imagen y con una diputación de canónigos de la catedral de acompañamiento. Al llegar al primer templo cordobés la imagen de San Rafael se colocó en sus andas “con toda decencia y adorno posible”, realizándose la procesión desde la capilla del Sagrario, pasando por la capilla de Nuestra Señora de Villaviciosa y de allí hasta el Altar Mayor, donde fue depositada la imagen. La procesión correspondía a una festividad “de seis capas” (de mayor solemnidad), llevando las andas los capellanes de la veintena y las varas del palio caballeros veinticuatro. El cortejo fue acompañado por el cabildo de la iglesia, el de la ciudad, el Sr. obispo y las cruces y clérigos de todas las parroquias. Al final se colocó la imagen a la derecha del altar, rezando el preste la oración y cantada por la capilla el motete.

Algunas curiosidades surgen de esta descripción de Mesía de la Cerda. El protagonismo cordobés de la Virgen de Villaviciosa era claro en ese momento, por encima incluso del de la Virgen de la Fuensanta, dándole a aquélla algunos documentos la condición de patrona de la ciudad en estas fechas. La presencia de la autoridad eclesiástica y civil, en un momento donde el poder religioso y el político aún mantenían fuertes correlaciones. La representación de las parroquias a través de sus cruces es algo hoy perdido  que refleja la unidad diocesana en esta devoción y el impulso eclesiástico. Frente a ello se echa en falta la representación de las cofradías y del clero regular, tal como sí aparecían en importantes procesiones de estos años, como era la del Corpus Christi. Y después existen algunos elementos litúrgicos destacables, como el uso de palio (hoy desaparecido), la presencia del preste (representación clerical en el cortejo, revestido solemnemente, que hoy sigue acompañando a algunos cortejos procesionales) y el canto del motete (composición musical de tema bíblico).

La imagen de San Rafael permaneció en la catedral de Córdoba durante los ocho días que duró el octavario, y la tarde del domingo 14 de mayo todo se preparó para que San Rafael volviera a su templo en procesión. Estaba el cortejo procesional ya en la calle y San Rafael cerca de la puerta de Santa Catalina cuando la lluvia de nuevo lo descompuso todo. Había que tomar una decisión, y debido a la expectación creada, con múltiples adornos, invenciones y altares en las calles que tenía previsto recorrer nuestro arcángel, que se decidió de nuevo hacer una procesión en el interior del templo y que el Custodio cordobés recorriera las calles de Córdoba en un carruaje, asistido nuevamente por la diputación del cabildo.

La procesión no pudo desarrollarse como estaba prevista, pero algunos datos interesantes nos deja Mesía de la Cerda sobre todo lo que se había preparado al efecto. El recorrido previsto se iniciaba con la salida por la puerta de Santa Catalina de la catedral, para tomar la calle que se enfrentaba a la puerta (actual Martínez Rucker) hasta el huerto del convento de Santa Catalina (plaza Abades), pasando por calles de la Zapatería y Pescadería hasta llegar al Arquillo de Calceteros (actual esquina Cardenal González con calle de la Feria), subiendo por esta calle, la de los Libreros y  Marmolejos  (Capitulares), para bajar por la Espartería hasta la plaza de la Corredera, pasando después por plazuela de la Almagra para llegar a San Pedro. Más allá del cambio de algunos nombres, el recorrido elegido me lleva a dos conclusiones que traslado a la actualidad: el cortejo procesional y su paso (entonces andas), estaba hecho a imagen y media de su ciudad;  procesiones que por su tamaño pueden salir y entrar por las puertas de sus templos y recorrer sus calles, sobre todo las de su barrio más emblemático: la collación de Santa María (hoy barrio de la judería). Y por otro lado para la vuelta no se eligió el recorrido más corto, sino el más lucido, con lugares amplios como la calle de la Feria, la plaza de San Salvador, o de la Corredera, donde poder manifestar la devoción sentida. Y dejo la pregunta al aire: ¿Nos equivocamos al arrinconar nuestras procesiones, dejando de recorrer nuestras principales plazas y calles?

Adornos, invenciones y altares. Así se describe la decoración que se preparó en las calles de Córdoba para adornar y honrar el paso de su Custodio. Por todas las calles se repartían colgaduras ricas y pinturas preciosas. Se montaron estrados revestidos de yedra que lucían pinturas, espejos y piezas de plata. Interesante es la descripción de los altares levantados por las monjas del convento de Santa Clara,  en el arco de San Francisco o en la calle Marmolejos.  Altares montados con ricas telas, en distintos cuerpos en los que se colocaban reliquias e imágenes sagradas que se protegían por doseles y que se acompañaban de cartelas explicativas con un fin fundamentalmente  formativo, evangelizador y devocional, como siempre fueron los altares, pórticos y capiteles de nuestras iglesias. No faltaban las figuras de San Rafael, san Acisclo, santa Victoria y la del sacerdote Andrés de las Roelas, en una representación de sus revelaciones. El mal tiempo impidió la preparación de “ingeniosos artificios, fuentes y otras hijas de la devoción y el arte” tal como se venía haciendo en la procesión del Corpus Christi y que tan bien relata Juan Aranda Doncel en su trabajo La fiesta del Corpus Christi en la Córdoba de los siglos XVI y XVII.

Merece la pena la lectura más detallada de la descripción realizada por Mesía de la Cerda sobre esta procesión “que no fue” para entender el origen, la razón e importancia en este momento clave en el nacimiento de la estética procesional andaluza.

Para finalizar una duda. ¿Qué imagen de San Rafael se procesionó? La actual que se venera en la iglesia del Juramento, de Alonso Gómez de Sandoval, fue posterior, del siglo XVIII. Pocas referencias nos da Enrique Redel, que tan solo indica que la imagen que se esculpió en 1603  para su veneración en la capilla de los mártires de San Pedro era de piedra, por lo que difícilmente pudo ser la de 1651. Mesía de la Cerda describe la imagen procesionada y nos refiere que la imagen de San Rafael es “de hermosa talla, dorada y matizada admirablemente. Tenía a la mano derecha, sobre una tarjeta o escudo coronado de oro y en ella en camporoxo unas letras de oro, que decían: CORDOVA. En la izquierda tenía el pez tan celebrado, insignia propia suya, y remedio milagroso de Tobías”.

Ya hemos indicado que la imagen de San Rafael que se procesionó no es la que actualmente se venera, pero ya tiene en su descripción la iconografía característica de San Rafael en Córdoba, en la que un escudo o cartela lo identifica como custodio de nuestra ciudad. Esta iconografía única no tiene autor conocido. Si bien estamos en la época de Antonio del Castillo y Valdés Leal, sus obras más conocidas de San Rafael son posteriores a este año de 1651. Los triunfos de San Rafael estaban por llegar a partir del siglo XVIII, aunque en este año de 1651 sí fue el de la colocación de la escultura de San Rafael en el puente romano, en concreto el 2 de septiembre, y teniendo su origen en la misma celebración que explicamos en este artículo,  en él ya se puede apreciar la misma iconografía referida, pues bajo su mano derecha aparece la cartela  mencionada. Sin poder aventurar poco más, sí me atrevo a afirmar que la iconografía de San Rafael en Córdoba es anterior a los grandes artistas que desarrollaron su actividad en Córdoba durante el siglo XVII (Antonio del Castillo, Juan Valdés Leal o Antonio Palomino, entre otros), recogiendo éstos una estética del santo ángel ya implantada en nuestra ciudad con anterioridad.

¿Pudieron existir procesiones de San Rafael, como Custodio de Córdoba, con anterioridad al año de 1651? Que no narren o no se conozcan hay que tratarlo con la prudencia de la ciencia histórica. Pero lo que sí es cierto es que esta salida procesional de 1651 fue la primera con el reconocimiento de la Santa Sede del día 7 de mayo como el día en el que San Rafael se reveló como guarda y custodio de Córdoba y por ello, fue reconocido por la Iglesia universal como día digno de fiesta religiosa en el reino cordobés.

 

Antonio J. Rodríguez Castilla