Detrás del mostrador


Daba gusto ir a su farmacia, porque salías reconfortado con las palabras de esperanza que él siempre te daba

farmacia realejo
Farmacia de El Realejo. /Foto: LVC

Manuel Estévez. Ha muerto Francisco Moreno Padilla, el hombre que durante más de 40 años, hizo el apostolado de la sonrisa y la comprensión, ante la pena y la enfermedad de todos aquellos clientes que casi desesperados acudían a su farmacia. Curtido en mil batallas pudo saber por su profesión de «boticario del Realejo», de los sufrimientos y las grandes preocupaciones, de muchas madres, esposas, o simplemente enfermos que acudían a diario a su mostrador, para pedir la medicina y el consejo, que él amablemente siempre le solía dar, buscando la eficacia y nunca el precio espectacular, y es que ante la preocupación o el difícil diagnostico que le comentabas, el siempre te decía que no te preocuparas y que confiaras siempre en Dios, que era nuestro mejor Padre. Daba gusto ir a su farmacia, porque salías reconfortado con las palabras de esperanza que él siempre te daba; y eso no cabe duda que era una forma de hacer el apostolado del amor y la solidaridad.

Y es que Paco, era una gran persona. Un día de aquellos en que coincidimos en la directiva de la Asociación de Antiguos Salesianos, le llegó a decir al Obispo Infantes Florido. «Mire usted señor obispo, yo nací en la calle Mariano Amaya, que tuvo mucho que ver con los Salesianos, y mi madre  siempre me inculcó el amor por la labor que realizan los Salesianos en Córdoba, y es que mi padre fue de aquellos primeros alumnos de aquella llamada «Clase del Pozanco» que se instaló en el Colegio Salesiano». Y señor obispo, el «catecismo de una madre», es el que nunca engañará a un hijo.

Y es verdad, porque yo recuerdo a Paco Moreno Padilla, involucrado en todas aquellas fiestas que por María Auxiliadora, organizaba en el Colegio, don Miguel Aragón secundado por don Francisco Marín Valiente, que elevaron la Fiesta de María Auxiliadora, a un esplendor único en la ciudad de Córdoba. Allí trabajaba y duro, Paco con su esposa, organizando uno y mil concursos, porque de lo que se trataba, era de inculcar a la gente joven del Colegio su amor por María Auxiliadora. Y puedo decir, que a juicio de mucha gente bien que lo consiguió.

Pero Paco, se entregaba en todo, y también estaba con la Inmaculada de Linares, a la Virgen que atendió durante muchos años, por amor a la Virgen y porque la fe que le inculcó su madre se lo pedía. El sencillamente amaba a todo el mundo y como no, amaba a Córdoba.

Se jubiló de la farmacia, y mucha gente perdió a la persona que más que farmacéutico era como su consejero, como su amigo, y como un buen cristiano, que siempre ponía a Dios, por encima de todas las cosas. «No te preocupes y disfruta este año con la procesión de Nuestro Padre Jesús Rescatado», solía decir. Y es que Paco, también colaboró mucho con las hermandades de Semana Santa, entre otras cosas, porque se lo demandaba su gran fe. Recuerdo que en la casa que el nació en la calle de Mariano Amaya, (Pozanco de San Agustín), había una vecina Socorro, que se dedicaba a hacer cántaros y vasijas de barro para la gente del barrio. No cabe duda de que la bondad de este barro fijó la entrega de este hombre por todo aquello que dimanaba de su fe. 

No se me olvidará que con motivo de la muerte de su mujer acaecida a mediados del Siglo XXI, Paco, echó mucho de menos a su gran esposa como decía él, y es que ella fue la primera entusiasta de toda su actividad apostólica. Recuerdo que un día en una fiesta que se le dio de recuerdo en el Colegio Salesiano, el director mencionó «La falta de la compañera»,  y el como siempre y en el momento de réplica y agradecimiento, le dijo al director: «No padre director, me gusta que al mencionar a mi mujer, diga usted «su esposa», eso de compañera y compañero está confundiendo a todo el mundo con el maravilloso Sacramento del Matrimonio».