
Manuel Estévez.- En esta Córdoba que tantas cosas desaparecen, una vez más, la piqueta ha echado abajo en dos días la Taberna de los Perros. Una taberna ubicada en la calle Santa María de Gracia 21, en la que desde la palmera que había en el patio, hasta el último cuarto, tienen bastantes historias vividas y para recordar. El primer hijo del dueño Joaquín Laguna, fue un importante empleado de aquella inicial Tabacalera que regentaban los hermanos Pedro López en la calle Carreteras, por lo que algún que otro póster de propaganda del tabaco, cuando ésta se hacía, se solían colocar en los cuartos, con lo que durante un tiempo se les denominaba el «Cuarto Celtas», el «Cuarto Ganador», el «Cuarto Goya» y así todos los tabacos que más se vendían tenían su cuarto.
Yo conocí a fondo esta taberna cuando la regentada José Laguna Martínez, que fue la última persona que llevó este negocio, hasta que en el año 2004, cerró su actividad. La taberna «Casa Joaquín» fue inaugurada en los años veinte del pasado siglo, en donde un Joaquín Laguna Castro, carpintero de profesión hasta esas fechas, cogió el relevo de los descendientes del bodeguero Rafael Triguillos, para hacerse cargo de la taberna. El nombre de los «Perros» le fue adjudicado porque siempre que ibas allí a por aceitunas, una cerveza o un refresco ‘orange’, los primeros que salían a recibirte eran dos perros chatos muy pequeños, que ni ladraban ni nada, y que poco les faltaba para darte los buenos días.
En aquellos tiempos principios de los años 1950, era Joaquín Laguna Castro, el padre, el que atendía la taberna, que estaba orientada con un mostrador de madera paralelo a la calle, dejando un buen hueco a la izquierda para la entrada a los cuartos y a la vivienda del tabernero. Fue a principios de los años 1954, cuando el padre dejó el negocio en manos de su hijo Pepe, y este años más tarde remodeló la taberna colocando el mostrador vertical a la calle y escorándolo hacía el lado izquierdo dejando un amplio salón a la derecha para aquella incipiente televisión que todo el mundo quería ver.
Mi padre, por haber vivido de joven en la calle Pedro Verdugo, conocía a Pepe de toda la vida y era frecuente que nos mandara por cualquier bebida. Siempre recordaré aquellas botellas verdes con el escudo del águila hueco-grabado, que tenía la cerveza el Águila; tipo de botella que desapareció cuando en el año 1954, cambiaron el formato de la botella, y las presentaron poco más o menos coincidiendo con la Romería de Linares.
El Margas
Como cada taberna de aquella época, en donde se hacía realidad la frase de: «Muchas tabernas y pocas Librerías», esta taberna, tenía su propia clientela, y que daba la impresión que eran personajes «cortados a la medida» del ambiente que se respiraba en el propio establecimiento. Allí en los años veinte debió haber buena reunión de aficionados a los peroles, pues había unos amplios testimonios en fotos y cuadros de pintura colgados en las paredes. A los más jóvenes, nos llamaba mucho la atención una serie de cuadros que reflejaban escenas campestres de amigos de perol y que aparecen muy asustados ante la inesperada presencia de un toro. Un día en que hablaba con Pepe Laguna (1998), se presentó un gitano tratante de antigüedades o cosa así que venía de Granada, expresamente para interesarse por los cuadros, pero Pepe, no se los vendió. Luego me contaría que dichos cuadros (3) que habían envejecido con la taberna, fueron pintados por un tal «Margas», que quiso dejar recuerdos de aquellos peroles, bien en el «El Puente Mocho» de Alcolea, o en el «Puente de Pedroches». Este «Margas», era un artista bohemio y fue amigo de José María Albariño, el recordado poeta del barrio. No conocemos las razones de el porqué usaba este seudónimo de «Margas», que adoptó este pintor sencillo y popular como era Francisco Guillén Castro, que nació en la calle el Trueque el 4 de octubre de 1889, hijo de Antonio Guillén Peralbo y Ana Castro Torres, y al quedar la madre pronto viuda se crió en el Hospicio del Campo de la Merced.
Pronto de la calle el Trueque se marchará a vivir a la calle Isabel II, luego a la calle Cementerio de la Magdalena y posteriormente a la calle Alcántara y cuando se casó se marcharía al Alcázar Viejo. En los últimos años de su vida laboral trabajó en la ONCE. Fue en el «Padrón» de 1934, en donde nos aparece con la profesión de «Pintor». Además pudimos comprobar que cargado ya de hijos, tuvo dificultades para pagar los alquileres atrasados de su vivienda en calle San Basilio nº 53, y que fue apoyado por don Emiliano Santa Cruz, dueño de la «Finca el Maestre Escuela» que a cambio de unos cuadros le pagó su deuda que tenía de su vivienda para evitar el desahucio. Pudimos ver el nombre de su esposa, Belén Martínez Ruiz de 30 años, y a esa edad aún jóvenes con los hijos: Rafaela, Antonio, Francisco, José Manuel y Fuensanta, cuando dieron los pisos de las famosas «13.000 pesetas» se marchó a vivir al Sector Sur a la calle Marbella nº 20 bajo izquierda, que fue en donde se murió en 17 de julio de 1973. Su esposa ya había fallecido el 1 de septiembre de 1968.
Siguiendo con los dueños de la taberna, los Laguna Martínez, diremos, que Rafael, el hijo mayor del tabernero Joaquín Laguna Castro, se colocó de joven en la Tabacalera S.A. que regentaban en Córdoba los Pedro López, y en aquellos tiempos, trabajar para Tabacalera daba muchas posibilidades, de contar siempre con el tabaco que a otras les faltaba. Al principio de los tabacos «canarios» allí había una gran variedad y selección de todas las marcas, incluso me comentaba Pepe, que su hermano Rafael le solía facilitar el tabaco de «cachimba» que utilizaba José Mª Albariño, que al igual que en esta taberna, solía entrar en «Casa El Pancho» y en la Sociedad de Plateros de María Auxiliadora. Siempre recordaré a aquellas cajetillas de tabaco «Ganador» que por su originalidad nos llamaba la atención. Pero no cabe duda que era el tabaco «Goya» el que ganaba todos los parabienes,
Esta Taberna era el lugar de reunión de un importante grupo de músicos, casi todos de la Banda del Cuartel de Lepanto, que en los fines de semanas, solían orquestar las bodas que entonces se celebraban en los patios de las casas, algunos salones o terrazas de los bares. Concretamente en la Terraza de la Sociedad de Plateros de María Auxiliadora, se llegaron a celebrar bodas hasta el principio de los años de 1960. El hecho de que aquí se reunieran los músicos, era porque un componente del grupo estaba casado con una hermana de Pepe Laguna, y otra razón era porque los militares en su mayoría «chusqueros» le agradaba esta taberna entre otras cosas, porque había ambiente de juego y no faltaba el vino. Por las razones que sea, la «Taberna de los Perros», era el lugar de contratación y acuerdo para cualquier boda.
En esta taberna también se producía la «entrega» por parte de José Ayala Cortés apodado el «Chatarra» que con su mujer se dedicaban por aquellos tiempos a coger en el Río Guadalquivir zona de las «corrientes» (por debajo del Puente del Arenal), los cantos de río para los «empedradores» del Ayuntamiento, que se los pagaba Manuel Ruiz Zamorano, «El Pabilo» que era el simpático encargado de dichos trabajadores; pagándose la espuerta en aquellos tiempos de 1955 a 1.50 pesetas.
También en época de Feria, era muy normal que esta taberna se viera concurrida durante algunos días, por gente que pertenecía al mundo feriante, cuando querían contratar el lugar y la instalación del puesto. Este trabajo en el Ayuntamiento, lo realizaba José Blanco, aquél delineante que parecía dueño de medio Ayuntamiento. Aunque el lugar habitual de reunión de José Blanco, era la taberna «El Ochenta y Nueve», alguna gente venía equivocada a la «Taberna de los Perros», en donde Blanco, que había nacido y vivido de soltero en la calle Pedro Verdugo, los atendía complaciente. Como ya hemos dicho, el tal José Blanco, era la persona encargada en el Ayuntamiento de rotular los emplazamientos de los feriantes y todo lo relacionado con ello. Me decía Pepe Laguna, que algunas veces con los feriantes se llegaron a producir duras conversaciones, pero que afortunadamente, nunca llegó el agua llegó al río, pues José Blanco era un gran profesional. Quizás a donde más problemas encontraban estos feriantes era a la hora de contratar el suministro eléctrico de la Sevillana, en donde el consuegro de Gabriel el de «Marmolejo», era un personaje complicado y engreído.
Se jugaba a todo
Esta «Taberna de los Perros» durante los años finales de los cincuenta hasta los años de 1980, fue un lugar en donde se jugaba al parchís y a todo lo que pusiera en medio algo de dinero. Por aquí pasaron buenos jugadores que anteriormente habían sido asiduos al Kiosco Guerrero en la Victoria, al Bar Brasero en San Pedro y el mismo Quiosco de la Ribera. Había días que en todos los cuartos (5), y en el patio se formaban seis o siete timbas de juego. No todo era el parchís, sino que también se jugaba al «alivio», y luego también se jugaba a las cartas, con toda la variedad que daban los naipes. Pero la cosa de apostar, muchas veces no era solo cosa de los que jugaban, sino que los que miraban también apostaban para ver quien ganaba. En una ocasión me contó Pepe, que el «Maero» y el «Pano» que se quedaron sin mesa para jugar, se dedicaron a apostar por el número de la matricula del vehículo a motor que en ese momento pasaba por la puerta de la taberna, en el sentido de si era Par o Impar. Allí como hemos dicho se jugaba a todo.
Quedaba en el recuerdo de aquellos clientes, cuando en el año 1956, el año que se inauguró la Universidad Laboral y el Hotel Córdoba Palace, trajo a Córdoba otra grata sorpresa pues Rafael Gómez Amaro, jugador de Córdoba, y nacido en las populares Costanillas, fue fichado por el Sevilla, que le pagó 45.000 duros de ficha. A los pocos días y casi sin tiempo material para guardar el dinero, se vino para Córdoba y se puso hacer una de las cosas que más le gustaba en su vida, jugar. Se vino por San Lorenzo y al llegar a Casa de Manolo procuró entablar una partida. Pero según parece no encontró gente con el dinero necesario, quizás por la precipitación, entonces para no perder el tiempo y matar el «gusanillo» entabló una partida un tanto descafeinada en la «Taberna de los Perros», con un tal Vicente Soler, José Dávila y como faltaba uno, él mismo eligió al popular «Curreles», que como no tenía dinero, él le dijo: «Yo te lo pongo». Aquello, no cabe duda, era una partida hasta tanto llegara algún pez-gordo que fuera interesante. Pues bien, en aquella partida como comentaría años después Vicente Soler, estuvieron a punto de desplumarle una gran cantidad al futbolista, ya que los tres restantes miembros de la partida, estaban de acuerdo en desplumarlo. Esa partida se hizo famosa en San Lorenzo, y aquello ocurrió cuando el citado pelotero Amaro tenía 24 años.
SE LA JUGARON
También quedaría para el recuerdo de la «Taberna de los Perros», el hecho de que con la muerte de Pepe Laguna, se cerró definitivamente la taberna, y permaneció el edificio durante al menos 10 años, sin que nadie diera señales de vida para comprarla. Creímos por un instante que podrían existir algún problema sobre disputas o herederos. Pero no, puestos al habla con el hijo de Pepe Laguna, este nos confesó: «A parte de que el tema de la venta no está tan claro por la dichosa crisis, tampoco hemos querido precipitarnos pues ya tenemos la experiencia que le pasó a mi padre y mi tío con una gran casa que poseían en la calle El Cristo que vendieron, y es que se presentaron dos jóvenes de unos 40 años y le pagaron al instante los 50 millones que ellos habían pedido. La compraron con la intención de obrarla de forma casi inmediata. Pero el disgusto y el cabreo le llegaría a mi padre cuando comprobó que los jóvenes colocaron un nuevo cartel de «SE VENDE» y vendieron la casa dos semanas después por 80 millones de pesetas. Aunque Pepe Laguna no era un hombre egoísta, hasta su muerte nunca se recuperó de la «jugada» que le habían hecho aquellos jóvenes de Granada.